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Ruben Östlund, The Square (2017). Imagen tomada de zdf.de

Los usos del arte II: El arte en el cine y la literatura

Columna 17.06.2019

Daniel Montero

Daniel Montero continúa con una serie de textos que examinan los usos actuales del arte. En esta entrega, los contextualiza en el cine y la literatura.

«Jeff Koons acababa de levantarse de su asiento con los brazos hacia delante en un impulso de entusiasmo. Sentado en frente de él, en un canapé de cuero blanco parcialmente recubierto de seda, un poco encogido sobre sí mismo, Damien Hirst parecía a punto de emitir una objeción; tenía la cara colorada, sombría. Los dos vestían traje negro —el de Koons de rayas finas—, camisa blanca y corbata negra. Entre los dos hombres, en una mesa baja, descansaba un cesto de frutas confitadas al que ni uno ni otro prestaba la menor atención; Hirst bebía una Budweiser Light».

Esta imagen, que podría ser la descripción de una foto de prensa de una subasta de arte contemporáneo, es en realidad la descripción de un cuadro de Jed, el protagonista de la novela El mapa y el territorio (Anagrama, 2011) de Michel Houellebecq. Ese libro, que intenta dar cuenta de algunos aspectos de la contemporaneidad del mundo del arte (y del arte contemporáneo) es uno más del listado extenso de libros que tienen como temática el arte, sus instituciones y sus dinámicas, pero tal vez de manera más importante, las relaciones posibles que el arte puede establecer con ciertas realidades y ficciones. Pérez Reverte con Pintor de batallas (Alfaguara, 2006), Intento de escapada de Miguel Ángel Hernández (Anagrama, 2013), El nervio óptico de María Gainza (Anagrama, 2014) e incluso el más reciente libro de Murakami, La muerte del comendador (Tusquets, 2019) por citar algunos de los más conocidos, muestran desde diferentes perspectivas cómo es posible producir una obra y sus implicaciones, e intentan dar cuenta del proceso creativo de los artistas. Pero al mismo tiempo reproducen desde la especificidad literaria, una serie de imágenes y de prejuicios, muchas veces justificados, de cómo es que opera el arte en la actualidad.

Pero el fenómeno no se da solo en la literatura sino que el cine, desde sus particularidades y especificidades, también se ha avocado —con más intensidad que nunca— a mostrar, narrar e interpretar el arte y su historia para aportar a la construcción, muchas veces mitológica, de sus personajes y obras. Desde Mr. Bean (1997) retocando y creando un falso de The Whistler’s Mother (Bean: The Ultimate Disaster Movie, Mel Smith, 1997), hasta Pierce Brosnan robando una pintura de Monet en el MoMA (El caso Thomas Crown, John McTiernan, 1999), hasta las más recientes The Square (Ruben Östlund, 2017) o One Last Deal (Klaus Härö, 2018), se puede ver cómo el cine está cada vez más interesado en el fenómeno desde diferentes perspectivas. Además, con el auge de las plataformas vía streaming, el fenómeno se ha popularizado aún más. Películas como Velvet Buzzsaw (Marco Beltrami, 2019) permiten un acceso cada vez más masivo a las imágenes del arte. Todo ello sin contar que muchas de esas producciones están basadas en libros como Yo y Kaminski (Daniel Kehlmann, El acantilado, 2005) que se convirtió en película en 2016.

Y no es que ello no ocurriera en el pasado. Se sabe que desde el siglo XIX para la literatura y durante gran parte del siglo XX el arte ha sido un tema para la literatura y el cine (El retrato de Dorian Grey es tal vez el ejemplo decimonónico más conocido entre muchos más). Lo que me interesa en particular es el uso que se hace del arte en la actualidad, y en particular del mundo del arte, para generar nuevas formas de visualidad y narrativas que, como ya refería anteriormente, no solo ayudan a construir mitologías sino que dispersan el sentido de las obras, los sujetos y las instituciones del arte por lugares insospechados.

Mi suposición general va en una triple vía. En primer lugar, puedo afirmar que ante una cada vez menor injerencia de la crítica textual que se puede encontrar en prensa y en las revistas especializadas1 para dar cuenta de los fenómenos artísticos, y ante las dificultades en las que muchas veces esa crítica se ve para denunciar y referir ciertas dinámicas institucionales y de mercado, las producciones literarias y cinematográficas han venido a llenar un espacio para hacer evidente —de una forma más plural, tal vez más popular—, cómo es que a la luz de esos autores y directores funcionan (o han funcionado) los momentos de producción, exhibición y consumo de las obras.

