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Arte y feminismos: artistas y curadoras opinan

Archivo Código 02.03.2020

Con motivo del Día Internacional de la Mujer, dialogamos con creadoras mexicanas sobre feminismos y perspectiva de género.

 

La violencia de género, la inequidad y los retos que las mujeres tienen dentro de las disciplinas creativas por el simple hecho de serlo son temas insoslayables en México y que abarcan tanto la vida pública como la privada. Con tal motivo, invitamos a artistas y curadoras a platicar sobre perspectiva de género, sobre los retos que tienen las mujeres dentro de la disciplina.

Además de la valiosa participación de la curadora argentina Andrea Giunta (cocuradora de la exposición Radical Women: Latin American Art, 1960-1985), platicamos con Melissa García Aguirre, Carla Rippey Lorena Wolffer, quienes —entre otros temas— hablaron sobre la situación que de violencia que viven las mujeres en México.

 

Melissa García Aguirre | Artista

Arte y feminismos. Melissa García Aguirre.

Melissa García Aguirre. Fotografía: Velia de la Cruz. Cortesía de la artista.

—¿Qué crees que la perspectiva de género le aporta a nuestro entendimiento de la historia del arte?

Lo que aporta es una categoría de análisis. Es decir, una serie de herramientas para desvelar que no existe una sola manera de estar en el mundo, de ejercer nuestra corporalidad, pensar o producir.

En lo personal creo que el mayor aporte de la perspectiva de género es la posibilidad de diversificar y politizar nuestras maneras de hacer memoria. La idea de que podemos hacerlo desde el lugar desde el que habla nuestra identidad personal. Una cosa maravillosa de esta categoría es que, al centrarse en el género, abre mil posibilidades de análisis, porque el género está atravesado por muchas otras categorías, como con otros elementos identitarios como la orientación sexual, representación del género, origen étnico, geopolítico, etcétera. Pero antes, pensemos que los estudios de género comenzaron desarticulando las construcciones culturales de lo que significa ser mujer u hombre, o de lo femenino y lo masculino, pero también develaron que incluso dentro de los discursos hegemónicos no hay una sola manera de ser mujer ni hombre, sino que existen gamas de lo que se tiene culturalmente permitido y que están basadas en los entrecruces culturales con otras categorías que también limitan nuestra forma de estar en el mundo y hacer historias-memoria.

Si sumamos las formas contraculturales de ejercer el género y la sexualidad da como resultado la posibilidad de mirar la historia con una especie de bomba de cuestionamientos: miradas radicales, íntimas, periféricas y poderosas de hacer memoria dentro y fuera del arte. Creo que eso nos permite vivir en un mundo de hecho ya transformado, pero que estamos aún en proceso de desvelar y esparcir, porque antes de que existiera esta teoría y la perspectiva de género ya existían estas formas de hacer memoria, solo que no tenían un nombre a través del cual se le diera sentido. Ahora que lo tenemos, podemos hacer estas revisiones desde otros lugares, como lo han hecho artistas, críticas e historiadoras en su mayoría mujeres y personas no binarias.

 

—En el ámbito del arte, ¿por qué los feminismos deberían de formar parte de los discursos, contenidos, obras, formas de hacer?

No pienso que los feminismos deberían o no formar parte de los discursos, creo que lo que es realmente urgente es la consciencia de la posición política contenida en nuestras piezas, acciones y discursos. Los feminismos son maravillosos porque conforman diversos movimientos histórico-geográficos, teorías políticas, ideológicas y una serie de estrategias prácticas que están en constante transformación. Sin embargo, ni es el objetivo del feminismo, ni las feministas queremos la homogeneización de los discursos, sino precisamente lo contrario: la posibilidad de relacionarnos como seres plurales. En este sentido, creo que es importante como artistas y personas centrarnos en la defensa de la pluralidad.

Nos consideremos o no feministas, esto puede ser clave para avanzar en la agenda de los derechos humanos y además —no desde todas las perspectivas—, pero sí desde la mía, esto sí es muy feminista: las mujeres no somos el único sujeto del feminismo, aunque es de resaltar que, junto con las personas no binarias y la comunidad LGBT+, somos quienes conformamos la avanzada en la lucha contra el patriarcado.  

