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Mujeres en el arte: Jessica Berlanga, Magali Lara, Mónica Mayer y Pilar Villela

Especial 08.03.2019

Como una forma de conmemorar las luchas feministas, platicamos con cuatro artistas para conocer sus experiencias en la escena del arte.

La presencia de las mujeres en el arte en México se ha forjado a través de una lucha doble: por una parte, han tenido que enfrentarse a una estructura machista que permea tanto lo personal como lo social, y por otro lado, ante el escaso apoyo por parte de las instituciones y los espacios de exposición, la autogestión de las exposiciones y la producción de obra ha sido una constante.

Actualmente, algunas creadoras coinciden en que las circunstancias ofrecen una perspectiva más optimista, sin embargo, también reafirman que queda mucho trabajo por hacer. Por ejemplo, el reporte publicado por el Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM en 2016, señala que la matrícula de estudiantes mujeres en la carrera de Artes Visuales en la Facultad de Artes y Diseño en la UNAM, representa un 65% —un porcentaje mucho mayor al de 1960, que apenas rebasaba el 10.5%—, pero en los museos universitarios el 60% de las piezas que se exponen son realizadas por hombres. ¿Qué revela esta discrepancia entre una mayor presencia de la mujer en las escuelas de arte y su ausencia en los espacios de exposición de México? ¿De qué forma este ejemplo nos permite comprender una desigualdad reconocida, pero no solucionada?

Para este especial platicamos con Jessica Berlanga, Magali Lara, Mónica Mayer y Pilar Villela. Les preguntamos si han advertido cambios en el ámbito del arte hacia las artistas mujeres, y cuáles son las cuentas pendientes.

Jessica Berlanga | Curadora

Mujeres en el arte.

Retrato de Jessica Berlanga Taylor. Cortesía de la curadora.

[Cuando empecé mis estudios en el ámbito del arte y de la curaduría] era poca la presencia y el acceso a materiales sobre mujeres artistas, pocas las exposiciones, las becas. Me parece que hacía falta diversificar las formas de aproximarse desde la curaduría y la crítica de arte a su trabajo. Si se analizaba o incluía, era desde concepciones muy básicas sobre lo femenino y en los mejores casos, desde una visión feminista única y centralizada occidental. Se utilizaban categorías de análisis que solo reafirmaban una visión patriarcal respecto al arte, entonces son trampas.

Una gran parte de la historia del arte, hasta hace poco, y de la producción de conocimiento, ha creado núcleos, matrices y periferias que sistematizan las relaciones humanas y sus contextos; que racionalizan, norman y naturalizan las desigualdades sociales. Para mí los estudios de género, los movimientos feministas en el arte, los estudios poscoloniales se manifiestan como una crítica a los ideales sociales y políticos de progreso que han otorgado poder y autoridad a unos cuantos. Para transformar órdenes sociales y sistemas de pensamiento que degradan, subordinan y violentan a la sociedad y a la naturaleza, es decir, a nuestras relaciones como sujetos y colectivos (versus individuos y grupos) en una variedad de entornos, no es posible hacerlo a partir de las mismas teorías, métodos y preguntas que han ignorado de manera sistemática la violencia, la inequidad y la falta de ética con la que se ha construido parte del conocimiento.

Lo que ha cambiado [en la actualidad] no solamente es la cantidad de mujeres artistas jóvenes, investigadoras y curadoras con propuestas más arriesgadas, innovadoras y experimentales respecto a los procesos de construcción de identidades, subjetividades, sexualidades, y han abierto el camino para trabajar temas como el duelo y el trauma, la vulnerabilidad, los accesos al espacio público y la movilidad de las mujeres. [Estos estudios] validan, activan y teorizan sobre los afectos y las emociones como sitios de producción de conocimiento. Además de ser trabajos de denuncia o de visibilización de sistemas de opresión que afectan no solamente a mujeres; esto es lo importante de los feminismos y estudios de género, que trabajan y piensan con los llamados grupos minoritarios o en desventaja, y que son dispositivos de poesía y movilización profunda de afectos que nos permiten hacernos otras preguntas y materializar esas estructuras invisibles que nos rigen. Las posturas feministas son plurales, incluyentes y controversiales, y eso es inspirador.

