Cn
Retrato Cortesía de Santiago Espinosa de los Monteros.

Santiago Espinosa de los Monteros: Las necesidades de la cultura

Cuestionario 29.06.2018

Con motivo de las próximas elecciones presidenciales en México, Revista Código consultó a Santiago Espinosa de los Monteros sobre la cultura y las artes.

Los cierres de sexenio y las temporadas de elecciones son un buen momento para revisar las políticas públicas del país, pero también para hacer un análisis del estado en que se encuentran los distintos sectores que forman parte de y que interactúan con la sociedad mexicana. En este caso, y pensando en el sector que ocupa a Código, hemos construido una serie de preguntas sobre las necesidades del sector cultural en México, con el fin de hacer un (breve) diagnóstico de lo que deberán ser las principales preocupaciones del trabajo de la Secretaría de Cultura en años venideros. Para esta ocasión, consultamos a Santiago Espinosa de los Monteros, curador y crítico de arte egresado de la Universidad Iberoamericana, quien ha colaborado en proyectos de instituciones nacionales e internacionales y que actualmente se desempeña como Director de Artes Visuales y Escénicas de la Universidad Autónoma Metropolitana.

 

—La relación entre cultura y tejido social se ha mencionado en repetidas ocasiones, y sin embargo no se suele ahondar en lo que ésta implica. ¿Cómo definirías tú esta relación? ¿Encuentras en el arte una herramienta efectiva para el restablecimiento del tejido social? Y, de ser así, ¿cómo puede hacerlo?

Creo que en la relación entre cultura y tejido social, al intentar explicar un vínculo explícito entre ambos como si no fuesen una misma cosa, se asume que están separadas y no en íntima conexión. El tejido social es parte de una cultura colectiva, escrita o no, que es la que norma nuestras relaciones comunitarias, sociales, políticas, etc.

Atendiendo el sentido de este cuestionario, me queda claro que al tocar el término «cultura», se asume lo que idealmente deberían llevar a cabo los organismos e instancias estatales para su procuración. Al leer la pregunta «¿Encuentras en el arte una herramienta efectiva para el restablecimiento del tejido social?», a priori se asume que este tejido al que se hace mención está roto. No es así. El tejido social tiene fuertes lazos que cruzan muchos terrenos, entre ellos por supuesto el cultural. Esto va desde las ferias de arte y circuitos galerísticos, cuyos consumidores pertenecen a clases idealmente informadas y adineradas, hasta las fiestas barriales —pasando por la singular estética y vida estructural de los mercados populares.

Una estrategia puede ser la del reforzamiento de esos esquemas ya existentes, expresivamente ricos todos por diversas razones. Más que ensayar, dislocando dinámicas e inercias ya existentes originadas por impulsos coyunturales, es importante velar por el establecimiento y consolidación de lo que ya de natural existe (por razones atávicas, mercantiles, circunstanciales o las que fueren).

Veo más positivo orientarse por ahí que hacer cruces entre uno y otro pretendiendo prestigiar los que se apeguen a distintos programas políticos y sofocar los que se alejen de estos. Cada uno tiene su dinámica, su público, su historia y sus réplicas en distintos sectores de la sociedad.

 

—Otro de los temas urgentes a considerar en el ámbito de la cultura es la inequidad, tanto en término de igualdad de oportunidades como de igualdad en la representación. ¿Cómo pueden las políticas públicas dar voz a los creadores de los grupos minoritarios?

Me queda duda a qué se refiere la pregunta específicamente cuando dice «igualdad de representación». ¿Se refiere a que sean representados (por quién o quiénes)?, o ¿va en el sentido de la representación como el contenido de aquello que se dice con el producto cultural?

Creo que la inequidad, como está planteada en la pregunta, apunta en la dirección de las grandes mayorías sin acceso regular y cotidiano a los bienes culturales. Al hablar de grupos minoritarios se asume entonces que en ellos se encuentran creadores de las diferentes disciplinas buscando presencia en espacios establecidos (públicos o privados).

En este punto, si algo se ha criticado a los apoyos culturales que brinda el Estado, es justamente que apuntan con gran frecuencia a estos «grupos minoritarios» que suelen detentar los espacios de poder y que circulan como un equipo compacto por los espacios más prestigiados y consagratorios. Hecha esta diferencia, y recordando la máxima (que NO comparto) que asegura «Que la cultura sea para todos, en tanto ‘todos’ sean sólo unos cuántos», entiendo que los accesos a oportunidades similares cruzan también por la inserción de actores periféricos a los foros centrales bien iluminados y con gran eco mediático.

 

—En el trabajo por la descentralización de la cultura en la República, ¿siguen siendo instituciones tradicionales como bibliotecas y museos el mejor vehículo?

Museos y bibliotecas son sólo una parte de la gran infraestructura cultural con la que cuenta el Estado. Si bien es verdad que ambos lugares son emblemáticos de «lo cultural» por su alta visibilidad y apertura a los grandes públicos, detrás de ellos está la jerarquización de lo que contienen y ahí está el corazón de los mensajes, desde ahí se mandan a los receptores.

