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Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

Roma: ¿Qué hace tan polémica la nueva película de Alfonso Cuarón?

Opinión 27.11.2018

Luis M. Rivera

Próxima a estrenarse en la plataforma de streaming Netflix; Roma, del director Alfonso Cuarón ha levantado más de una polémica.

 

Empiezo por reconocer que la primera vez que vi Roma de Alfonso Cuarón salí de la sala muy emocionado y aseguré que era la mejor película mexicana del año, algo que, aunque con varios matices, sigo creyendo. Lo que también pensé, pero de lo que ya no estoy tan seguro, es que esta película ocupará un lugar privilegiado en la filmografía mexicana de la última década. En cualquier caso y como todo criterio, esta percepción se remite a una cuestión personal.

A partir de que uno ve una película una o más veces, es natural que la percepción sobre ella se modifique, su destino va desde dirigirse al olvido hasta ir tomando valía con el paso del tiempo, ya sea por factores estéticos, narrativos, mercadotécnicos y hasta nostálgicos. La incongruencia comparativa de lo que uno piensa sobre una película conforme ésta envejece es la mejor prueba de que así como nosotros, las películas son elementos vivos.

Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

Roma es un caso particularmente atractivo para analizar puesto que reúne elementos que ninguna película filmada en México había tenido antes. Enlisto los más significativos:

  1. La película representa el regreso a su país de un director mexicano que se hizo de un nombre mediático en Hollywood.
  2. Roma tuvo apoyo del gobierno de la Ciudad de México con fines de promover internacionalmente la imagen de la ciudad.
  3. Es una obra personalísima de Alfonso Cuarón que ha dado pie a decenas de discusiones en torno al retrato del contraste entre la clase alta y baja en México.
  4. Los derechos de distribución de Roma fueron vendidos a la empresa de video bajo demanda (VOD) más poderosa del mundo: Netflix.
  5. Debido a las condiciones del punto anterior, Roma no será exhibida en el circuito habitual de cines comerciales del país, como naturalmente hubiera sucedido si un distribuidor tradicional fuera el poseedor de los derechos.

Cuarón filmó en Roma lo que recuerda de su infancia e intenta hacer un homenaje a su nana, Cleo, interpretada por Yalitzia Aparicio. La cinta, de una manufactura impecable ha derivado en halagos provenientes de figuras de la opinión pública, pero también (las menos) en fuertes críticas que argumentan un retrato clasista de la clase baja mexicana. ¿Está alguien más o menos autorizado para opinar sobre la película? Seguramente no. El problema no es que todos opinen sobre Roma y que ésta no sea una gran película, el problema es que muchos de quienes lo hacen no consumen más allá del star-system hollywoodense y de los tres mexicanos que ahí han triunfado. Si exploraran más cosas en un universo que puede presumir de tener películas de sobra, quizá Roma no los sorprendería tanto. Esa es tal vez la raíz de la molestia de un sector «entendido» en la materia ante la ola de opiniones ciertamente infundadas en muchos casos.

Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

La falta de presupuesto puede muchas veces enterrar películas con grandes ideas y valores estéticos. En ese sentido, hay una comparación que resulta representativa: en Roma existe un plano donde Cleo limpia el auricular del teléfono con su delantal, luego de esperar a que su patrona conteste en la línea de la parte alta de la casa que habita la familia. En La camarista de Lila Avilés (Mejor Película en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia), hay un plano en donde la protagonista cepilla rigurosamente un teléfono del hotel donde trabaja. Sin poner números del costo de ambas producciones sobre la mesa, se puede asegurar —sin temor a equivocarse— que se trata de dos planos que se pueden leer de manera muy similar, pero que el precio de producirlos y filmarlos fue abismalmente opuesto.

La pregunta que surge es: ¿Era necesario ese despliegue presupuestal para filmar una etapa de la infancia de Alfonso Cuarón? El tema meritorio se trata aparte, puesto que resulta evidente que el director de Roma ha alcanzado un estatus que le permite acceder a esos presupuestos; la discusión estaría en analizar las desigualdades que existen para filmar en México (donde los que dirigen las películas quizá son los menos culpables); lo mismo que la necesidad de rodar una cinta como Roma, que ni siquiera podrá ser vista por buena parte de la audiencia bajo las exigencias técnicas de proyección en las que se pensó al ser filmada. Su mayor público llegará vía Netflix frente a una pantalla de computadora, si no es que de teléfono celular.  

Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

Entonces, ¿qué papel debería jugar el gobierno a la hora de apoyar al cine filmado en México?, ¿aportar millones de pesos a cineastas consolidados o fomentar una mejor red de exhibición independiente para exhibir cine nacional y extranjero que difícilmente alcanza grandes audiencias? En dinero público, Roma recibió alrededor de nueve millones de pesos vía el estímulo fiscal EFICINE (IMCINE) y alrededor de diez millones del Fondo Mixto de Promoción Turística de la Ciudad de México. A pesar de ello, en esta era del cine coproducido surgen montón de interrogantes antes de asignarle nacionalidad a una película, mexicana en este caso. ¿Cuál es el principal factor que convierte a una película en mexicana? ¿La simple acta de nacimiento del director? ¿El país de donde proviene la mayor cantidad de recursos monetarios? ¿El país donde fue filmada? ¿Qué película es más mexicana?, ¿la de un cineasta nacido en México pero forjado en Hollywood o la de un cineasta extranjero con una carrera forjada en México?