 

—Cuéntanos sobre alguna artista que haya cambiado tu perspectiva sobre los temas de género o sobre el trabajo de las mujeres en el arte…

Cada pieza definitivamente transforma perspectivas. Elegí tres artistas: una de ellas es la colectiva Migrantas, ubicada geográficamente en Alemania, pero con miembras alemanas, argentinas y me parece que mexicanas. Uno de los proyectos que tiene este colectivo es que comenzó a trabajar con grupos de mujeres migrantes en Alemania, con talleres de dibujo. Siento que este es un trabajo que se desarrolla en diversos espacios, como el íntimo, el colectivo, el social y público. Ellas daban los talleres de dibujo acentuando en dibujar situaciones que les implicaran el asunto de la migración. Después, con estos dibujos, la colectiva diseñó pictogramas y lograron que esos pictogramas se proyectaran en diversos espacios públicos, primero con carteles en la ciudad y luego en el Metro. Los pictogramas basados en los dibujos de estas mujeres pasaron a estar en una problemática que parece invisible en el espacio público, a través de ese trabajo ya no lo es. Me pareció muy pertinente esa forma de visibilización, que tiene un trabajo colectivo de fondo y un trabajo en distintas dimensiones.

Otra pieza que me parece muy pertinente es Encuesta de violencia de mujeres, de Lorena Wolffer. A mí me tocó ser parte de este proyecto cuando hizo las encuestas en la entrada del Metro. Si contestabas que sí habías sido víctima de violencia, te daba un botón rojo, y si no, te daba uno verde: me tocó el rojo. Recuerdo que tener el botón rojo me hizo entender que yo era parte de las estadísticas, que el problema de la violencia estaba no solo en el universo simbólico, sino en mi cuerpo, y en mi relación simbólica con él. Me dio tanta vergüenza en ese momento que me guardé el botón en la bolsa de los pantalones y bajé el andén; y cuando llegué, todas —absolutamente todas las mujeres que estaban ahí— tenían puestas el botón rojo. Esa fue una manera de hacer visible en un espacio público lo que de otra forma no podemos ver, y se convirtió además en una especie de forma de emancipación, de vernos todas a la cara y ver que no estábamos solas, que teníamos un cuerpo colectivo para resistir eso contra lo que estamos debatiéndonos, que es un sistema.

Otra pieza que me impactó es de una artista australiana llamada Sarah Jane Norman. Ella es descendiente aborigen australiana. Cuando su último familiar aborigen murió, le regaló a Norman un diccionario de la lengua, donde venían las palabras con los significados. Ella tiene una pieza en distintas etapas, que se llama Bone Library, en la que talla y corta huesos de res, en los que escribe en cada pedacito una de las palabras del diccionario. Al final está ella en el fondo, y frente a ella hay varias mesas con los pedazos de hueso y las palabras escritas en un pedazo de papel. Me parece un trabajo que problematiza qué hacemos las mujeres con nuestra lengua de origen; sobre todo qué podemos hacer cuando nuestra lengua de origen está siendo exterminada.

Hay muchísimas artistas que nos cambian la vida y la perspectiva. Para mí uno de los trabajos más impactantes, también en términos de género, es el de las Yeguas del Apocalipsis: colectivo chileno conformado por Pedro Lemebel y Francisco Casas. Ellos trabajaron el tema del género y los desaparecidos durante la dictadura y también esta problematización de que lo femenino y lo masculino no pertenecen a una discusión de la biología, sino de lo simbólico. Quisiera resaltar que no es una discusión de la biología en términos tradicionales, porque como diría Judith Butler, también la biología está permeada por el lenguaje, entonces es una cuestión a discutir.

Me parece pertinente resaltar la fuerza del trabajo de las Yeguas del Apocalipsis porque viene del hecho de que están hablando desde su propia identidad: la memoria de otros cuerpos y sexualidades no-hegemónicas.

 

—Recomiéndanos tres libros que hablen sobre feminismo y arte…

Para mí, creo que los libros básicos para pensar el arte y el feminismo en la historia del arte son la compilación de Karen Cordero e Inda Sáenz, Crítica feminista en la teoría y la historia del arte (Universidad Iberoamericana, 2007). Creo que es un libro básico para comprender la complejidad ante la que estamos.

