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Tania Candiani y Luis Felipe Ortega, Possessing Nature (2015). Proceso de producción. Cortesía de los artistas.

Urbanismo, arquitectura y arte frente a la escasez de agua

Columna 09.01.2019

Lorenzo Rocha

En su columna, Lorenzo Rocha revisa algunas iniciativas que, desde la arquitectura y el arte, han planteado la urgencia de una mejor infraestructura urbana.

En las ciudades, la infraestructura es todo aquello que no notamos hasta que se avería o escasea. Se trata del conjunto de bienes y servicios indispensables para el funcionamiento de la vida urbana, que son vitales, pero invisibles para la mayoría de los ciudadanos. La infraestructura urbana se compone de fluidos u objetos en movimiento: el tránsito de personas y vehículos por la vía pública, el transporte colectivo, superficial, aéreo y subterráneo. También lo forman las redes de servicios, el agua, la electricidad, el gas, el correo, la informática y las telecomunicaciones. Todo esto ocupa espacio pero no necesariamente es materia arquitectónica aunque, sin duda, es labor de los urbanistas. El espacio principal de la infraestructura son las calles, encima o debajo de ellas circulan todos estos fluidos, estas ocupan hasta una quinta parte del área de las ciudades, según su densidad. Las calles y las plazas se diseñan según criterios técnicos como los diámetros de tuberías, altura de torres de electrificación, radios de giro, etcétera, sin olvidar la vegetación y los pavimentos.

El equipamiento urbano, que es el trabajo principal de los arquitectos, en ocasiones está asociado con la infraestructura, como en el caso de las estaciones del Metro, las gasolineras, o las terminales aéreas pero, en otras no lo está o su relación es indirecta, como en el caso de las escuelas, hospitales e instalaciones deportivas, que están solamente ligadas a los servicios y a las calles en las que se encuentran. Otras instalaciones como, los depósitos de vehículos, centrales de distribución, bases telefónicas e informáticas, almacenes de alimentos, vertederos de desechos, cementerios, depuradoras, recicladoras y demás elementos indispensables para el funcionamiento de las metrópolis también ocupan mucho espacio, pero extrañamente no son del interés de los diseñadores. El espacio ocupado por la infraestructura ha sido estudiado por décadas por arquitectos dentro de los ámbitos académicos, recientemente ha sido tratado de modo notable por Keller Easterling, en su libro: Extrastatecraft. The Power of Infrastructure Space (Verso, 2014). En contraste existe la tendencia al reciclaje urbano, expresado magistralmente en el libro Urban Catalyst. The Power of Temporary Use, editado por Philipp Oswalt (Dom, 2013). Sin duda son temas fascinantes, pero no existen soluciones muy convincentes por parte de los arquitectos, quienes en el mejor de los casos conseguimos seguir al pie de la letra las pautas determinadas por los economistas, políticos e ingenieros.

Portada de libro. Arquitectura urbana.

Keller Easterling, Extrastatecraft. The Power of Infrastructure Space (Verso, 2014). Tomada de Amazon.

Es conveniente establecer que, dentro del urbanismo, la infraestructura es un asunto mayormente técnico, el cual responde a los requerimientos de la estructura urbana, que se conforma por las necesidades sociales y económicas colectivas de los ciudadanos. En esta fórmula, la arquitectura constituye una superestructura que idealmente sintetiza y concuerda con las aspiraciones de la sociedad en la que se origina. En tiempos recientes parece ser que las opiniones de los expertos han tomado en cuenta la complejidad del fenómeno arquitectónico, ya que ha quedado claro que la arquitectura es capaz de alterar el contexto en el que se localiza. Si bien la arquitectura es una consecuencia de la estructura social y no su causa, existe una relación dialéctica entre ambas. Cuando una obra nueva se concluye, inmediatamente pasa a formar parte de su entorno urbano y condiciona los proyectos subsecuentes.

Representación de ciudad prehispánica. Arquitectura urbana.

Tomás Filsinger, Detalle de representación de la Gran Tenochtitlan. Tomada de México Mágico.