Nos queda pendiente todo, por ejemplo trabajar con procesos de reconciliación sin nunca dejar de señalar las violencias que aún imperan y la polarización de posturas que separan y dañan.

Hay mucho qué hacer y qué decir, trabajando desde las intersecciones entre los estudios de género, estudios en cultura visual y poscolonialismos.

Pero gracias a mujeres en México como Mónica Mayer, Karen Cordero, Magali Lara, Rowena Morales y muchísimas más trabajando desde hace años y desde muy diversos ámbitos en el arte, hay mucho más acceso a materiales para cuestionarse cómo construimos las narrativas que están definiendo las producciones culturales.

Aún percibo reacciones de desprecio si los términos mujeres artistas y feminismos surgen. Es preocupante porque parece que no se ha recibido el mensaje sobre cómo los estudios de género y movimientos feministas han informado desde los 70 las producciones académicas, artísticas, y de investigación independiente. Muchos de los cambios en las formas de producción de conocimiento le deben esto a académicas, artistas, activistas e investigadoras, pero no existen esos reconocimientos.

—Jessica Berlanga es curadora y crítica de arte. Tiene una maestría en Historia del Arte con enfoque en arte contemporáneo y un diplomado especializado en Dimensión de Género. Ha publicado artículos, ensayos y reseñas para libros, catálogos y revistas (Hammer Museum, Vancouver Art Gallery, Fundación Jumex, Frieze, ArtForum, Milenio, Colección Coppel, entre otros). Fue editora de la revista digital re-d: arte, cultura visual y género para el Instituto de Investigaciones Estéticas y el Programa Universitario de Estudios de Género de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Magali Lara | Artista

Mujeres en el arte.

Retrato de Magali Lara. Tomado de Milenio.

El primer reto que enfrentábamos era ser tomadas en cuenta de manera seria, como una artista autosuficiente capaz de generar sus propios proyectos y sus propios criterios. Esto tenía que ver con decisiones técnicas y por supuesto conceptuales, ese era el mayor reto: siempre trataban de aniñarte, hacerte sentir que eras menor de edad y justo creo que en mi generación parte de la lucha fue tener autonomía.

Para el festival Tiempo de Mujeres organizamos una mesa que lleva por nombre «La precarización de la vida laboral por la maternidad». Creo que es un mito esto de que la maternidad te quita tus funciones mentales, pero es verdad que el tiempo tiene que ser distribuido de una manera diferente a partir de que tienes hijos. No creo que tenga que ver con la poca capacidad de las mujeres, sino la forma en la que se cree que tiene que organizarse el tiempo laboral. Ahí, las mujeres hemos tenido que luchar siempre con la idea de que nuestro tiempo es distinto.

Las mujeres muchas veces tienen mayor reconocimiento cuando son más grandes. Yo creo que eso tiene que ver con una invisibilidad real al trabajo de las contemporáneas y una especie de dificultad de entender que la vida cotidiana tiene una complejidad que no tendría que ser exclusiva de las mujeres, me refiero a la la complejidad de combinar la vida privada con la vida pública.

Es importante que entendamos que la vida privada es uno de los aspectos de nuestra vida cotidiana más desgastados y más pobres, en muchos sentidos, y las mujeres somos las que hemos trabajado más para conservarlo, pero es cierto que los reconocimientos y las oportunidades no llegan en la época en la que tenemos a los hijos chicos, porque hay una falta de apoyo desde dentro —desde la pareja, normalmente— y ni hablar de la institución ni del ámbito artístico. Ha ido cambiando, pero sigue siendo muy difícil.

Pintura abstracta con colores rojo y verde. Mujeres en el arte.