Arte Feminista en los ochenta en México: Una perspectiva de género, de Araceli Barbosa (UAEM/Casa Juan Pablos, 2008) también es muy interesante porque no solo recopila las artistas y las piezas que estaban trabajando, sino las problemáticas en las que se experimentaban en el arte y el feminismo: En la década de 1980 no era como ahora que puedes googlear o pedir un libro por internet; te tenías qué apoyar entre  lo que sabían otras artistas. Este libro es una investigación increíble con muchos testimonios, y que dialoga entre las piezas y lo que estaban pensando las artistas, quienes ya estaban pensando en términos de feminismo.

Por último, Instalación por mujeres: arte y género en los noventa, de Aida Sierra Torres (Conaculta, INBA, 2012). Ella tiene reflexiones mucho más específicas en cuanto a feminismos y arte de género. Diez años después donde la información es otra y las artistas estamos más puntuales en el trabajo con el feminismo.

 

En México vivimos un constante estado de emergencia con respecto a la situación de las mujeres. Desde tu experiencia, ¿qué acciones, posturas, colectivos o personaje rescatas que aportan algo para cambiar esta realidad?

En definitiva, todas y cada una de las mujeres y personas no binarias que están trabajando por la transformación radical de nuestro país realizan acciones imprescindibles.

En lo personal, creo que lograr la despenalización nacional de la interrupción voluntaria del embarazo y el acceso a un aborto seguro, legal y gratuito sin condiciones es una de las acciones prioritarias de la agenda feminista en nuestro país.

El año pasado Nuevo León —que es el estado en donde vivo—, justamente en estas fechas se votó y aprobó una reforma de ley al artículo primero de la Constitución Estatal que brinda el estatuto de ciudadano al feto desde el momento de la «concepción», transformando el delito de aborto en delito de homicidio en razón de parentesco. Para dar un poco de contexto, en Nuevo León el aborto sigue siendo legal, porque no se ha modificado el código penal sino la Constitución, bajo tres causales: violación, peligro de muerte de la mujer o peligro de riesgos en la gestación del producto, lo cual sigue siendo legal en términos estrictos ya que no se ha transformado el código penal. Sin embargo, a partir de las protestas que se generaron en ese momento, es la primera vez que en Nuevo León estamos viviendo represión policiaca durante las marchas y las protestas. Al menos en los diez años que tengo trabajando en el activismo, nunca habíamos vivido la violencia que estamos enfrentando en este momento.

Eso nos habla de que el tema sobre quién gobierna el cuerpo de las personas gestantes es un asunto clave en cómo está funcionando la violencia que estamos viviendo. Considero que el logro de la autonomía de las personas con útero es en el fondo la lucha por nuestro goce. Si podemos conquistar eso en todos los terrenos —social, político y legal— nos dará lugar para terminar de conquistarlo todo.

Creo que el aborto legal es una de las llaves para abrir los candados simbólicos que siguen perpetuando los dispositivos de violencia, inequidad y desigualdad. En Nuevo León existen varias colectivas que están trabajando el tema en términos legales y prácticos, que son acompañantes para la interrupción del embarazo con medicamentos y dan seguimiento a mujeres que actualmente son procesadas. Entre ellas están la red Necesito Abortar México, Hablemos de aborto, Las Fridas y algunas más.

Arte y feminismos. Performance género

Melissa García Aguirre, Autorretrato en calor 07, 2019 [Tejí una red con colaboración de mujeres artistas locales para después recostarme en ella sobre el calor de 100 velas]. Cortesía de la artista.

Melissa García Aguirre (Monterrey, 1987) es artista visual y escritora. Su trabajo se ha presentado en plataformas como el museo Ex-Teresa Arte Actual, Tina B-The Prague Contemporary Art Festival, Venice International Performane Art Week y otros espacios en países como Venezuela, Brasil, Chile, Argentina, España, Francia, República Checa, Italia, Chipre y Bolivia. Ha sido beneficiada con diversos reconocimientos y becas como el Primer Premio Performagia Encuentro de Arte de Performance 2009 (UNAM), PECDA 2013 Y 2016 (CONARTE), PADID 2016, 2017 y 2018 (CENART-CONACULTA), FONCA Apoyos Especiales 2018 y FORCAN 2018 (Secretaría de Cultura de Chihuahua).

