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Tania Bruguera, Escuela de Arte Útil, 2017– a la fecha. Vista de instalación, Tania Bruguera: Talking to Power / Hablándole al Poder, Yerba Buena Center for the Arts, San Francisco, 2017. Cortesía Yerba Buena.

El arte como una mecha. Detonadores y experiencias

Columna 16.05.2018

Daniel Montero

Daniel Montero analiza las implicaciones de valorar el arte contemporáneo como detonador a propósito de la exposición de Tania Bruguera en el MUAC.

En la actualidad, en las conversaciones más coloquiales sobre arte se puede escuchar con regularidad que el arte detona algo. O que el arte necesita de una acción, objeto, o circunstancia para que se detone algo. El arte (o incluso la imagen) como detonante ha aparecido como una nueva forma de describir, de manera retórica, una potencia de la práctica. Tendríamos así, por un lado, un arte que establece una relación nueva con el sujeto, en una especie de reacción en cadena vinculada a una experiencia. Por el otro, un arte que solo está «activo» en la presencia de ese sujeto y por el sujeto, en relación a lo que la lógica de la obra propone. Como se podrá imaginar, las dos cosas están relacionadas. Hay ciertas obras que solo se activan con la participación de los asistentes, y los objetos y dinámicas que se proponen son los detonantes. Pero también tenemos relaciones con las imágenes (con ciertas imágenes) que de manera voluntaria o involuntaria detonan algo en nosotros, a veces llamando a nuevas imágenes o incluso a acciones específicas.

Incluso en el lenguaje teórico más especializado, las nociones de detonador y detonante se han consolidado para describir la nueva relación con el arte. Se cree que el arte opera como una especie de vínculo entre las cosas y que de alguna manera produce una reacción, cualquiera que esa sea y que muchas veces se lee como una reconfiguración. Pero, ¿reconfiguración de qué? Así, el arte es la mecha que se prende para producir la explosión de la experiencia que, a su vez, desencadena otras cosas ya sean acciones o afecciones. Sin embargo lo que está en juego aquí, más que la aparición de la noción de detonante, es precisamente la otra, la más difícil de describir y que desde mi punto de vista es mucho más oscura, menos metaforizable: si el arte es un detonante, ¿de qué experiencia estamos hablando? El asunto de esa experiencia se ha intentado describir de diversas maneras (en el vínculo entre estética y política, por poner un ejemplo muy conocido) pero, en general, se piensa que la correspondencia entre experiencia y detonante es nueva. Y es nueva porque no es una relación objeto-sujeto como lo describía la estética idealista, e incluso es diferente a la de las teorías de la percepción, de la socialización y de las afecciones sicológicas, sociales, y económicas que se trazaron en el siglo XIX y hasta la segunda mitad del siglo XX (aunque, de manera problemática, estas teorías sostengan la retórica del detonante). Tiene que ver, más bien, con la manera en que el sujeto contemporáneo, en un mundo globalizado y neoliberal, puede generar algún tipo de resistencia o evitar una enajenación. El detonante estaría pues a medio camino entre un una experiencia colectiva y una personal. Así, un detonante, en muchos sentidos, es como una especie de despertador.

Mujer con revólver. Arte como detonador

Autosabotaje, 2009. Fotografía de César Delgado Wixen. Tomada de MUAC.

Es muy probable que la noción de arte-imagen como detonante haya aparecido recientemente como una metáfora de reacción en cadena. Por una parte, la aparición de las teorías sobre la imagen que asumen una relación compleja entre diacronismos y sincronismos en relación con la memoria. No es este el lugar para hacer una disertación teórica al respecto, pero me gustaría decir que precisamente la teoría de la imagen contemporánea en la medida que reflexiona sobre la manera en que se producen, se consumen y circulan las imágenes, pero también al respecto de su ontología, sentido y afección piensa en cómo es que no existe en el presente una separación tajante entre imágenes de la realidad y de la ficción, o de la presentación y de la representación. En ese sentido, en tanto mundo de imágenes, la realidad de la contemporaneidad, cualquiera que esta sea, no se puede entender sin pensar en el estatuto que ocupa la imagen en el presente. Para ponerlo en otros términos, la pregunta no es solo cómo me afectan las imágenes sino cómo me constituyen y como se yerguen, como presencia, ante el mundo. Así, el arte ya no sería una singularidad diferenciada de otras imágenes, sino que precisamente entraría a ser pensado en relación al mundo de imágenes, que incluso está fuera de su espacio institucional. La pregunta ya no es entonces cómo es que se diferencia el arte de las otras imágenes sino qué detona en relación a esas otras imágenes, es decir, qué tipo experiencia producen.

