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Still de Dheepan, de Jacques Audiard, 2015. Tomada de DailyNews.

La gran ilusión de la identidad: 12 películas para repensar este concepto

Lista 21.05.2020

Sergio Huidobro

Sergio Huidobro presenta una selección de películas de distintas partes del mundo para mostrar cómo, desde el cine, se ha abordado el concepto de identidad.

Son, quizá, la primera ficción que elaboramos para contarnos, reunirnos y comulgar alrededor de una fogata. Varios miles de años después, las identidades siguen siendo el relato que nos explica aquello que vemos en un espejo y nos invita a dialogar con aquellos a quienes reconozcamos como miembros de la misma tribu.

Al mismo tiempo, las identidades en tanto estructuras de ficción —«comunidades imaginadas», propuso Benedict Anderson hace casi cuarenta años—, son modelos polares que, una y otra vez, precisan construir enemigos, antagonistas y periferias para marcar su territorio. Adentro y afuera. Ellos y nosotros. Lo nuestro y lo demás. En esa frontera de aire está la fuente de mucha de la mejor literatura, pero también de abismos profundos que hieden en la memoria de cualquier comunidad. La fractura repentina del nosotros. El desmoronamiento de una identidad que se enfrenta a otra o que sucumbe, lacerada, ante sus vecinos. Acteal. Auschwitz. El Bordo de Tijuana. Stonewall. Rwanda. Sarajevo. Ayotzinapa. La jungla migrante de Calais. La identidad no siempre es reconocer; a veces es desconocer al otro.

El cine, ficción construida a partir de estas ficciones, fue la primera de las artes contemporáneas que nació siendo global. Al no precisar de más traducción que la de los diálogos escritos (en el periodo silente) y al forjar en pocos años algo parecido a un esperanto universal —el lenguaje audiovisual—, inició en 1895 una conversación planetaria que desde entonces no ha dejado de fabricar puentes efímeros entre comunidades e identidades distantes.

El que sigue es un listado de títulos estrenados durante el lustro reciente que visibilizan, exploran o dan complejidad madura a alguna arista derivada de la identidad. Sus protagonistas pueden ser individuos iconoclastas o grupos enteros, comunidades locales, nacionales, migrantes, transfronterizas o apátridas; todos definen su personalidad a partir de su procedencia, incluso —¿sobre todo?— cuando es a contracorriente.

Es también un intento por trazar una cartografía de los problemas de identidades más urgentes en la segunda década del siglo XXI en todo el mundo, a través de su representación fílmica. Algunos tan mediáticos como Cataluña, Rumania o la migración hacia Europa occidental, pero también otros que han sido puestos bajo la luz gracias al cine, como las comunidades originarias del norte colombiano, los iconos de la noche drag en el Brasil queer o una pandilla juvenil integrada por sordos.

 

Identidades de género

 

—Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio (Chile, 2017)

Marina es una mujer. Es chilena. Es viuda. Es feliz, aunque sea a ratos. Marina también se llama Daniela Vega, y su odisea para hacerse un lugar en el mundo —en «su» mundo— es una historia que, dentro y fuera de la pantalla, obliga a repensar los discursos de identidad sexual en Latinoamérica.

—Obscuro barroco, de Evangelia Kranioti (Brasil-Grecia, 2018)

Además de ser uno de los documentales más extraordinarios en la exploración formal y en su propuesta estética en meses recientes, Obscuro barroco gana una vigencia trágica y urgente en el Brasil del derechista Jair Bolsonaro. La identidad queer, vista a través y alrededor de la travesti carioca Luana Muniz (quien murió justo después de la filmación) es al mismo tiempo exploración y celebración de una personalidad que engloba los infinitos colores de la noche brasileña.

—Western: la ley del más fuerte, de Valeska Grisebach (Alemania, 2017)

Cirugía silenciosa de la masculinidad europea, la tercera película de la alemana Valeska Grisebach es un asalto frontal a los códigos del western americano para contar el cruce de dos fronteras siempre problemáticas: las de la virilidad y las de clase económica. Las divisiones entre la Europa occidental y oriental se exploran con una sutileza fantasmal, ambigua, con tensiones cargadas de humor negro.

 

Identidades culturales

 

—Sueño en otro idioma, de Ernesto Contreras (México, 2017)

Un clásico naciente del melodrama mexicano, Sueño en otro idioma recorre dos caminos paralelos que terminan por fundirse: el de la identidad sexual y la cultural, expresada a través de la lengua materna. Ganadora del Premio del público en Sundance y de seis Arieles, es una película que reelabora formas tradicionales del drama mexicano para darles un nuevo enfoque temático.