Magali Lara, El fin del mundo 15, 2012. Tomada de la página de la artista.

En la actualidad, en el ámbito del arte ha habido cambios, y ahora tenemos a muchas mujeres artistas reconocidas, que han ido a bienales o que son tomadas en cuenta, que hemos sido nombradas o estamos siendo nombradas. Pero esto es un mínimo porque, por ejemplo, el aporte de las artistas mexicanas desde la década de 1920 sigue siendo un apéndice en la historia del arte mexicano. Las mujeres no estamos situadas dentro de su contexto: estamos como en una especie de gueto aparte, apenas con una cierta visbilidad y no estamos en contrapartida con nuestros pares, discutiendo los mismos problemas.

Creo que necesitamos una reelectura, primero que nada, de la historia del arte mexicano del siglo XX y XXI, en donde nuestras figuras femeninas, que son muchísimas, puedan ocupar el sitio correcto, porque eso cambia nuestra percepción de nuestra propia historia y nuestros discursos como mexicanos. Por ejemplo, pensando en los muralistas y en las mujeres que pintaban en ese momento como Frida Kahlo o María Izquierdo, por ejemplo.

Ellas utilizaban el tema del bodegón, y habría que preguntarse ¿qué implicaciones conceptuales y filosóficas tenía pintar bodegones? En ellos se hablaba de la sexualidad, de la vida cotidiana y, sobre todo, de una proyección menos heroica que la de que existía en los murales.

[Sobre qué debería de cambiar] me parece que sería interesante que en los museos y las colecciones hubiera adquisiciones y muestras de trabajo de artistas mujeres, pero no como una excepción. Otro tema pendiente es que, a partir de los 60, se han tenido que revisar los paradigmas sobre la producción artística, y en México resulta que hay una vara muy estricta a la hora de juzgar el trabajo de las mujeres, en comparación a una vara menos rígida con el trabajo hombres.

También es verdad —como lo debe haber comentado Mónica— que las mujeres piden mucho menos becas; esto significa que las mujeres tienen más dudas a la hora de presentar su trabajo; y eso tiene que ver con la educación que recibimos. Esto también tiene que ver con que la cultura machista —de maestras y maestros por igual— que parecen poner siempre más dudas sobre el trabajo femenino, que normalmente tiene otra dinámica y otro tipo de referencias.

Magali Lara (Ciudad de México, 1956) es una artista visual, gestora y maestra que ha trabajado desde los años setenta con obra relacionada al cuerpo y las emociones a manera de ensayos visuales a través de temas como la identidad, lo femenino, la otredad y la conexión entre el adentro y el afuera. Con una carrera de más de cuarenta años como artista visual y veinte como maestra, ha tenido varias exposiciones individuales en museos nacionales y en el extranjero y su obra está en varias colecciones importantes tanto nacionales como en otros países.

—Mónica Mayer | Artista

Mujeres en el arte.

Retrato de Mónica Mayer. Tomado de Dos Feministas.

Yo me empecé a dar cuenta muy pronto, cuando entré a la escuela de arte, a la ENAP —hoy FAD— de los retos que íbamos a enfrentar las artistas. En una presentación que dio una compañera sobre mujeres de artistas —en un lugar donde nadie nos había hablado de mujeres artistas en ninguna clase de historia del arte—; al final de la plática los compañeros nos dijeron que las artistas éramos menos artistas que ellos porque la creatividad se nos iba en la maternidad. Entonces me quedó muy claro que había que hacer el trabajo artístico, pero para que fuera visible, había que cambiar todo un sistema. No es que yo solita me haya dado cuenta, era en la mera ebullición del feminismo setentero y en la misma escuela de arte había varias compañeras que estábamos pensando lo mismo.

Los retos que teníamos entonces incluían que se nos tomara en serio y también nosotras tomarnos en serio, porque allí el reto como mujer siempre ha sido doble: nos han enseñado a no tomarnos tan enserio como artistas, como profesionales —eso sucedía mucho en mis tiempos—.