La descentralización de la cultura va mucho más allá de reubicar físicamente las oficinas de los altos mandos y dejar en la capital del país y en las de los estados inmuebles llenos de una burocracia replicante que atenderá los llamados de una oficina que se encuentra a unos cientos de kilómetros de distancia. Eso no es descentralización.

 

—Ante la reducción de los presupuestos para la (ahora) Secretaría de Cultura, ¿consideras que deberían fomentarse las alianzas público-privadas, o que es el Estado el que debería asignar más recursos? ¿En qué áreas consideras que son más urgentes estos recursos?

Las alianzas público-privadas me parecen fundamentales en un esquema de corresponsabilidad social en el apoyo a la cultura. Aunque, mientras no se aumente la deducibilidad de impuestos a las donaciones privadas, estas siempre serán menores o tendrán esquemas separados de las instancias gubernamentales vía las fundaciones y los fideicomisos.

Mientras que en otros países los patronatos o donatarios deducen cerca del 100% de su donación a temas culturales, en México ese porcentaje es francamente menor, lo que desalienta la participación de capitales privados en el apoyo a instancias culturales del Estado. Uno de los argumentos oficiales para no subir esta deducibilidad tributaria es el deseo de inhibir el lavado de dinero vía estas erogaciones. En este momento y sabemos que está más que demostrado, los grandes montos de dinero sucio destinados a ser blanqueados, no lo hacen por la vía de los apoyos a este sector.

Respecto de la participación del Estado en la promoción cultural, es deseable apostar por una fluida coordinación y establecimiento de convenios interinstitucionales que no sólo den salida comercial a lo producido, sino que se abran los espacios para facilitar también la producción de bienes culturales y su difusión.

La Secretaría de Cultura, La Secretaría de Hacienda, la de Relaciones Exteriores, deben velar no sólo por esa difusión de la producción cultural mexicana, sino por que en el espacio de acción de cada instancia, se atiendan también los mecanismos de apoyo a su posterior circulación en los circuitos de influencia de cada una. La Secretaría de Economía podría jugar también aquí un papel importante. Para esto es necesario crear una suerte de comisión intersecretarial que congregue los esfuerzos de cada institución en dirección a un trabajo coordinado y de apoyo mutuo, y no a la duplicación de esfuerzos dislocados como los que ahora existen.

Quisiera entender la extraña y para mi inexplicable ecuación de lo que para el Estado significan los recursos para la cultura. Según datos oficiales, el ingreso por este sector alcanzó en 2016 el 3.3% del PIB, esto es $617,397 millones de pesos, en tanto que a la Secretaría de Cultura, considerando el aumento que se le dio en el último ejercicio fiscal, le otorgaron para su operación poco menos de $13,000 millones de pesos.

Los recursos, si los destinaran con una visión de largo plazo y no con la mirada sexenal que tanto ha dañado a México, habría que ponerlos en lo educativo. Ahí es donde tendrán mejores frutos. Estoy seguro que si desde la década de los años sesenta se hubiese invertido de manera más consistente en programas de creación cultural y educativos, no sólo tendríamos mejores orquestas, muchos más escritores, creadores visuales fundadores de escuelas internacionales y una capacidad de diálogo paralelo con los centros nodales de producción y consumo cultural de todo el mundo. Tendríamos también, y no es poca cosa, muchísimos más recursos en tanto que con esa política de inversión en la cultura, se habrían minimizado muchos de los estragos que nacen de la ignorancia, del no saber, del estar ajenos a cualquier esquema de reflexión posible que no sea el de la subsistencia diaria. Invertiríamos menos en armamento, en seguridad, en controles y filtros, habría más recurso para pensar, crear, y no en estructurar letales frentes de batalla. Tendríamos más libros y menos armas. Tendríamos más consumidores culturales y menos soldados y agentes federales. Seríamos dueños, al final del día, de un imaginario virtuoso apartado de la violencia y la sinrazón.

 

—En el estímulo a la creación, ¿cuál mecanismo consideras más eficiente para hacer llegar los recursos a los creadores?

Me parece que los programas existentes, ejemplares en el mundo, son perfectibles. Los sistemas de apoyo a jóvenes creadores, creadores con trayectoria, creadores eméritos, han dado frutos a lo largo del país. Sin embargo, quizá aún es pronto para evaluar, pensando en una estructura de generaciones (de 19 en 19 años según algunos historiadores), cuál ha sido la incidencia real de estos programas en una “«colectivización» del conocimiento. Tras un arqueo que hice hace algunos años, encontré que cerca del 82% de los creadores culturales en activo habían tenido algún tipo de estímulo del Estado ya sea vía becas, fondos de producción, coinversiones o apoyos directos y encargos de obra. Pero reitero, quizá es pronto para hacer una evaluación del impacto de este tipo de programas.

 

siguiente

Newsletter

Mantente al día con lo último de Gallery Weekend CDMX.