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Nueva sede de la Secretaría de Cultura en Tlaxcala. Tomada de El Imparcial.

Incertidumbres en el sector cultural durante la 4T: Más allá de las becas

Columna invitada 03.07.2019

Brenda Caro Cocotle

A un año del triunfo de AMLO, Brenda J. Caro Cocotle examina algunas de las controversias que se han originado al interior del sector cultural.

El rumbo de la política cultural en lo que va de la administración del gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha resultado desconcertante para buena parte de artistas y profesionales del área. Las reacciones a las misma —que han ido desde la sorpresa hasta el rechazo— se han concentrado en la esfera pública que se construye a través de redes sociales, en donde la información, el rumor, las declaraciones oficiales, las versiones particulares, el derecho la libre expresión y el impulso por la réplica, se cruzan en la inmediatez y la verticalidad del timeline o del muro. Y si bien, tenemos la posibilidad de configurar otros mecanismos de discusión colectiva, la espacialidad y temporalidad de la red han generado un ruido y polarización que hacen poco sostenible una conversación profunda sobre la coyuntura cultural en el país.

Aclaro: la crítica y el escrutinio público son necesarios e irrenunciables. Se ha batallado mucho por buscar una participación efectiva en lo que nos concierne. No abogo por permanecer impávidos ante las acciones de gobierno. Sin embargo, necesitamos perspectiva. O mejor dicho: necesito perspectiva, escapar de los falsos debates. Hablo en primera persona y anoto a continuación lo que considero no debe escapárseme entre el meme del día y las contradicciones de 4T.

Sí, al Fonca/ No, al Fonca. No me voy a detener en quién tiene la razón respecto a la pertinencia o no de los estímulos. Me rehúso a hacerlo porque eso es crear la impresión de que o bien todo el problema de la cultura y el arte en México —las condiciones del trabajo en el sector, la falta de circuitos de intermediación y distribución, la disparidad en el acceso a la oferta e infraestructura cultural, la brecha de género en el campo artístico, etcétera— es resultado de las becas, o bien, que a ellas se reduce cualquier discusión sobre los derechos culturales.

Otras preguntas son las que importan, las que hay que exigir se discutan en esas mesas de trabajo prometidas y tan ausentes: ¿Es el estímulo a lo producción lo único que se necesita? ¿Cómo generar condiciones más propicias que permitan a los artistas seguir realizando su producción y tener condiciones de vida digna una vez que se termina la beca? ¿Cómo mejorar los mecanismos de selección de beneficiarios? ¿A qué responde la centralización y la concentración de los estímulos en determinadas zonas geográficas y circuitos culturales? ¿Qué otra estructura/mecanismo/contexto tendría que consolidarse para que lo que es virtuoso del Fonca trascienda y se deseche los vicios? ¿Cómo transparentar los mecanismos de rendición de cuentas? Dejemos a la senadora hacer su puesta en escena: nos corresponde performar de otra forma.

«Más arte menos artesanías»: el pueblo contra el ciudadano. Tenemos un problema serio si las políticas culturales se reducen a una dicotomía tan simplista. Y tenemos un problema el doble de serio si dicha concepción es compartida por los propios miembros de la escena artística. ¿De quién es el «pobre» concepto de cultura: el suyo, el nuestro, el de ellos? Una contraposición semejante, incapaz de reconocer las disparidades, diferencias y puntos transversales entre dos campos de producción cultural con su propia capa de complejidad no puede conducirnos muy lejos. Tantos años han pasado desde los primeros postulados de la teoría crítica como para volvernos a sentar en la silla de la alta vs. la baja cultura.

El discurso oficial sostiene que sus ejes buscan propiciar la participación de sectores considerados desatendidos, minoritarios o excluidos, al colocar en el centro, la noción de ‘cultura comunitaria’. Más que ponerse a dilucidar si vale más el arte que la artesanía o si el arte popular se contrapone al diseño, habría que sentarse a discutir de qué manera las acciones y programas que se articulan desde la Secretaría de Cultura representan un cambio de lo hecho por administraciones anteriores. La realidad social y económica obliga por fuerza a evaluar la emulación acrítica de las «misiones vasconcelistas». Bajo el principio que todos somos ciudadanos por derecho, se tendría que hacer explícitos qué derechos culturales busca fomentar el Plan Nacional de Desarrollo y los programas propios del sector, por qué representan una prioridad y cómo hacer que el énfasis sobre unos no geste desigualdades, prejuicios y vicios sobre otros.

A la crisis en el área cultural llamémosla por su nombre: reforma laboral. Lo que sucede respecto a los despidos en el sector cultura es el resultado de una crisis estructural de años que simplemente reventó por lo más frágil, resultado de una reforma laboral, gestada en el calderonismo y profundizada durante el gobierno de Peña Nieto, que convirtió a los profesionales del sector cultura en «prestadores de servicios» y dentro de un esquema de «outsourcing» de facto —sin prestaciones mínimas, bajo contratos a modo y sin garantía de pago. Habría que añadir, por otra parte, la situación particular del sindicalismo en las instituciones culturales, que así como constituye un derecho laboral, también ha consolidado prácticas que redundan en cotos y privilegios para algunos en detrimento del conjunto de los agremiados y del resto de los trabajadores del área.

Lo que hay que pensar ahora es cómo solucionar el embrollo (y claro, el justo pago para aquellos que tienen más de cinco meses esperando su salario). Es un asunto transversal que  involucra no sólo a las autoridades culturales sino a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, la Secretaría del Trabajo y a las comisiones correspondientes en la cámara de diputados y senadores. Y, ante todo, se trata de pisar intereses de índole sistémica. El asunto es incómodo y difícil por donde se le vea. Pero hay que exigir afrontarlo.

No sé cómo cerrar este texto de manera que no me deje la impresión de que tampoco escucho y que no presento más que una opinión sin argumento. No ceso de preguntarme si el asunto, en el fondo, es nuestra forma de gravitar alrededor de las instituciones culturales Quizá no sea tarde para que, en conjunto, autoridades y ciudadanos nos sentemos a discutir qué hacer sobre la base de una radiografía que marcara los puntos álgidos, los cuellos de botella y las incongruencias del aparato cultural. Quiero creer que estamos en la posición de poder hacerlo.

 

Brenda Caro Cocotle

Es licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas, maestra en Museos y Doctora en Museum Studies por la Universidad de Leicester.

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