Resulta muy triste constatar, una y otra vez, el modo tan pobre en el que los urbanistas mexicanos hemos tratado en tiempos recientes los frentes acuáticos de nuestras ciudades. Cada una de nuestras dos grandes vertientes históricas trataron de distinto modo a los acuíferos, pero ciertamente con mucho mayor respeto que nosotros. Los mexicas edificaron la gran Tenochtitlán en islotes artificiales sobre los lagos de Texcoco, Chalco, Zumpango y Xochimilco, con sistemas de cultivo y transporte por canales que eran un prodigio tecnológico en la época y despiertan la envidia de sus pobladores actuales. Los españoles, que eran excepcionales navegantes y militares, fundaron ciudades con puertos amurallados impresionantes como Veracruz y Campeche. Hasta el principio del siglo XX se seguía valorando la proximidad al agua como un valor urbanístico. Por ello resulta incomprensible que la mayoría de las ciudades por toda la República den la espalda al agua. Para nuestros planificadores urbanos, el mar es solamente para la vista, los ríos son basureros y drenajes, y los lagos deben secarse y eliminarse. En noviembre del año pasado, los habitantes de la Ciudad de México, vivimos una fuerte escasez de agua debido al mantenimiento y adecuación programada para nuestro sistema de abastecimiento hidráulico. Los inconvenientes para los ciudadanos fueron notables y las pérdidas económicas fueron muy cuantiosas. Estos días nos recordaron la tradicional mala relación que los capitalinos tenemos con el agua, cómo llevamos siglos intentando secar nuestra cuenca para permitir su urbanización y, a la vez, sufrir inundaciones y escasez crónica del vital líquido. Pero la crisis momentánea se ha superado, salvo para quienes nunca han tenido agua. Las escuelas y centros culturales volvieron a abrir sus puertas y olvidamos el problema temporalmente. La pregunta que seguirá sin respuesta es: ¿cuándo abordaremos el problema del agua con soluciones radicales y no solamente con paliativos?

Desde hace varias décadas el problema hidrológico ha ocupado la mente de arquitectos, ingenieros y urbanistas. En 1965 el ingeniero Nabor Carrillo, comenzó —junto con otros expertos— un proyecto de recuperación del lago de Texcoco, el cual tenía como finalidad la creación de un vaso regulador que ayudara a evitar inundaciones y restauraría el equilibrio ecológico de la zona en la que se localiza. De este proyecto resultó la laguna Nabor Carillo, que aún se encuentra activa. Durante la década de 1990, un grupo de arquitectos encabezados por Alberto Kalach y Teodoro González de León, analizaron la posibilidad de continuar con el proyecto de recuperación de la cuenca lacustre y enfocarlo desde el punto de vista urbanístico. Para ello fundaron la oficina Futura Desarrollo Urbano y publicaron el Atlas de proyectos para la Ciudad de México (Arquine-CNCA, 2012), en el que contribuyeron también otros autores como Juan Palomar y Gabriel Quadri. Casi ninguno de los proyectos del grupo fue realizado, pero sin duda sirvió de inspiración para la construcción del nuevo aeropuerto a un costado del lago, el cual está a punto de ser cancelado.

Obra de infraestructura. Arquitectura urbana.

Fernando Romero y Foster + Partners, Nuevo Aeropuerto Internacional de México (proyecto cancelado), 2018. Tomada de El Economista.

Pero también el agua ha sido materia de estudio de artistas, los cuales han contribuido de manera importante a la conciencia pública del fenómeno hidrológico. En 2002, el Instituto Goethe y la UNAM organizaron la exposición Agua-Wasser, la cual fue compuesta por 14 instalaciones en distintos sitios públicos de la Ciudad de México. Por ejemplo, se instaló la obra Fuente, de Thomas Glassford en el antiguo Templo de San Agustín y, simultáneamente, el artista Christian Jankowski realizó intervenciones en anuncios espectaculares, con distintos mensajes derivados de entrevistas con expertos en la materia. Más recientemente, en 2015, el pabellón mexicano de la Bienal de Venecia, presentó la exposición Possessing Nature, curada por Karla Jasso. Mediante una escultura metálica de gran formato, los artistas invitados, Tania Candiani y Luis Felipe Ortega, crearon una narrativa real e imaginaria de Venecia y México, a través del papel contrastante del agua en ambas ciudades, en su economía, historia, tratamiento urbano y en la memoria colectiva de sus habitantes. En el catálogo de la exposición resalta el enfoque político de las obras hidráulicas en la Ciudad de México, desde el principio del siglo XIX hasta nuestros días y, por supuesto, también fue discutido el tema del nuevo aeropuerto y sus repercusiones urbanísticas y ecológicas.

Lorenzo Rocha

Es arquitecto y maestro en teoría crítica. Su interés se centra en el uso experimental del espacio. Incorpora actualmente a su trabajo prácticas interdisciplinarias que le permiten explorar el impacto del diseño y la intervención en los espacios que produce y la reactivación de espacios por medio de su uso social. Desde 2005 es director editorial de la revista [ESPACIO] arte contemporáneo. Colaborador regular del diario Milenio desde 2006. En 2018 publicó el libro Arquitectura crítica. Proyectos con espíritu inconformista.
Actualmente es director de la Oficina de transformación urbana y de la Oficina de arte, un espacio para residencias artísticas en el centro de la ciudad de México.

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Keller Easterling, Extrastatecraft. The Power of Infrastructure Space (Verso, 2014). Tomada de Amazon.

Tomás Filsinger, Detalle de representación de la Gran Tenochtitlan. Tomada de México Mágico.

Fernando Romero y Foster + Partners, Nuevo Aeropuerto Internacional de México (proyecto cancelado), 2018. Fotografía tomada de El Economista.