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Publicidad del Museo Universitario Arte Contemporáneo. Tomada del Facebook del Museo
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Publicidad del Museo Universitario Arte Contemporáneo. Tomada del Facebook del Museo
Foto fija de la publicidad del Museo Universitario Arte Contemporáneo en torno a la exposición Anish Kapoor. Arqueología : Biología. Tomada del Facebook del Museo
Publicidad del Museo Universitario Arte Contemporáneo. Tomada del Tuiter del Museo
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Promoción en redes sociales en torno a Pokémon Go del Jardín Botánico de Culiacán. Tomada del Facebook del Jardín
Promoción en redes sociales en torno a Pokémon Go MARCO, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey. Tomada del Facebook del Museo
Promoción en redes sociales del Museo Nacional de Arte en torno a la exposición Antropofagia y modernidad. Arte brasileño en la Colección Fadel. 1908-1979. Tomada del Tuiter del Museo
Publicidad del Museo Nacional de Arte en Tuiter. Tomada del Tuiter del Museo
Publicidad del Museo Nacional de Arte en Tuiter. Tomada del Tuiter del Museo
Publicidad del Museo Nacional de Arte en Tuiter. Tomada del Tuiter del Museo
Promoción en redes sociales en torno a Pokémon Go del Museo Nacional de Arte. Tomada del Facebook del Museo
Snapchat del Museo Nacional de Arte. Tomada del tuiter del Museo
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Galería de Instagram en el Facebook del Museo Tamayo. Tomada del Facebook del Museo
Galería de Instagram en el Facebook del Museo Tamayo. Tomada del Facebook del Museo
Galería de Instagram en el Facebook del Museo Tamayo. Tomada del Facebook del Museo
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Snapchat de LACMA - Los Angeles County Museum of Art. Tomada de Tuiter
Snapchat de LACMA - Los Angeles County Museum of Art. Tomada de Tuiter

Los museos en las redes sociales. ¿Cuál es su papel en la era digital?

Opinión 18.08.2016

Christian Gómez

Me imagino que trabajo en un museo o en una institución de difusión cultural. Por mi entusiasmo extremo o porque perdí un disparejo (en mi ejercicio de imaginación, como en la realidad, difícilmente hay una plaza para realizar esta tarea), ahora soy el responsable de las redes sociales del museo. En mi escenario ficticio, también puedo ser un estudiante o recién egresado de servicio social a quien le han encargado este reto. La rifa del tigre digital. Tenemos que estar en redes. Se sabe: Internet, la nueva esfera pública; en México hay más de 60 millones de smartphones; la democratización de los contenidos; los prosumidores; en los museos extranjeros… Pueden sumarse otras razones. Tenemos que estar en redes.

Tengo algunas dudas, en principio. ¿Cuál será mi cometido? ¿Traer más visitantes al museo? ¿Informar las horarios de la institución? ¿Anunciar las actividades paralelas a las exposiciones (¿es que la ciudad con más museos en el mundo es también la ciudad con más conversatorios?) ¿Tendré que hacer, en cierto modo y como los departamentos educativos, de mediador de los contenidos de las exposiciones? ¿Compartiré memorias de actividades pasadas? ¿Publicaré efemérides del museo y de los artistas? ¿En esa cuenta institucional, me encargaré de la información de todas las instancias del museo o podemos tener varias (exposiciones, actividades paralelas, el archivo)? ¿Bastará con Facebook y Tuiter o debo usar Periscope, Snapchat, Instagram, LinkedIn, Flickr, Pinterest, Tinder, Grindr? He escuchado algo de las estrategias de difusión 360º. ¿Tenemos que estar en redes?

Como me lo estoy imaginando, tengo algún tiempo para preguntar algunas de mis dudas a un par de amigos que trabajan como community managers. No me quedo tan a gusto. ¿Cuál es el papel de los museos en las redes sociales? En mi imaginación, que se permite cierto entusiasmo, creo que al director o directora de mi museo le importará traernos un especialista. Probablemente sea extranjero. A los directivos les gustan los extranjeros para hablar de progreso y del misterio tecnológico. En los museos extranjeros.

Como lo imaginé (imagino que imagino), el especialista es extranjero. Estoy con otros responsables de las redes sociales de los museos/centros culturales. Nos reunieron a todos porque tenemos que estar en las redes sociales. En este escenario, me imagino que al especialista extranjero le están pagando mucho más dinero que a nosotros; y la ecuación no falla porque nosotros nos encargamos de ese trabajo por el mismo sueldo que recibimos por hacer otras actividades (o porque no tenemos sueldo). Hay café y galletas.