 

Andrea Giunta | Curadora

Arte y feminismos. Andrea Giunta

Andrea Giunta. Cortesía.

—¿Qué crees que le aporta la perspectiva de género a nuestro entendimiento de la historia del arte?

La historia del arte está siendo transformada desde la visualización de obras que habían sido enterradas por las historias del arte establecidas. Borradas, desjerarquizadas, olvidadas. La perspectiva de género interseccional, que se involucra con los conceptos de clase y raza, está produciendo un cambio radical en el concepto de arte. No podemos seguir ignorando lo que realiza más de la mitad del planeta. Las mujeres no representan más del 20 —en el mejor de los casos, el 30 por ciento— del mundo del arte. La población afrodescendiente, resultado de la esclavitud y de la diáspora, la población de África y de Asia, están casi ausentes en la historia del arte, que no es más que una reducida historia de lo que sucedió en unas pocas ciudades de Europa y Estados Unidos. Y eso se llama historia del arte moderno o contemporáneo. Como sabemos la historia del poder se reduce a unos pocos. Y eso es la historia del arte, la historia de los poderosos. Esa historia está en un proceso de transformación; historias, no Historia. El feminismo, la perspectiva de género, de raza que involucran teorías políticas, económicas, ecológicas, están produciendo una reconceptualizacion del mundo, y ofrecen instrumentos para desarmar la fuerza del relato más establecido de la historia del arte.

 

—Más allá del ámbito académico o de los circuitos artísticos, ¿qué implicaciones tendría una historia del arte generada con una perspectiva feminista?

Por un lado, la historia del arte se está transformando en la escena urbana. Mi actividad actual, involucrada con el activismo feminista, se concibe entre la asamblea y la escena pública. La calle, la acción colectiva, activar imágenes en la urbe, leer poemas en una manifestación, son prácticas que están transformando las formas de pensar el arte. La historia del arte feminista, al mismo tiempo, está liberando un tornado de obras que habían sido enmudecidas por el orden patriarcal, blanco y clasista que domina en el mundo del arte. Esas obras, y las prácticas curatoriales que las ponen en contacto con lo público, son parte de los imaginarios de la disidencia y la emancipación. El mundo del arte se amplía y la remoción de los lugares comunes y de los ideologemas que los sostienen amplía los signos de la cultura social. Por eso muchos sentimos que una academia que se queda en el paper y en el informe institucional es tan exigua e ineficiente. Aunque también es imprescindible, ya que la investigación de cubículo puede transformar políticas públicas. Me interesa no desechar, sino actuar desde la fricción entre esos dos campos, la urgencia de la arena pública, de los que se gestiona en las calles, y la demora de la investigación crítica.

 

—¿Debería el feminismo formar parte de los discursos, contenidos, obras, formas de hacer, etcétera en el ámbito del arte? 

El pensamiento político contemporáneo se articula desde el feminismo. Un feminismo que comprende tanto la agenda de la reivindicación —las historias que no han podido contarse—, como aquella que apunta a una reconceptualización del mundo. El feminismo se vincula al debate sobre el antropoceno, sobre lo posthumano; es la arena de un pensamiento que va mucho más allá de la agenda reivindicativa. Propone reconceptualizar el mundo.

 

—Existe alguna autora que haya cambiado tu perspectiva sobre los temas de género o sobre el trabajo de las mujeres en el arte…

Nelly Richard. Desde una reflexión siempre focalizada en la cultura chilena, ella es la teórica cultural más extraordinaria que he leído. No solo por los objetos que analiza, por las zonas de la cultura que trabaja, sino también por la forma en que lo hace, tallando la escritura, las palabras, como un objeto opaco que prismáticamente aborda y desarma poéticas, las desmonta, las descalza. Nelly ha trabajado sobre nociones de articulación crítica como las de pliegue, borde o descalce. Ha llevado adelante una poética de la impresión y del concepto editorial sumamente críticos.