Este conflicto de pertenencias y nacionalidades, el cual a quien le interesa el cine como elemento y materia estética no debería importarle en absoluto, es evidente que tiene el origen en muchos mecanismos de mercadotecnia (algunos, males necesarios), el mayor de todos, el egocentrismo de la Academia estadounidense en plantear desde hace casi cien años que el cine es el que se produce en Estados Unidos y, a partir de ahí, todo funciona hacia el exterior y en menor valía, de ahí su absurda categoría del Oscar a Mejor Película Extranjera, como si el centro del universo cinematográfico fuera Hollywood. Roma se va a insertar en ese universo de premios norteamericanos probablemente como una película en igualdad de condiciones que una producción hollywoodense, y esto no tiene otro motivo que el nombre y el estatus de su director, seguramente una producción del mismo tipo y calidad que fuera firmada bajo la dirección de alguien más, no sería siquiera considerada por la Academia.

Otro punto importante de la película deviene en la forma en que Cuarón realiza este homenaje a la nana de su infancia. Por un lado existe la audiencia que considera que la grandilocuencia y el esteticismo manejado en la película es el mecanismo para transmitir un respeto absoluto hacia la figura de Cleo y la clase que representa. Por otro, el sector que considera que lo filmado no hace más que normalizar la diferencia de clases y el racismo evidente en la sociedad que vivimos. Ambas posturas son perfectamente defendibles si van de por medio argumentos, lo cuestionable aquí es cuán necesario era el despliegue de una producción como la de Roma para lo que al final termina contando: la historia de una obrera de clase baja que se inserta en una familia de clase media alta y los conflictos de pérdida de un hijo y ruptura familiar que en la trama transcurren. Quizá lo valioso de la película son las múltiples lecturas en torno a la forma del retrato por encima de la simple anécdota.

Lo más reciente es la discusión sobre la manera en que Roma se exhibirá. Aunque necesaria y siempre útil para encontrar los matices, esta discusión ha resultado, en su mayoría, reduccionista. En específico la discusión se resume más o menos a esto: «Qué mal que las grandes exhibidoras le cierren las puertas al cineasta pródigo de México». En medio y alrededor de esa afirmación hay muchísimos puntos medios que se obvian. Primero que Cinépolis y Cinemex (aunque lleve ese «mex» en su nombre) no tienen ninguna responsabilidad moral para que la película se exhiba en sus salas. Son dos cadenas que tienen normas y modelos de exhibición en los que creen y, a partir de ello, las distribuidoras aceptan o no sus reglas. Que esas condiciones sean abusivas y poco justas para el cine independiente (que ni siquiera es el caso de Roma) es otro tema. Los tiempos y las ventanas de exhibición de las películas no se reducen a la sala del centro comercial más cercano.

La maniobra discursiva de Cuarón reclamando más espacios podría incluso calificarse de tramposa, puesto que la película fue vendida por una cantidad seguramente no menor a Netflix y, una vez que eso sucedió, era claro que las condiciones de exhibición no serían las mismas. Aunque no se trate de universos opuestos (ahí está el interés de Cinépolis en el video bajo demanda con su plataforma Klic) el del VOD y el de la exhibición en salas, es evidente que los tiempos e intereses de empresas que compiten no son los mismos. Tanto pensar que el duopolio o la empresa poseedoras de los derechos es el culpable de la situación resulta inocente, cada una está defendiendo sus mecanismos. Capitalismo puro y validado por nosotros desde el momento que nos suscribimos a Netflix o pagamos un boleto en Cinépolis.

Still de Roma, Alfonso Cuarón, 2018. Tomada de YouTube.

Paradójicamente, esta situación devendrá en un punto a favor de la exhibición independiente, Roma no llegará a los cines de las dos grandes exhibidoras del país, pero sí lo hará a un montón de salas del llamado «circuito cultural» que, la mayor de las veces, el gran público desconoce. Netflix y Cine Caníbal (distribuidora que adoptó a Roma para cuestiones prácticas) han cedido a muchas salas la película, a pesar de no tener las condiciones idóneas de proyección. Aún así la audiencia está abarrotando y abarrotará las salas hasta que la película llegue a Netflix, y tal vez después lo siga haciendo, lo que demostraría que ni los cines tradicionales están condenados a desaparecer ni el video bajo demanda es el único futuro.

Ojalá que esta combinación de atracción mediática a salas que el resto del año también exhiben cine de altísima calidad, sirva para fortalecer un sector que hasta al mismo Alfonso Cuarón terminó por servirle.

 

Luis M. Rivera

Periodista y gestor cultural. Trabaja en el Festival Internacional de Cine de la UNAM, es co-fundador de la plataforma crash.mx y colabora con proyectos de distribución cinematográfica.

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