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Asistentes del foro convocado por el Fonca el 7 de marzo en la Biblioteca de México. Fotografía de Cristina Rodríguez. Tomada de La Jornada.

Las favoritas: De becas, artistas y funcionarios del Fonca

Opinión 12.03.2019

María Minera

María Minera habla sobre los últimos acontecimientos ocurridos en el ámbito de la cultura y los cambios propuestos para la estructura del FONCA.

Lo primero que pensé después de ver la película La favorita, de Yorgos Lanthimos, es cómo se parece ese reino al nuestro. Porque esto es un reino: con su rey y su reina, su palacio y su corte hecha y derecha. Y en todos los reinos la batalla descarnada de las debutantes por convertirse en la única, la favorita, se vuelve, al parecer, inevitable. Pero lo que en la película es hilarante, aquí resulta, por decir lo menos, engorroso. En lugar de una farsa deliciosa acerca del comportamiento palaciego salvaje, tenemos un triste desfile de funcionarios dedicados casi exclusivamente a la causa de agradar a su señor. Y claro que es delirante, pero sin gracia. No nos estamos riendo mucho, la verdad. Incluso aunque sea fácil imaginárselos perfectamente ataviados, recogiéndose las faldas de terciopelo, mientras se desplazan con sus zapatitos de lentejuelas de un lado al otro del palacio, cazando estrategias para ganarse el favor de ese rey que, dicen, a nadie escucha. Ese monarca que sale todas las mañanas al balcón a justipreciar los asuntos del reino, proclamar a la favorita del día, vilipendiar a los «ternuritas», como les llama a sus críticos, y después de dos horas llegar a la conclusión matutina de que no es por nada, pero qué gran rey está siendo (y ay de quien se atreva a negarlo). Sí señor, dicen a coro las favoritas y corren a cumplir sus deseos. ¡Quiero un tren que perfore la selva! ¡Quiero cien universidades antes del mediodía! ¡No quiero que nadie me lleve la contraria! No señor. ¡¿No?! Digo, sí señor.

Pero ser la favorita, como lo muestra Lanthimos, tiene su chiste. No basta con traer la peluca más alta ni con cantarle loas fervorosas al rey en la prensa (el rey que ama a los niños, que ama a las mujeres —especialmente a las que son abuelas—, a los enfermos de sida, a los activistas, a la sociedad civil, pues). No, eso no es suficiente, como nos lo deja ver la película, también hay que lamerle las piernas. Hay que ser más papistas que el papa. Salir, como la señora secretaria de Bienestar, a contar la fábula de un súbdito ingrato, por cierto, amigo del Ecoloco, que decía amar el reino, cuando en realidad quería destruirlo, pues estaba en contra de las ideas del rey y, como todos los niños lo saben (¡¿o no, niños?! ¡Sí!, responden entusiastas las candidatas a favorita), sólo aman verdaderamente el reino los que aman al rey. Para ganarse el puesto de favorita hay que estar dispuesto a todo. Incluso a hacer constantemente el ridículo. El que haga la interpretación más absurda de las tablas de la ley, que en realidad no existen, pero todo el mundo sabe más o menos de qué van, es quien gana, aunque sea por un día.

Así, un autor de novelas policíacas, viejo lobo de mar, o más bien vieja morsa, anuncia que tiene la fórmula secreta para lograr que el pueblo, esa conveniente abstracción, lea, por fin. Y aquí viene otra fábula, que prefiero ahorrarles, pero que en tres palabras dice: se regalan libros. Algo parecido a un cartelito pegado en la vitrina de una librería en la que nadie se para ni por error, a pesar del cartelito, o, precisamente por el cartelito, pues es sabido que a la gente le da desconfianza que le regalen cosas. Y no importa que se sepa hasta el cansancio que no es por eso que la gente no lee. Que la lectura debe impulsarse en las aulas de las escuelas primarias e idealmente en las casas. Todo eso da igual, el escritor se acabó ganando su puesto a golpe de amenazar a todos con metérselas doblada. Y nadie quiere que la morsa se la meta, en ninguna de sus variantes, ¿verdad? Menos que nadie el rey. Así que ahí quedó la cosa.

