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Alfonso Cuarón. Fotografía de Carlos Somonte. Tomada de 75. Festival Internacional de Cine de Venecia.

Roma, sueño infantil de un México decolorado

Opinión 12.09.2018

Praxedis Razo

Praxedis Razo reflexiona sobre los valores de producción que Roma —la última película de Alfonso Cuarón—, aporta en el contexto del cine nacional.

Después de los siete minutos de aplausos en Venecia —en la Ciudad de México pudimos verla en una presentación exprés en el Cine Tonalá—, Roma ha levantado una expectativa enorme. A ratos conmovedora, a ratos patética, siempre en terrenos sombríos, esta película levantará toda clase de ánimos.
No todos los caminos llevan al pasado, «el olvido es más tenaz que la memoria», sentenciaba ya Salvador Elizondo en 1965 y, de pronto, frente a los travellings paisajísticos de una colonia Roma obsesiva hasta el detalle por los rayos de las bicicletas, queda claro que, para esta película, Alfonso Cuarón se dio gusto recreando sus memorias infantiles. Desde un ideal cinéfilo Cuarón se explaya técnicamente con la misma mueca, impasible casi, de Cleo (hierática Yalitza Aparicio), la nana mixteca adolescente que aparece en el filme, y que es atravesada por uno de los momentos más tóxicos del siglo XX en la historia de nuestro país.

Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

El halconazo, asalto paramilitar operado desde las entrañas de la institucionalidad mexicana, es expuesto en el octavo largometraje de Cuarón de manera suntuosa [luego de su oscareado Altazor cinematográfico que es Gravedad (2013)]: un ballet mecánico de límpida violencia coreografiada que en su entraña engendra un melodramón de fertilidad atormentada [Los niños del hombre (2006)].

Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

El halconazo, cruda respuesta a una juventud dignamente exacerbada es, en esta película, también un esplendoroso trasfondo contextual que sirve para travestir de política al verdadero y único tema que canta Roma: el diálogo tajante entre dos clases sociales en torno a la maternidad.

Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

Madres son las que pasan por la Roma, las que sigue uno y otro travelling de acá para allá, como si el corte fuera a acabar con todo, una nota sostenida hasta el ansia, como la nerviosa musiquita de Steven Price que, como la decolorada fotografía para los recuerdos: ya sabemos: blanco y negro, y sus grises arriba y abajo; la fórmula suele ser invasiva. Madres abrumadas que se encuentran y desencuentran en apabullantes fiestecitas, en apabullantes carreras en los bosques, en apabullantes persecuciones a estudiantes, en apabullantes escapes a la playa, en apabullantes recorridos hospitalarios, secuencias que hacen sentir la fuerza de las manos del diseño de producción de Eugenio Caballero, antes que fluir.

Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

«Me acuerdo, no me acuerdo…», si es una evocación de la niñez, es también una reminiscencia estilística de otro gran himno a la puericia, y en los travellings, Roma, lleva la penitencia. Son visibles —de entre otras ya muy señaladas revisiones—, Los 400 golpes (1959), de François Truffaut, también un retrato de una ciudad blanquinegra, donde el melodrama no puede caber nunca, porque la París igualitaria de Truffaut es una ciudad de niños perdidos, y la Ciudad de México lo es de los amadísimos, sobreprotegidos y enclasados niños.
«Me acuerdo, no me acuerdo…», si es una reminiscencia, es también una pretensiosa épica operística donde la estasis se combina con el flujo del filme-mundo-autoral que Cuarón trata de consolidar, abajofirmante de guión, dirección, fotografía, producción y montaje de su película (¿porque yolo?).

Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

De exteriores a interiores, Roma es un laberinto infausto que se mira a sí mismo, que se muerde la cola entre olas de jabón y las del mar. De exteriores a interiores, Roma no se entiende sin el precedente del cortometraje elizondeano de Cuarón, Cuarteto para el fin del tiempo, producido en el CUEC en 1983, pieza encaparazonada y necroalbina que ya tenía el juego de salir y entrar a un espacio oclusivo como rey. De exteriores a interiores, el híbrido de road movie, que también se cree que es Roma juega a ratos a la elocuencia moralizante a cargo de la vencida señora Sofía (Marina de Tavira repitiendo papel de Niebla de culpa (2018), de Francisco Laresgoiti, con la que tanto se comunica Roma, además, pues ese punto de vista no se construyó en un día).
Esta vuelta al cine mexicano de Alfonso Cuarón, ¿es un nuevo aliento para nuestro cine? No lo es ni para su microcosmos, como hemos visto. ¿Será un éxito comercial? Para eso está producidamente diseñada. ¿Gustará? Deslumbrará.

 

 

Praxedis Razo

Encargado de la programación de cine en el Instituto Politécnico Nacional. Comparte créditos de edición en la revista F.I.L.M.E., escribe crónica taurina para La Razón y sobre asuntos literarios para la revista Casa del tiempo de la UAM.

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Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.