 

—Recomiéndanos dos libros o autoras que hablen sobre feminismo y arte…

Además de Nelly Richard —que tiene títulos como Masculino/femenino: prácticas de la diferencia y cultura democrática (Francisco Zegers Editor) de 1993, obra que en la década de 1990 introdujo y pensó a Judith Butler desde el campo de la escritura sobre arte—, me interesa, en las antípodas, la aproximación estadística de Maura Reilly y la de la historia del arte de Griselda Pollock. Desde México, las contribuciones de Mónica Mayer y de Karen Cordero. Esta última coeditó una antología imprescindible sobre artes visuales y feminismo. Discúlpame, pero dos libros son muy pocos. El feminismo no reduce: continuamente amplía. Creo que estas autoras son un excelente punto de partida para una tarea que recién comienza: deshacerse de esa restrictiva historia del arte que se nos ha impuesto para poder pensar todo de nuevo.

Retrato de mujer. Mujeres en el arte

Marie Orensanz, Limitada, 1978/2013. Collección de Marie Orensanz; Cortesía Alejandra von Hartz Gallery y la artista.

—Andrea Giunta (Argentina, 1960) es escritora, curadora y profesora de la Universidad de Buenos Aires, en donde recibió su doctorado. Actualmente se desempeña como investigadora principal en el CONICET, Argentina y es profesora invitada en la University of Texas, en Austin. Es de Vanguardia, Internacionalismo y política: Arte argentino en los sesenta (Durham, Duke University Press, 2007); Feminismo y arte latinoamericano: Historias de artistas que emanciparon el cuerpo (Buenos Aires, Siglo XXI, 2018 y próximamente por la University of California Press). Fue cocuradora de Radical Women: Latin American Art, 1960-1985 (2017-2018, Hammer Museum, Los Angeles, Brooklyn Museum, Nueva York y Pinacoteca de Sao Paulo).

  

Carla Rippey | Artista

Arte y feminismos. Carla Rippey

Carla Rippey. Fotografía de Andrés Pascoe Rippey. Cortesía.

—¿Qué crees que le aporta la perspectiva de género a nuestro entendimiento de la historia del arte?

Se ha vuelto bien conocido el cuento del escritor David Foster Wallace donde un pez adulto pregunta a un par de pececillos: «¿Cómo encuentran el agua?». Los pececillos se preguntan el uno al otro: «¿Qué diablos es agua?».

Es decir, las realidades más obvias e importantes a menudo son las que son más difíciles de percibir y analizar. Así es con las estructuras sociales con las cuales crecimos. No se nos ocurre examinarlas porque, estando en ellas, no vemos las alternativas. La toma de conciencia es un proceso largo y puede atravesar varias épocas, y la perspectiva de género es una herramienta importante en este proceso. Es la mirada desde afuera, la mirada desde la otredad, y me parece importante que la visión que surge de esta mirada incluya una consideración de las demás otredades, las que no prosperan en estas aguas, por razones de clase, raza, etnicidad, etcétera.

En cuanto a prácticas artísticas, he observado desde hace 40 años la poca presencia de mujeres en exposiciones importantes y en museos (entre 25 a 30 por ciento de las exposiciones), una situación que casi no ha cambiado. También he visto que las mujeres que aplican, por ejemplo, a La Esmeralda tienen portafolios tan buenos o mejores que los de los hombres, pero cuando llegan a pedir el SNCA (la beca del Fonca) a los 35, de repente hay menos proyectos buenos de mujeres.

Parte del problema puede ser que, para consolidarse como artista, es de gran ayuda estar en el centro de un equipo (de asistentes, parejas, parientes, galeristas, coleccionistas, etcétera) que valore y promueva esa consolidación. Es mucho más fácil para los hombres formar este equipo, mientras para las mujeres, es más común que la vida (la composición del agua) nos subvierta y nos encontramos como integrante de un equipo apoyando a otro, en lugar de estar al centro de nuestro propio equipo, concentradas en nuestras labores como artistas.

Actualmente hay muchas mujeres jóvenes promoviendo otro modelo: el trabajo en colectivos, redes compartidas y el apoyo mutuo puede ser una manera de romper la estructura heredada.

 

—Más allá del ámbito académico o de los circuitos artísticos, ¿qué implicaciones tendría una historia del arte generada con una perspectiva feminista?

La práctica artística en sí se basa en la innovación, el cuestionamiento o la reinvención y una perspectiva de género abre un área clave de experimentación y revaloración. En mi experiencia implica, en particular, un cuestionamiento de las estructuras de poder y la búsqueda de formas de trabajar y relacionarnos más equitativas y colectivas, como las que ya mencioné.