Pero nos interesa particularmente el caso de otro de los aspirantes a favorita. También escritor, por cierto, pero de vanguardia. Muy bueno, de hecho. Pero saber escribir no cuenta en Palacio, ni en La Chingada. Lo que ahí tiene valor es qué tan diestro se es con las tijeras. Ese es el mandato: cortar. Nadie sabe hasta la fecha a dónde va a ir a parar todo eso que quite. Pero ahí vemos a las postulantes con sus tijeritas, dándole duro al recorte. Y en esto el escritor de avanzada lo ha hecho mejor que nadie. Ha quitado tanto que se sospecha que no ha dejado nada. No se sabe con certeza, pues tal vez después de leer el Manual de comunicación y esgrima del vocero de Cultura (un activo aspirante a favorita), se inclina más bien por el silencio. Es más, haciéndola de Mago de Oz, prefirió quedarse tras bambalinas de un foro de consulta con más de quinientos creadores, mientras sobre el estrado tres candidatos a candidato a favorita mostraban los resultados de una oscura estadística según la cual, y aquí la fábula # 3, 243 artistas obtuvieron, cada uno, un estímulo que oscila entre los 4 y 6 millones de pesos (esto último en negritas para resaltar el oprobio). Además, en sus gráficas podía verse que 1,597 personas recibieron recursos del Sistema Nacional de Creadores de Arte y que algunas de ellas incluso se habían visto beneficiadas tantas veces como para sumar 21 años de apoyo (negritas de nuevo). Y todo esto bajo la luz de una cifra, al parecer tomada del INEGI, según la cual en el país hay más de 2.2 millones de ciudadanos dedicados al arte. Lo cual, en palabras de un postulante a postulante, se traduce en una sola cosa: que los recursos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes han ido a parar a un solo lugar en sus 25 años de historia: a la colonia Condesa, porque como todo el mundo sabe en este reino, en la Condesa, es donde viven los condes, y a los condes, como también es de sobra conocido, les da por hacer arte conceptual después del desayuno, ¿que no?

(Entreacto salido de tono)

¿Por dónde empezar a desmontar esta fábula, que parece tener como moraleja la idea de que el arte sirve para tres cosas (ninguna útil al reino, además)? Así como la morsa piensa que la gente se ha mantenido, históricamente, alejada de los libros porque no los puede comprar y, suponemos, tampoco tiene acceso a una biblioteca pública, el escritor de vanguardia cree que hay cientos de artistas en regiones remotas del país a los que esos 243 creadores de la Condesa les han robado la posibilidad de acceder a un estímulo. Basta con que algo sea vagamente cierto para presentarlo como verdad absoluta en este reino. Como si las cosas no fueran infinitamente más complicadas que eso. Mucho me temo que no hay artistas en todos los rincones del país de los que nadie ha oído hablar jamás. Lo que hay es un rezago tan brutal que a la mayoría de la gente ni siquiera se le pasa por la cabeza que el arte es algo a lo que uno puede dedicarse en la vida. O si se le pasa, lo desecha en el acto, porque «de eso no se vive» (y tienen razón). ¿Por qué no nos presentan, por ejemplo, la estadística de cuántas personas que recibieron el apoyo del programa Jóvenes Creadores se terminaron dedicando realmente al arte? Apostaría que menos de la mitad —por todas las razones imaginables. Y la culpa de esto no puede recaer en ningún otro lado que en la realidad espantosa de este país. Claro que lo ideal sería que cualquier joven con un proyecto artístico medianamente bien formulado pudiera recibir un apoyo para llevarlo a cabo. ¿Pero dónde están los fondos que podrían sostener algo así?