Entonces por ejemplo los maestros no les prestaban tanta atención a las alumnas —y si eran casadas, menos; en los museos veías poco trabajo de mujeres artistas; en las galerías había muy poca representación. Y ante este medio adverso, muchas artistas acaban creyendo que su trabajo no es tan bueno. Yo misma tuve que enfrentarme y creer que mi trabajo era importante y que si, de repente era invisible, no era porque yo no fuera una buena artista, sino porque había todo un sistema que teníamos que cambiar.

Así que junto con otras artistas y fotógrafas como Magali Lara, Rowena Morales, Ana Victoria Jiménez , y muchas más, empezamos a organizar exposiciones de mujeres artistas y de arte feminista para cuestionar y fomentar esta presencia. Además desde 1976 empecé a dar talleres y conferencias de arte feminista. En ese año también di mi primera conferencia sobre la mujer y el arte en la ENAP, acompañada de Juana Gutiérrez y Armando Torres Michúa, quienes eran mis maestros de historia del arte. Era importante producir arte desde planteamientos feministas y empezar a hablar de esa temática.

Notas en papel color rosa. Mujeres en el arte.

Mónica Mayer, Tendedero, 1972–. Tomada S22.

Pero el sistema del arte es un sistema sexista. Tanto el Museo de Arte Moderno como el Museo de Arte Carrillo Gil han hecho estudios del bajo porcentaje de mujeres artistas que tienen en su colección y que exponen en sus muestras individuales y colectivas, y generalmente son menos del 25%, pero no han hecho nada por cambiar la situación.

En el archivo de Pinto mi Raya, por ejemplo, en el que guardamos textos de opinión entre 1991 y 2016 de los principales diarios, hemos calculado que lo que se escribe sobre crítica de arte de mujeres artistas es menos del 5%.

Hace tiempo Betsabée Romero hizo un estudio de las becas de Jóvenes Creadores, y descubrió que las obtenían proporcionalmente hombres y mujeres, pero las mujeres que las solicitaban eran menos. Ahí hay mucho trabajo que tenemos que hacer de para el «fortalecimiento de ego de las artistas» —como le llamo yo—. Por la manera en que estamos educadas, la mayoría —no digo que todas— no sabemos lidiar con el rechazo y nos achicopalamos; o creemos que nuestro trabajo no es lo suficientemente bueno para pedir la beca. Así que hay un trabajo interno que nosotras debemos hacer personalmente o a través de la educación, y otro más público exigiendo que se revise esta ausencia de mujeres artistas.

Lo que ha cambiado es que hay más conciencia. Muchas artistas, especialmente las jóvenes, están pensando desde el feminismo y están cuestionando para qué sirve el arte —y cómo lo utilizan en distintas maneras—, pero también sobre cómo fortalecer su presencia en el arte. Creo que hoy está más presente el arte feminista y el arte de mujeres e instituciones como museos van cambiando lentamente.

—Mónica Mayer (Ciudad de México, 1954) estudió artes visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM y obtuvo una maestría en sociología del arte en Goddard College. Participó dos años en el Feminist Studio Workshop en Los Ángeles, California. Su obra gráfica, sus dibujos y sus performances se presentan desde los setentas en espacios independientes y oficiales, nacionales e internacionales. De acuerdo a diversas publicaciones es considerada pionera del performance y la gráfica digital en México y precursora del arte feminista en América Latina. Ingresó al Sistema Nacional de Creadores en 2012 con el proyecto De Archivos y Redes

—Pilar Villela | Artista, escritora y gestora cultural

Mujeres en el arte.

Retrato de Pilar Villela. Tomado de Facebook.

Empecé a involucrarme en el medio del arte por ahí de finales de la década de 1980 y, en 1992, dejé la carrera de química para meterme a estudiar artes visuales en la ENAP, ahora FAD.