—Pájaros de verano, de Cristina Gallego y Ciro Guerra (Colombia, 2018)

Así como Ernesto Contreras desarma el melodrama rural para explorar identidades que son periféricas a dicho género, la pareja Gallego-Guerra ensambla piezas extraídas del western, el cine setentero de gángsters y el realismo mágico colombiano para narrar el derrumbe de una estirpe. Pájaros de verano pone en el centro de su cosmos a las comunidades Wajuu de la Guajira colombiana, dejándole a la Colombia contemporánea el papel de huracán que llega desde fuera.

—Verano 1993 (Estiu 1993), de Carla Simón (Cataluña, 2017)

Si bien la ópera prima de Simón no aborda temas identitarios, su naturaleza cultural y su lanzamiento español se convirtió en un síntoma cultural poco común: filmada y estrenada originalmente en catalán, fue elegida como representante de (toda) España ante la Academia de cine estadounidense, lo que provocó que la cinta fuera reestrenada en su país de origen… pero doblada al castellano. Estiu 1993 es uno de los puntos más altos del cine catalán reciente, y una muestra palpable de su suficiencia como cultura autónoma.

 

Identidades sociales-nacionales

 

—Ya no me importa si pasamos a la historia como bárbaros (Îmi este indiferent dacă în istorie vom intra ca barbari), de Radu Jude (Rumania, 2018)

Ninguno cine europeo, en el presente siglo, ha aprovechado mejor que el rumano las posibilidades fílmicas para revolver y reordenar la identidad nacional, destruirla, examinar los pedazos y rearmar el espejo de la Historia colectiva. Entre varias obras maestras que se suceden a partir de La muerte del señor Lazarescu (2005) e incluso antes, la de Radu Jude es una de las más recientes y poco publicitadas.

—Enemigo de todos (Hell or High Water), de David McKenzie (Estados Unidos, 2016)

Presentada en la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes 2006, la de David McKenzie es una de las miradas más secas y directas que el cine industrial americano ha lanzado sobre las secuelas de la crisis financiera de 2008 en las identidades culturales. Situada en las planicies texanas y estructurada como una road movie de asaltos y huídas, Enemigo de todos —o Comanchería, su otro título en español— es una meditación sobre dos tribus ancestrales enfrentadas desde siempre, mucho antes de que John Wayne se subiera al caballo por primera vez.

—La libertad del diablo, de Everardo González (México, 2017)

El debate de la frontera entre víctimas y victimarios —entre muertos buenos y muertos malos— en la guerra mexicana declarada por Felipe Calderón, encuentra en La libertad del diablo una de sus vertientes más interesantes. Su estrategia es revelar la identidad al ocultarla detrás de máscaras. El resultado no solo es estremecedor: también es una forma inesperada de alivio y catarsis.

 

Identidades en tránsito

 

—La tribu (Plemya), de Miroshlav Slaboshpitsky (Ucrania, 2014)

Algo pasa cuando en las periferias menos transitadas de Europa del Este se cruzan elementos de Romeo y Julieta con las pandillas de Los guerreros y el sentido de urgencia estética de cineastas como Sergei Loznitsa o Cristian Mungiu. La tribu, protagonizada por completo por una comunidad de adolescentes sordos —no se pronuncia palabra alguna en 130 minutos— toma un camino arriesgado y triunfal para acercarse a la vida interna de eso que llamamos capacidades diferentes: una de las formas de identidad menos exploradas por el arte.

—En tránsito (Transit), de Christian Petzold (Francia-Alemania, 2018)

Al trasladar una novela de Anna Seghers escrita en los meses finales de la II Guerra Mundial, Christian Petzold evitó todos los caminos naturales de la adaptación. El resultado, ubicado al mismo tiempo en los años cuarenta y en la Marsella contemporánea, plantea una estrategia estética inteligente y desafiante para pensar la migración y las formas en que ésta trastoca las identidades no solo de quienes se marchan o quienes arriban, sino de los que se quedan varados en el limbo.

—Dheepan, de Jacques Audiard (Francia, 2015)

Ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 2015, este relato de integración cultural en la Francia del siglo XXI proporciona una ventana estimulante para observar una identidad que se transforma a través de la adaptación.

 

Sergio Huidobro

(Ciudad de México, 1988) Es escritor y periodista. Comunicólogo y maestro en letras latinoamericanas, ambas por la UNAM. Ha sido seleccionado como miembro del jurado joven France 4 Revelation de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes y de Berlinale Talents en 2014. Escribe en las revistas La Tempestad y Cine Premiere y es panelista en el programa Mi cine, tu cine de Once TV; ha colaborado también en prensa (Reforma) y radio en línea (Cine Garage). Recientemente fue incluido en Dos amantes furtivos: cine y teatro en México (2015) y coordinó el libro colectivo Pies en la tierra: crónicas de septiembre (2017), seleccionado por la revista Chilango como uno de las cuatro mejores iniciativas de la sociedad civil en 2017. Es tallerista de guión documental en el programa nacional Polos Audiovisuales, del IMCINE.

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