También hay que concebir el género como algo fluido; no estamos hablando de algo binario, masculino/femenino, en que quisiéramos imponer «lo femenino». Queremos abrir las posibilidades de inventar nuestra propia identidad, no estrictamente como hombres o mujeres, pero como individuos libres de manifestarse como entes creativos.

 

—¿Debería el feminismo formar parte de los discursos, contenidos, obras, formas de hacer, etcétera en el ámbito del arte? 

El feminismo bien entendido es un estado de conciencia; implica repensar la forma en que nos relacionamos y nos insertamos en la sociedad. Como lo veo yo, es el humanismo aplicado correctamente. Y en este momento estamos en una encrucijada notable por su violencia, y como siempre, una sociedad enardecida descarga esa violencia con más fuerza sobre las mujeres.

Pero la violencia es endémica y la que se ejerce en contra de las mujeres no se puede solucionar sin atender las complejas problemáticas sociales responsables del ambiente en general. Como artistas, otra vez, lo que podemos hacer es ayudar a articular la coyuntura y, en particular, tratar de crear conciencia en cunto a la necesidad de valorar a las mujeres como integrantes plenas de la sociedad, no como propiedad disponible. Entonces, por supuesto, esta lucha se lleva a cabo en los discursos, contenidos, obras y formas de hacer el arte, y además en los carteles, las manifestaciones, etcétera.

La calle se ha vuelto un espacio de mucha creatividad para las mujeres artistas. Veamos, por ejemplo, el performance Un violador en tu camino, del colectivo chileno LASTESIS, que dio la vuelta al mundo. Y dio la vuelta porque supo articular el sentir de muchísimas mujeres. Hizo exactamente lo que debe hacer el arte: expresar y hacer coherente su época.

 

—Existe alguna autora que haya cambiado tu perspectiva sobre los temas de género o sobre el trabajo de las mujeres en el arte…

Recientemente he estado leyendo Vision and Difference, Femininity, Feminism and Histories of Art, de Griselda Pollock (Methuen, 1988), que me ayudó a entender a otro nivel mi propia práctica. Pero creo que es importante notar que actualmente están trabajando muchas investigadoras jóvenes en este campo, cuyas publicaciones lo renovarán desde en la experiencia latinoamericana.

Un buen ejemplo es el proyecto actual de integrantes de Biquini Wax EPS, «Despatriarcalizar el archivo».

 

—Recomiéndanos dos libros o autoras que hablen sobre feminismo y arte…

Pongo tres, y no son exactamente libros de teoría de feminismo y arte, son novelas y memorias. Este último año me han impresionado muchos libros escritos por mujeres que destacan por las vidas complejas, accidentadas y originales que relatan, por ejemplo, Lucia Berlin, con Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara, 2016); las memorias de la periodista y corresponsal de guerra Martha Gellhorn, Travels with Myself and Another (Cinco viajes al infierno. Aventuras conmigo y ese otro, Ataïr, 2011); y

cualquier libro de la mexicana Jennifer Clement, incluyendo La viuda Basquiat (Penguin Ramdom House, 2016).

Son libros de sobrevivientes que nos abren y validan formas de estar en el mundo.

 

En México vivimos un constante estado de emergencia con respecto a la situación de las mujeres. Desde tu experiencia, ¿qué acciones, posturas, colectivos o personaje rescatas que están aportando para cambiar esta realidad?

Hay muchos, y de ellos destaca la labor de Mónica Mayer desde hace años con El tendedero. Ya comenté las contribuciones del proyecto «Despatriarcalizar el archivo» y el trabajo del colectivo chileno Lastesis. Hay iniciativas que atienden directamente este estado de emergencia y otras que intentan crear, poco a poco, condiciones más favorables para mujeres artistas.

Agrego unas iniciativas recientes que conozco personalmente, empezando con la exposición Tú de mí, yo de ti, en el Museo de la Ciudad en 2019, como parte del Festival de Mujeres de la CDMX. En la primera reunión para planear el Festival (convocada por Magali Lara y Karen Cordero), Fernanda Barreto, María Cerdá, Manuela García y yo, acordamos organizar la exposición y posteriormente invitamos a participar a cinco artistas cada una, más algunas para crear activaciones. Por medio de visitas a talleres, cada participante visitando a otra, las artistas mismas escogimos la obra. La museografía se determinó con la participación de las cuatro organizadoras, coordinándonos con los museógrafos.