Por otro lado, el cine y la literatura se han valido de la popularidad del arte como fenómeno contemporáneo de la visualidad para tematizar, en esas producciones literarias y cinematográficas, dinámicas interpersonales e interinstitucionales que solo podrían ser narradas a propósito del arte.

En ese sentido, muchas de esa narraciones no son «sobre las obras de arte»; sino que estas obras se toman como pretexto para contar —de maneras más o menos humanizadas o deshumanizadas— las dinámicas sociales en las que éstas son una especie de centro-descentrado, al rededor de las que las tramas se van desenvolviendo.

Exposición de arte. Arte contemporáneo y cine.

Still de The Square, 2017. Tomada de Medium.

Por último, hay que decir que, dependiendo del momento de la historia del arte al que se refieran, muestran ciertas situaciones en las que la obra de arte no está en juego sino la relación entre formas de producción de obras y su realidad.

Por último, y tal vez más importante, las producciones cinematográficas y literarias producen una relación diferenciada del tratamiento de las obras de arte moderno y arte contemporáneo. Se hace pensar que el arte de otras épocas o realizado con medios más tradicionales es más humano (el caso de la pintura es paradigmático y el género del retrato aún más), a diferencia del arte contemporáneo que, muchas veces es tratado como un arte autista, imbuido en su propia realidad, que solo responde a élites intelectuales y económicas sin importar sus buenas intenciones. Se muestra como un arte completamente desconectado de la realidad o que se sirve de la realidad para sus propios fines, de nuevo, sin importar si es un arte que busca algún compromiso o relación con otras realidades y sujetos.

Vincent Van Gogh. Arte contemporáneo y cine.

Still de At Eternity’s Gate, 2018. Tomada de Texas Art Film.

Como lo refiere Ramón Almela en su texto de junio del 2019 Retaguardia, Retorno, y Prorregreso publicado en su blog Critic@arte:

«En sentido opuesto [de películas como Velvet Buzzsaw y The Square], la serie de recientes producciones fílmicas sobre Van Gogh y Gauguin apelan a una reflexión sobre la Modernidad en el ocaso de la contemporaneidad. Allí donde en aquellas otras películas se describe el mundo del arte contemporáneo con la sátira y la crítica sobre el panorama del arte actual, éstas revisan ese retorno sobre la creación y la expresión —la expresión creadora— de los artistas de la vanguardia».

Precisamente, y más allá de las conclusiones a las que apunta Almela en ese texto, me interesa lo que señala de manera solapada: las películas de arte o de artistas modernos son diferentes a las de los artistas (o del arte) contemporáneos, en tanto que de los primeros sí se puede mostrar en el cine o en la narración literaria un acto creativo dado que su obra es la evidencia de un ejercicio que conecta su personalidad expresiva y su contexto particular; y de los segundos, al carecer de la evidencia directa de esa relación, a lo único que pueden aspirar es a mostrar la manera en que el contexto le da sentido a la obra. Tal vez es por ello que, muchas veces, esas producciones toman giros dramáticos inesperados hacia el terror, el drama e incluso hacia el thriller policíaco.

Se genera así una doble mitología: la primera que apunta a una especie de arte moderno verdadero y expresivo, reforzado por la imagen y la narración del cine y la literatura, en la que se reitera la autoría a través de la personalidad y la pintura. La segunda, que el arte contemporáneo o el mundo del arte en el presente solo tiene sentido como cinismo, farsa, chiste, estafa, terror o drama. Es muy probable que ante la cerrazón de la especialidad del arte, pero ante la apertura y popularidad de su mundo y de sus instituciones a través de museos, la prensa y la internet, lo único que quede por percibir es su superficialidad desde la cual se puede especular narrativamente en otros medios y por otras vías. Es probable también que el morbo que producen esas producciones a las personas del mundo del arte, siempre estará presente, porque siempre se quiere ver cómo se producen esos retratos y esas historias. Sin embargo, casi siempre hay una decepción porque, o son demasiado frívolas o demasiado superficiales… y así.

El cine y la literatura se han aprovechado del arte de diferentes maneras, así como el arte también se ha aprovechado de estos para generar reflexiones teóricas, prácticas e incluso históricas. Sin embargo, tanto el cine y la literatura, al generar narraciones que tal vez son mucho más inteligibles, generar un aparato de comprensión en otro estrato: tal vez el mundo del arte está allí para ser usado como comedia y drama de los otros.

Daniel Montero, Los usos del arte I. El arte y el museo como pasarela.

1 El caso de las operaciones críticas en medios digitales lo referiré en una siguiente entrega.

Daniel Montero

Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es autor del libro El Cubo de Rubik: arte mexicano en los años 90.

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Still de The Square, 2017. Tomada de Medium.

Still de At Eternity's Gate, 2018. Tomada de Texas Art Film.