Por otro lado, la noción de detonante viene de una vertiente relacionada con la educación de y desde el arte y que se puede sintetizar en la idea del arte como investigación. Precisamente, el arte como investigación pretende pensar en una nueva relación con los sujetos: el arte es un vínculo para relacionarse de manera diferente con la realidad, la cual se investiga de diversas maneras. El arte como detonante tendría así la capacidad de incidir en la realidad en la medida en que enseña cómo investigarla y, más importante, cómo afectarla. Mucha de la investigación artística actual, incluso, en tanto vínculo con la realidad, no pretende generar productos concretos sino más bien experiencias, y así el arte se convierte en un elemento, no solo vinculante, sino transformador. O al menos eso es lo que dice la teoría.

Si embargo, la noción de detonante y la posible experiencia que se ve alterada no describe del todo qué es lo que se detona, más allá de la pretensión de que algo ocurra. Tal vez eso es suficiente para el mundo del arte. O tal vez, en tanto ya está ocurriendo algo con esa realidad, con esas imágenes y con esos sujetos, la noción de detonante es absolutamente insuficiente para describir, como metáfora, la situación. Otra posibilidad es que lo que se detona es realmente tan poderoso que ni los mismos sujetos que señalan y hacen posible la detonación pueden hacerse cargo de ello.

Telón y cámaras. Arte como detonador.

Tania Bruguera, El susurro de Tatlin #6 (versión para La Habana), 2009. Vista de la instalación en la exposición Tania Bruguera: Talking to Power / Hablándole al Poder, Yerba Buena Center for the Arts, San Francisco, 2017.

Es interesante pensar que muchos de los artistas y educadores (a través del arte) están tan ansiosos por «detonar» algo, lo que sea, que muchas veces no pueden ni describir, ni abarcar, y mucho menos intentar pensar en las mismas dinámicas que una obra, un evento o una imagen pueden producir. En efecto, alguno de los usos que se le da a la noción de detonación o detonante tienen que ver con una pretensión de lo que se quiere que ocurra, pero no termina de pasar. O que pasa, pero con unas consecuencias a veces contrarias a lo que se tenía previsto.

Me parece sugerente que en la conversación que sostuvieron Tania Bruguera y Lucía Sanromán en el MUAC el día de la inauguración de la exposición Hablándole al poder se usara recurrentemente la noción de detonante junto a otras como energía, crítica, y resistencia. Luego, al entrar a la sala de exhibición, estaba el set de la obra Escuela de arte útil, en el que durante un mes se darán pláticas y se revisarán proyectos por parte de la misma Bruguera y otras invitadas. Esa obra pretende, precisamente, «detonar» cosas en relación a un arte útil, como proyecto, una especie de incidencia social más allá del museo. Sin embargo habría que ver, de nuevo, el tipo de experiencia que se está produciendo fuera del museo y qué se detona, por encima de la retórica. No obstante, en esa «escuela» se propone detonar algo más «positivo» que en otra obra de la misma Bruguera, a la que ella misma hizo referencia el día de la inauguración. La obra Álbum doble que presentó en el festival Hemisférico (2009) en Bogotá y que ella describía como «hiperrealidad», causó muchos problemas institucionales, personales e incluso internacionales y no solo polémica, como ella lo hizo pasar de agache. En la acción, se convocó a un guerrillero, a un paramilitar y a una víctima de la violencia en el país para hablar sobre sus experiencias mientras otras personas repartían líneas de cocaína al público. Solo hay que seguir el debate que se produjo en el foro virtual de debate artístico Esfera Pública en Colombia para darse cuenta de lo que ocurrió en detalle. En términos generales no solo fue a ella a la que «casi meten a la cárcel» como dijo en la presentación, sino que lo que ocurrió después fue más bien producto del desconocimiento del contexto. La acción fue juzgada como peligrosa para los asistentes y participantes y puso en crisis la institucionalidad del departamento de arte de la Universidad Nacional de Colombia en general, también, fue juzgada como una mala obra de arte. Para poner un ejemplo hay que leer lo que escribió Víctor Albarracín al respecto:

Todo fue la misma historia de siempre, lastimera y patética, como un infomercial de gente gorda que logra adelgazar. Cada uno se echó sus tandas de discurso en orden y sin sobresaltos. Cada uno enfundado en el papel que se sabe de memoria. Ni la víctima se arrojó a mechonear a la exparamilitar, ni el guerrillero salió corriendo asustado por una Tania Bruguera que lo amenazara con una granada. Ni siquiera asistieron los guardias rojos para echar un parcito de petardos. Nada. Qué performance tan europeo. Parecía convocado por un instituto hemisférico de la frialdad polar.

Sin duda, la noción de detonante o la obra de arte como detonador tendría que ser revaluada en relación con la experiencia que se produce a posteriori y no antes. El arte sí opera como detonador pero, en general, de asuntos y experiencias que muchas veces no pueden ser anticipadas.

Daniel Montero

Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es autor del libro El Cubo de Rubik: arte mexicano en los años 90.

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