Por otra parte, con los jóvenes que están empezando lo que se mide no es el trabajo prolongado, desde luego, sino las ganas, la frescura, el impulso primero. Pero el Sistema es otra cosa. Al igual que el Sistema Nacional de Investigadores, lo que se busca aquí es reconocer la labor de personas dedicadas durante años a la creación artística. Y esos artistas, hay que decirlo, no son tantos. Y esos pocos, además, tienden, en efecto, a concentrarse en las grandes ciudades. Esto ha sido así desde el Renacimiento. Los centros urbanos tienen lo que el gremio artístico necesita para desarrollarse: ahí están los talleres, los colegas, las salas de exhibición, los teatros, los cines, los espacios de discusión y, quizá más importante, ahí suelen congregarse también las mentes más abiertas, capaces de acoger las ideas más avanzadas. Quizá desearíamos que no fuera así y que las pequeñas ciudades, e incluso los pueblos, tuvieran cada uno un museo y una escuela de artes y que en cada lugar floreciera la creación artística como lo hace en las metrópolis del mundo. Pero esto no ocurre, ni en los países ricos.

Pensemos en el París de principios del siglo XX: hasta los artistas mexicanos fueron allí a ver con sus propios ojos la revolución que estaba teniendo lugar en las artes. Y después volvieron a México y transformaron para siempre el rostro del arte nacional. Y los apoyó el Estado. Y claro que aquí hay una discusión muy larga al respecto que sería imposible abordar en este pequeño texto. Baste decir que parecíamos estar muchísimo más allá, precisamente, de este tipo de polémicas, pero en el reino del revés los artistas tienen que salir a justificar su mera existencia. No sólo eso, en el foro de consulta se dijo que se piensa privilegiar los proyectos con contenido social. Es decir, habrá censura. Es decir, tenemos que empezar de cero. Si la senadora, favorita inamovible, que hizo teatro toda su vida, piensa que los artistas deben retribuir a la sociedad en castigo por haber sido unos privilegiados que nomás extendían la mano y les caía dinero sin ningún esfuerzo de su parte, estamos perdidos. Es de locos tener que explicarle a ella, ¡entre toda la gente!, que la obra ES la retribución. La gente retribuye al país con su trabajo y nada más que eso. Haciéndolo lo mejor posible. Punto. A nadie más se le pide que retribuya por recibir dinero del Estado, y la lista es larguísima. Solo a los artistas. Y ni hablar de las ganas que tienen de hacer pasar por escandaloso el hecho de algunos creadores recibieran el apoyo durante 21 años. ¡Pues sí! Es un sistema diseñado para eso. Tener el apoyo una vez en la vida no hace ninguna diferencia. Repetir es lo que permite el trabajo continuo. Otra vez: sería maravilloso que cualquier creador pudiera, como un científico, contar con el estímulo de por vida (siempre y cuando trabaje, evidentemente). Pero con el presupuesto exiguo con que se cuenta esto es imposible. Y eso es precisamente lo que nos quieren vender aquí: la falacia de que ahora sí cualquier artista podrá acceder a esta bolsa sin importar su código postal. Digan la verdad: que piensan desmantelar el Sistema; que los apoyos se harán polvo; que el arte les parece fifí y les da igual. Díganlo.

Tijeritas para qué las quiero. Las aspirantes a favorita no tienen tiempo para andarse con discusiones filosóficas. Las favoritas wanabí solo pueden correr a pintarse más grande el lunar para el siguiente baile en palacio. Las debutantes del reino, con puestos para los que no están preparadas, improvisan, se retractan, se empujan unas a otras, sueltan disparates, andan con la lengua seca de tanto lamer y lloran cuando nadie las ve, pero luego luego se reponen, pues no vaya a ser que el rey las llame y anden con el rímel corrido.

 

Última hora: nos acabamos de enterar de que el escritor de vanguardia ha dejado su puesto. Suponemos que no le sentó bien a esta aspirante a favorita que la comunidad artística, su comunidad, repudiara sus malas maneras, y sus pésimos planes. Uno más que cae. Esperemos a ver quién será la nueva debutante.

 

María Minera

Crítica e investigadora independiente. Desde 1998 ha publicado reseñas y ensayos en una diversidad de revistas culturales y medios como El País, Letras Libres, La Tempestad, Otra Parte y Saber Ver, entre otros). Actualmente trabaja en el libro Paseo por el arte moderno, una introducción al arte del siglo XX para jóvenes lectores (Turner).

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