Ya lo he dicho en otras partes, no me he levantado un solo día en la vida pensando: ¡Carámba! ¡Soy mujer! Sólo me acuerdo de que soy mujer cuando hay alguna interacción con alguien más que me lo hace notar, ya sea como una cuestión de igualdad o de diferencia. El medio de entonces era increíblemente machista (como creo que sigue siendo hoy) y las anécdotas son muchísimas. Simplemente, si alguien se pone a ver las relaciones de «parentesco» que había en los famosos y siempre bien ponderados espacios alternativos de la década de 1990, notará algo raro: las pocas mujeres que había éramos «novias de», «amantes de» o «alumnas de» alguien más (este último era mi caso). Eso si hablas de las artistas. También había otras que realizaban labores administrativas. Es obvio decir que —si lo piensas desde el lado de los hombres, como aquellos que detentaban, y detentan, el poder visible— eso implicaba allegarse servidumbre y no colegas.

El problema de la frase «tú como mujer» es que presupone dos tus: la persona y un porcentaje de ese que es mujer. Se sigue asumiendo que hay un yo, neutro (es decir, masculino) y una parte femenina que es el anexo de ese yo preexistente. La verdad, ese agregado siempre me pareció una terrible inconveniencia a la hora de relacionarme con los demás, ya fueran hombres o mujeres. De todos modos y como el «tú como mujer» es inevitable tomé algunas decisiones que, aunque estoy segura de que me hicieron la vida más difícil (mucho más difícil) me parecían justas, en relación a mí y a las demás mujeres. Esas decisiones pasaron por que yo podía ser yo sin ser «mujer» o más bien sin apegarme a ninguno de los roles que se le exigían a la mujer: ni sumisa ni narcisista ni coquetuela ni femme fatal, ni monja ascética, ni militante feminista. El problema de eso es que es como un glitch, un ruido blanco que estorba tu comunicación con casi todos tus interlocutores: te vuelves ilocalizable «como mujer» y, como eres mujer, como persona.

Eso sí, en esa época me negaba a participar en exposiciones y charlas «de mujeres» y eso no me ayudó. Acabé viendo que los hombres no me invitaban y a las mujeres les decía que no. Me parecía muy ofensivo que alguien pusiera mi suerte en la lotería genérica (buena o mala) por encima de todo aquello que, en cambio, era resultado de mi actuar en el mundo: la obra, los estudios, los esfuerzos o las ideas. Nacer con útero no es algo que yo haya escogido. Para mí, todo lo demás —incluyendo las condicionantes fuertes de clase, fenotipo, posición socioeconómica, nacionalidad, e incluso historia familiar— era igual de importante. Eso sí, hasta la fecha nunca me han invitado a una exposición por carecer de patrimonio o por no haber tenido beca familiar cuando era «artista joven». Eso, para mí, ha implicado muchas más dificultades que ser mujer. Que quizá, estadísticamente, mi carencia de patrimonio tenga que ver con que soy mujer es otra cuestión.

En cuanto a las exposiciones y charlas, ya me cansé de ir a contracorriente. Pero me sigue pareciendo ofensivo: el que te agarra la nalga en el metro te ataca, genéricamente, por ser mujer; el que te invita a presentar tu trabajo por ser mujer elige, deliberadamente ignorar tus méritos y privilegiar tu estatus de mujer sobre todo lo demás. En el fondo, los dos piensan igual.

Evidentemente las cosas han cambiado y mucho. Me da mucho gusto que, entre los más jóvenes, haya muchas más mujeres artistas que reciben reconocimiento y que se reconozca también a aquellas mujeres de generaciones anteriores a la mía que se pasaron años picando piedra para abrir camino. Aunque esto tendría que ser motivo de alegría y celebración, hay tres factores que me hacen pensar que, fuera de eso, no hay mucho que celebrar.

Collage tridimensional. Mujeres en el arte.

Pilar Villela, detalle de la exposición El abismo, 2017. Fotografía de Andrew Birk y Eduardo Egea. Tomada del blog de la artista.