Es decir, introdujimos un nuevo modelo colectivo para curar la exposición. El concepto salió de la red de mujeres Entre Minas, que se coordina para compartir información, organizar respuestas a situaciones de violencia contra mujeres y visitar talleres de mujeres artistas.

Y para registrar la exposición, además de compartir y difundir obra de mujeres, creamos un blog, «Tú de mí, yo de ti», mujeres artistas en México, https://mujeresartistasenred.blogspot.com/. Ya hemos subido 19 entradas y al terminar de incluir las artistas participantes en la exposición, esperamos expandir la convocatoria a más artistas e investigadoras activas hoy en día.

Cortesía de Carla Rippey.

Carla Rippey (Kansas City en 1950) estudió en Nueva York, París y Santiago de Chile y llegó a México en 1973. Aprendió gráfica haciendo carteles para el movimiento feminista en Boston y la izquierda en Chile durante Allende. Participó en la formación del grupo literario Infrarrealista y fue integrante del grupo de arte experimental Peyote y la Compañía. De 2013 a 2017 fue directora de la ENPEG «La Esmeralda». Ha expuesto individualmente en el Museo de Arte Moderno, el MACG, el IAGO, el Museo de Monterrey y el MAVI en Santiago de Chile, entre otros espacios. Es integrante del Sistema de Creadores (Fonca) y miembro correspondiente de la Academia de Artes de México.

 

Lorena Wolffer | Artista

Arte y feminismos. Lorena Wolffer

Lorena Wolffer. Cortesía.

—¿Qué crees que la perspectiva de género aporta a nuestro entendimiento de la historia del arte?

La perspectiva de género cambia por completo nuestro entendimiento de la historia del arte. La historia del arte tiene básicamente una mirada de, por y para los hombres y la omisión sistemática de las mujeres es eso: ha estado ahí desde siempre, digamos que en años recientes se nos ha empezado a incluir a las mujeres artistas, pero en realidad, es una historia plagada de omisiones, no solo de mujeres sino, por ejemplo, también de artistas afroamericanos o de las disidencias sexogenéricas. El caso de las mujeres, como bien han señalado las Guerrilla Girls —que se nombran a sí mismas como la conciencia del mundo del arte— es singular: históricamente las mujeres hemos sido los sujetos de inspiración que no quienes producen las obras.

La perspectiva de género lo que hace es básicamente sacudir, ser un terremoto en el mundo del arte y su entendimiento, para recordarnos esas omisiones y para que incorporemos otras miradas, otras formas de hacer y de estar.

 

—¿Por qué el feminismo debería formar parte de los discursos, contenidos, obras, formas de hacer, etcétera en el ámbito del arte?

En sintonía con lo que te decía antes, creo que pensar en que los feminismos deban o no formar parte de una esfera de la vida me resulta un tanto problemático. Los feminismos los vivimos, los respiramos y, sobre todo, los habitamos y experimentamos. Es decir, son una serie de movimientos, porque hay diferentes vertientes dentro de los feminismos, que en última instancia apuestan por una realidad de igualdad para todas las personas, no solo para las mujeres. Hay una especie de replanteamiento de las jerarquías que existen en los usos y costumbres, que lo que buscan es eso: instalar un nuevo acuerdo de igualdad, no solo de respeto sino también de reconocimiento y celebración de la diferencia.

En ese sentido, no creo que sean una temática que se deba de abordar en el mundo del arte o cualquier otro, sino que deberían formar parte de esos mundos de una manera cotidiana y reiterada. No se trata de hacer una categoría de arte feminista, sino de incorporar los postulados de los feminismos en el quehacer artístico de una manera cotidiana y permanente. 

 

—Cuéntanos de alguna autora o artista que haya cambiado tu perspectiva sobre los temas de género o sobre el trabajo de las mujeres en el arte…

Yo llegué a los feminismos a través del performance, que es una forma un tanto peculiar; no lo hice desde la teoría o la academia, sino a partir de las performanceras de la década de 1970: Yoko Ono, Valie Export, Carolee Schneeman. Básicamente ellas me pusieron frente una serie de realidades que cambiaron completamente la forma en la que yo entendía mi estar en el mundo como mujer y también el trabajo que me interesaba realizar. A partir de ahí, te hablo de hace 20 o 25 años, mi trabajo se ha ido afianzando más en temas de género y en la procuración de los derechos de las mujeres y lxs otrxs, las personas de identidades no normativas.