Como me imaginé, el especialista extranjero empieza su presentación (en Prezi, nunca en Power Point; es especialista) con un chiste. Es una mezcla de TEDTalk con casos de éxito para mercadólogos; un Pare de sufrir por el bajo engagement de sus redes; si llama en los siguientes cinco minutos conseguirá el doble de secretos para obtener más likes, shares, retuits, favs. Quizás un superlike en Tinder. Tales millones de mexicanos, dice, tienen acceso a Internet; estos otros millones tienen smarthphones con Internet móvil. La Ciudad de México, dice, es la ciudad con más museos en el mundo. Tenemos que estar en redes sociales, dice, para competir entre nosotros por los públicos del arte. Tantas publicaciones al día en tales horarios y en tales días; esta página para estadísticas, ésta otra para medir el tráfico de usuarios. Son diferentes las vistas que las visitas. En esta página se pueden acortar los enlaces para tener más espacio en los tuits. Usen emojis. Imagino que imaginamos que nos está tomando el pelo; que habíamos hecho todas esas cosas por intuición entre la práctica y nuestra experiencia como usuarios de redes sociales. Pero, dice, hay que recordar que estamos vendiendo ideas. Como Coca Colas, pero ideas. ¿Me explico? Tenemos que estar en redes.

«¿Cómo conseguimos seguidores?», preguntan mis compañeros. «¿O los compramos? Sabemos de algunas agencias que los venden para aumentar nuestros números». Mi director o directora, me imagino, en esta charla se ha vuelto loco o loca por los números. Bien pronto querrá enviar a los medios, me imagino, un boletín de prensa porque llegamos a tal número de seguidores en Tuiter y a tal de fans en Facebook. La próxima semana igual porque gracias a los algoritmos llegaremos a un número más alto. Me imagino la pesadilla, igual muy pronto, de una nueva red social que ha aparecido y en la que debemos estar.

Mientras tanto, imagino que me pregunto cómo hacer para enfrentar el frenesí por los números y dar una presencia digna al museo en las redes sociales. Me lo callo, pero me pregunto: ¿cómo es que la fascinación tecnológica nos hace olvidarnos, de cuando en cuando, que no es ella la meta en sí misma sino una herramienta para desarrollar un proceso? Me imagino que me pregunto: ¿cómo convertir las redes sociales de un museo en una herramienta de vinculación con los públicos que teníamos previamente, así como de implicación con los nuevos? ¿Cómo hacer un balance entre enterarlos del maremágnum de actividades paralelas a las exposiciones y lanzarles algunas de las preguntas que los contenidos en el museo plantean?

Me imagino que me voy a equivocar. Que probablemente algún fin de semana, de noche, algunos tragos encima, confunda la cuenta institucional del museo con mi cuenta personal, porque en mi imaginación tampoco me han provisto de un smartphone para hacer mis labores sino que además de no pagarme me piden que use mi propio equipo. Después del regaño que imagino, me seguiré imaginando que el trabajo de las redes sociales del museo es una instancia de la mediación y que, por lo tanto, es un puente con los públicos, uno que me imagino fresco pero no trivial. Tal vez me imagino incómodo compartiendo todos los días frases de artistas, algunas veces con éxito, pero otras más bien sacando las citas de contexto y, en algunas malas tardes, haciéndolos parecer un poco tontos.

Como tengo presente, siguiendo a Boris Groys, que el museo pasó de ser un lugar donde no pasaba nada al de una intensa actividad, me imagino que una tecnología propia de la época que el autor describe tendría que servirme no para fantasear con sustituir digitalmente la experiencia sino para pensar cómo servir de eslabón para llevar a los públicos a vivir la experiencia de estar en el museo, con las obras y con las preguntas que plantean. Me imagino que voy a preguntarme cómo convencer a mis públicos no sólo de retuitear lugares comunes sobre el arte sino de incorporarse a la experiencia del arte en el museo como espacio de interrogación de la cultura contemporánea o de nuestro legado histórico.

Me imagino que me gustaría construir una conversación y no buscar ciegos retuits de no-lectores porque envío los mensajes desde una cuenta que automáticamente, por poner su nombre, adquiere el prestigio de la UNAM o algún museo del INBA. Me imagino que pensaría a esos públicos de las redes sociales como a los que un día llegan a los museos acaso por error y, por la mediación de un educador, un texto de sala amable o un buen espacio para la experiencia, se convierten en públicos cautivos: en interlocutores. Me imagino que no me angustiaría tanto usar para ello emojis, memes, gifs o Pokémon GO si las estrategias funcionan para ese cometido.

Lo que me preocupa, en mi imaginación y fuera de ella, es tener cuentas en todas las redes sociales y confundir a los públicos que las siguen al abandonarlas; enloquecer por los números o convencerme ciegamente ante la aureola que da lo digital de que tenemos que estar en redes sin preguntarme, de cuando en cuando, el cómo y el para qué.

 

Christian Gómez es comunicólogo y estudiante de la maestría en Historia del Arte en la UNAM. Fue editor de arte de La Ciudad de Frente. Ha participado en proyectos de mediación educativa. Es escritor e investigador independiente.

 

[17 agosto 2016]

Christian Gómez

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