En primer lugar me preocupa que este resurgimiento del interés por los feminismos sea una respuesta a un incremento de la violencia contra las mujeres. Si bien es cierto que hay una parte de esa violencia que ya existía, pero no quedaba registrada como un problema público (el maltrato doméstico o el acoso, por ejemplo), también podemos hablar de que la guerra permanente de baja intensidad que se ha extendido de diferentes maneras — como el nuevo orden mundial— afecta de manera particular a niños y mujeres. No me da gusto que la necesidad de protestar contra esta violencia sea la ocasión de la visibilidad de la obra de las mujeres y no otros méritos.

En segundo lugar creo que los feminismos están de moda en el arte (y en otras manifestaciones culturales) y eso me parece una muy mala noticia. Aunque es una discusión que, para mi sorpresa, es totalmente tabú en relación a los mismos feminismos (como mujer, cuestionar los feminismos fuera de los grupos y cánones establecidos suele ameritar linchamientos sociales de diversa intensidad), yo creo que la «sublimación» de una exigencia política en bien simbólico implica cierto grado de desactivación. Algunas compañeras me han hecho notar que se trata de una lucha por darle visibilidad a un conjunto de problemas, a lo que yo opondría que —en especial bajo los imperativos de comunicación de las redes sociales— cuando el objetivo no es ganar dinero not all publicity is good publicity. Si, por ejemplo, las redes sociales se caracterizan por formular mensajes y adhesiones polarizantes en la medida en que no admiten la reflexión y apelan a la adhesión o el rechazo total y emotivo a consignas más o menos simplistas, movimientos como el #metoo pueden ser armas de doble filo.

Eso me lleva a mi tercera preocupación. El #metoo, por ejemplo, opone la mujer ultrajada al hombre ultrajador. El hombre machista responde con el consabido «no todos los hombres», #whitelivesmatter, o cualquier eslogan similar. Para mí, y según lo que he dicho hasta ahora, esta forma de visibilidad tiene un inconveniente: en lugar de trabajar para tumbar la categoría, afirma la desigualdad.

Al decir «yo también» la mujer, como individuo, se somete al imperativo de su mujeritud y se le presenta al otro como colectividad. A su vez, el otro le responde afirmando su individualidad en una operación exactamente inversa: se sustrae de la colectividad «de los opresores» para decir «yo no». No sé entonces, si estos fenómenos respondan a una «toma de conciencia colectiva» (el famoso llamado de las feministas a deconstruirse o —como dirían otros, antes— a tomar «conciencia de clase») con el fin de anular las distinciones o con el fin de exacerbarlas aún más. Más allá de los debates al interior del feminismo académico, donde las dos posturas están más o menos claras, creo que lo que se juega en la omisión es de gran importancia para hombres y mujeres: se trata de reconocer a las mujeres como tales (con un reconocimiento como el que se otorga a los hombres) o de que la categoría se vuelva irrelevante y nadie vuelva a hacer estás preguntas nunca más. Esa última sería mi apuesta, pero tengo la sensación de que los vientos de la historia no están soplando para allá.

—Pilar Villela (1972) estudió la Licenciatura en Artes Visuales en la ENAP (ahora FAD) de la UNAM y una maestría en Estética y Teoría del Arte en el Centro de Investigación de Filosofía Europea Moderna (CRMEP) de la Universidad de Middlesex, Londres.

Ha presentado su obra de manera individual y colectiva en México y en el extranjero. Ha escrito numerosos artículos sobre arte contemporáneo y organizado actividades como exposiciones y encuentros académicos, concentrándose especialmente en la relación entre arte, desmaterialización y economía.

Ha sido docente en diversas instituciones como la FAD de la UNAM, la ENPG La Esmeralda, la Universidad Iberoamericana y Centro de Diseño y Televisión. Además ha trabajado en diversas instituciones culturales como la Sala de Arte Público Siqueiros, el MUCA Roma y el Canal 22.

 

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Retrato de Jessica Berlanga Taylor. Cortesía de la curadora.

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