 

—Recomiéndanos tres libros, autoras, proyectos o piezas que hablen sobre feminismo y arte.

Soy una defensora acérrima de reconocer el trabajo que se hace aquí. Diría que, de las generaciones más jóvenes, más que un libro, pensaría en la obra de Invasorix, una colectiva feminista; entre otras, son las autoras de la canción «El macho intelectual», una aguda y divertida crítica a los machismos dentro de las esferas del arte. Pienso también en el trabajo de Cerrucha y su documentación de los movimientos de las mujeres aquí en la Ciudad de México. En esa misma línea pensaría en el trabajo de Ana Victoria Jiménez, la primera fotógrafa en documentar los movimientos de las mujeres en México o en el de Producciones y Milagros, que han registrado las protestas feministas de los últimos años. El registro y la memoria de las luchas de las mujeres en México, ciudad y país, es fundamental para entender lo que estamos viviendo y lo que está pasando a nivel nacional.

 

—En México vivimos un constante estado de emergencia con respecto a la situación de las mujeres. Desde tu experiencia, ¿qué acciones, posturas, colectivos o personajes rescatas que están aportando para cambiar esta realidad?

Hablar de género y arte en México entraña hablar del estado de emergencia que vivimos desde hace años. Vivir en un país en el que matan a diez mujeres al día y en el que amanecemos cada mañana con una noticia más de una niña, una joven o una mujer desaparecida o asesinada, en un léxico ya común, es aterrador. 

En ese sentido, creo que todas estas propuestas se convierten en herramientas y estrategias para empezar a combatir y transformar nuestra cultura de manera radical. Tenemos una legislación ejemplar en lo que se refiere a los derechos de las mujeres, pero el problema es que esas leyes son imposibles de implementar en un país sin Estado de derecho, donde el acceso y la procuración de justicia son sueños y aspiraciones, pero casi nunca realidades.

Lo que resulta urgente es transformar la cultura que permite que esto suceda y creo que uno de los terrenos más fértiles para lograrlo es el del arte y la cultura. Por eso, muchas trabajamos a diario para desarticular esta cultura miserable y terrible en donde las mujeres nos hemos convertido en cuerpos dispensables.

Arte y feminismos. Mujeres metro

Lorena Wolffer, Mujeres el plural continuo
Foto México, Estación Tacubaya, STC Metro
Ciudad de México, México, 2019.
Cortesía de la artista.

—Lorena Wolffer (Ciudad de México, 1971) es artista y activista cultural. Desde hace más de 20 años su trabajo ha sido un sitio permanente para la enunciación y la resistencia en la intersección entre el arte, el activismo y los feminismos. Mientras en su propia obra aborda asuntos relacionados con la producción cultural del género y procura los derechos, la agencia y las voces de las mujeres y las personas no normativas, también ha producido, facilitado y curado proyectos con una gama heterogénea de artistas en plataformas como el museo, el espacio público y la televisión. Desde la creación de radicales intervenciones culturales con diversas comunidades hasta la elaboración de nuevos modelos pedagógicos para el desarrollo colectivo de conocimientos situados, estos proyectos se producen dentro de una arena que reconoce la pertinencia de los lenguajes experimentales y desplaza la frontera entre lo que conocemos como alta y baja cultura. Su quehacer —un escenario para la voz, las representaciones y las narrativas de lxs otrxs— articula prácticas culturales cimentadas en el respeto y la igualdad.

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Melissa García Aguirre. Cortesía.

Melissa García Aguirre, Autorretrato en calor, 2019 [Registro de performance]. Cortesía de la artista.

Andrea Giunta. Cortesía.

Carla Rippey. Fotografía de Andrés Pascoe Rippey. Cortesía.

Cortesía de Carla Rippey.

Lorena Wolffer. Cortesía.

Lorena Wolffer, Mujeres el plural continuo Foto México, Estación Tacubaya, STC Metro Ciudad de México, México, 2019. Cortesía de la artista.