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Pancarta con la leyenda «¡No pasarán!» colocada en una calle de Madrid durante la Guerra Civil Española. Fotografía de Mikhail Koltsov. Tomada de El Nacional.

¡No pasarán! El ascenso de la derecha en el mundo

Opinión 28.05.2019

Mael Vallejo

Al igual que ha sucedido en otros países, en las elecciones de este fin de semana para el Parlamento Europeo, la ultraderecha hizo sentir su presencia.

«No pasarán».

La frase se ha usado muchas veces: desde la Primera Guerra Mundial hasta la guerra civil española, y de la revolución sandinista hasta las protestas en Rusia. Es un símbolo antifascista mundial que se planta desde una posición: no pasarán porque nosotros estamos aquí.

La ultra derecha crece en todo el mundo y eso, más allá de un claro tema geopolítico, tiene que ver con las acciones que tomamos todos los días. Quienes representan el ataque a los derechos humanos fundamentales están en el poder porque alguien votó por ellos, porque su discurso ha sido abrazado cada vez por más gente.  

Detrás de cada fascismo hay una revolución fallida, dijo Walter Benjamin. Esa revolución no solo ha sido la de la izquierda, incompetente para mostrar una salida distinta y que dejó de cuestionar los fundamentos del sistema, sino también la nuestra, que ha permitido que el odio gane.

En las recientes elecciones para el parlamento europeo quedó clara esta tendencia: por primera vez desde 1979 los dos partidos principales, el Partido Popular Europeo y los socialdemócratas —de derecha e izquierda moderadas— perdieron la mayoría absoluta y crecieron las derechas más radicales.

Urnas y elecciones. La derecha en el mundo

Elecciones en la Unión Europea. Tomada de El Confidencial.

Los análisis dicen que en realidad las derechas ultras «vencieron en países clave, pero no ganaron poder». O que en realidad no son tan fuertes. Eso es taparse los ojos para no ver el tren que viene hacia nosotros. El medio satírico español El Mundo Today lo explicó bien cuando Vox, el partido de derecha ultra de ese país, logró una victoria en las pasadas elecciones: «Entran solo 24 fascistas en el Congreso, lo que es una buena noticia de algún modo».

En Francia ya son mayoría en el Congreso europeo y en Italia lo mismo, en medio de una crisis no solo de Europa como concepto, sino también de los derechos fundamentales que la crearon. Una crisis que no esperábamos tener en el siglo XXI.

En América los ejemplos son claros: Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil y, de una u otra forma, Ortega en Nicaragua.  La homofobia, el racismo, la xenofobia y el retroceso de derechos ya ganados por las mujeres como el aborto legal, van en aumento en Occidente.

Así, aquellos que quieren volver décadas o siglos al pasado, están ahí gobernando. Y no solo en los palacios de gobierno, sino en el discurso, en nuestro día a día.

Yanis Varoufakis, político y economista griego, representante de la izquierda, lo dice claro: «Los fascistas y nacionalistas tienen un trabajo muy simple por delante: todo lo que necesitan es conectar con las miles de personas descontentas».

Estamos descontentos pero eso no nos justifica. Somos más políticamente correctos en privado, pero a la vez una jauría salvaje como masa. Nuestro nivel de intolerancia y violencia —física y digital— ha crecido a niveles de miedo. La gente con poder lo sabe y canalizan ese odio y hartazgo hacia quienes mejor les funcione: migrantes, pobres, homosexuales, mujeres, negros, morenos, periodistas o gente fifí.

Vivimos en medio de burbujas en las que solo buscamos reafirmar nuestra opinión y donde gana quien grita más fuerte. Ya no importa el argumento, sino quién jode a quién, tener la pequeña victoria del día, ya sea no dejando pasar al automovilista de al lado o insultando en redes detrás de una pantalla.

Una gran mayoría de las discusiones en redes serían muy distintas si sucedieran en persona. O quizá ni siquiera existirían. Hay múltiples voces que han intentado poner un alto, repensar nuestra participación en ellas, desde periodistas reconocidas hasta estrellas del pop.

Dice el filósofo Slavoj Žižek que «el mal reside en la mirada de aquellos que ven el mal en todos lados». Estamos metidos en esas burbujas buscando solo lo que nos reafirma para intentar que todo tenga sentido. Colocamos al enemigo como el externo y lo atacamos por estar fuera de ella.

Eso, al final, es lo que hace que el odio gobierne. Si en nuestra cámara de eco, real o digital, los migrantes son los supuestos culpables de que el país vaya mal, eso serán para nosotros. Lo mismo con la gente de otra raza, otra religión o una forma distinta de pensar.

Es tiempo de hacer un alto y entender que el que alguien grite más fuerte no significa que tiene la razón. Y que la violencia y prejuicios —estar sumergidos en esas burbujas que solo nos reafirman lo que queremos pensar— nos están llevando a perder lo que como humanidad nos había costado muchas décadas ganar. Es momento de decir no al odio, plantarnos desde una posición y decirle a los violentos, una vez más, que no pasarán.

Mael Vallejo

(Ciudad de México, 1984) Es periodista. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Periodismo en 2017 y con el Premio Rostros de la Discriminación 2018. Ha sido director y editor general de medios como mexico.com, Chilango, Animal Político y Esquire Latinoamérica.

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