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Javier V. Amador, 2015. Cortesía del artista.

Ensayo: La muerte del error. El Glitch Art

Opinión 30.05.2018

Javier Villaseñor V.

Javier Villaseñor revisa el Glitch Art desde su historia, procesos técnicos hasta las cuestiones políticas latentes en esta práctica artística.

Al comenzar a escribir este texto me viene a la mente un meme que tiene más de cierto que de chiste: un programador está concentrado ante un ordenador (aparentemente una iMac de tercera generación),1 mientras una figuración diabólica de Lenin mira sobre su hombro izquierdo. La leyenda superior lee «When you program open source, you’re programming COMMUNISM»; la inferior «A reminder from YOUR FRIENDS AT MICROSOFT».2 Y es verdad, en cierto sentido, considerando que los programas de código abierto suelen ser construidos y mantenidos de manera comunitaria, muchas veces más por pasión que por verdadera labor sistémicamente remunerada. Económicamente, suelen sostenerse por donaciones voluntarias de donatarios desinteresados y sumamente agradecidos con la ardua labor de programación que implica el generar programas altamente funcionales, personalizables y flexibles, que ofrezcan una alternativa a los códigos rígidos de los programas registrados por la suite de una compañía establecida (*ajam* Adobe *ajam*).3

Es en su gratuidad y su cohesión comunitaria donde radica lo «comunista» del open source, el cual, idealmente, puede llegar a todos de la «misma manera»; y sin embargo el argumento se derrumba cuando uno se detiene a observar por un breve instante que, de hecho, para poder programar y/o instalar programas de esta naturaleza es necesario, en primer lugar, contar con el equipo adecuado para hacerlo, i.e. un ordenador (sea de la naturaleza que sea), y que hasta la fecha no existe manera de tener uno sin someterse al mercantilismo y a la vorágine del consumismo contemporáneo.4 Es decir, los programas de código abierto son el «santo grial» de la era de la información, ya que se apegan a la utopía relacional que fundamenta la internet; sin embargo, aún faltan muchas variables para establecerlos como prácticas de un «comunismo computacional» de manera estricta.

Tomada de Reddit.

Dicho lo anterior, doy un salto cuántico5 para declarar, de manera tajante: el arte glitch ha muertoy ahora mi labor radica en unir esta idea con la anterior y conducirlas de una manera más o menos coherente, en fin…—. Quizá el arte glitch murió incluso antes de nacer. Es un aborto, un espécimen nonato que se cuela por nuestras retinas y que se ha normalizado vertiginosamente, encontrando un nicho dentro del lenguaje visual de la cultura popular. En un artículo anterior menciono de manera breve que el término glitch se origina en la aeronáutica, en un libro del astronauta John Glenn de 1962, quien lo utiliza para referir a una variación repentina, inesperada y, posiblemente, errática, en el voltaje de uno de los circuitos de una nave. Sin embargo, el «verdadero» origen de la palabra se desconoce. Algunos postulan que se origina del yiddish glitsh —resbalón—, proveniente a su vez del germano glitschen —deslizarse/resbalarse, y que su uso comenzó en la jerga de la radio y televisión cuando ocurría, de manera imprevista, un «desliz» en el transcurrir de las transmisiones; sin embargo, esto es solo una teoría y la palabra, ciertamente, tiene un origen oscuro. El punto aquí es que glitch comienza a ser utilizado, de manera técnica primero en la aeronáutica y posteriormente en la informática, como sinónimo de error, de algo no deseado, algo incontrolable e insondable y que, de manera definitiva, no-debería-de-estar-ahí-y-sin-embargo-está-y-no-sabemos-por-qué-está. Es un suceso que ciertamente dista de lo «bello» como categoría formal de análisis, más cercano quizá a lo sublime en cuanto a ocurrencia. En determinado punto, incluso, podría ser definido como «lo sublime informático» en tanto que representa la sumisión e incapacidad de actuar y discernir del sujeto (el usuario) ante su medio (el sistema operativo). Vienen a la mente recuerdos de la pantalla azul de la muerte (BSOD, por sus siglas en inglés) en las iteraciones de Windows, o la pasmosa bola de playa implementada en el OSX seguida por el colapso del sistema y la aparición del mensaje «el equipo se apagó por un error fatal», etc. Glitches: ocurrencias informáticas de un devenir de operaciones no esperadas por el sistema, que lo llevan —como cualquier sistema— a autoregularse y protegerse de aquello que potencialmente puede destruirlo.

Javier V. Decay, 2014. Cortesía del artista.

Bajo esta premisa, el advenimiento del arte glitch tiene una carga teórica y conceptual sumamente fuerte: arte digital que abraza el error de sus propias operaciones, que brinda la posibilidad del «colapso del sistema» funcional para generar un discurso estético y político contundente. Como mencioné también en el artículo citado más arriba, el arte digital es naturalmente transdisciplinario y muchas veces, más allá de devenir en ramas específicas, cada forma de éste toma como «materia» preceptos de diferentes técnicas. De este modo, por ejemplo, el net.art se ha valido, desde sus inicios, de la aparición del glitch como mecanismo de diálogo estético: romper, subvertir, las operaciones e interacciones comunes dadas entre el sistema y el usuario. Recuerdo, por ejemplo, en los dos miles, con el imperante uso de servicios de mensajería instantánea (AIM, MSN Messenger, etc), la transmisión de un archivo que te llegaba por parte de uno de tus contactos y que, al abrirlo —inocentemente, confiando en la buena voluntad de tu camarada—, provocaba que las computadoras se pasmaran tras comenzar a abrir de manera incontrolada cientos de pop-ups que lentamente consumían la memoria RAM del equipo y que, inevitablemente, lo conducían a un «error fatal» cuya única solución era reiniciar el equipo. Este glitch, que imitaba el comportamiento de un virus informático, se puede entender como una pieza de net.art, reflexionando en torno al intercambio de datos y la facilidad para hacer colapsar un sistema, en un nivel micro, de usuario común y corriente, usualmente pre-puberto o adolescente que intercambia de manera natural con otros.6 Claro está que estas acciones no eran vistas en el momento como algo estético; más bien, primero devenían como terroríficas, frustrantes, etc. Posteriormente, con los años, en efecto, deviene como una risa sardónica. Otro ejemplo de esta clase de usos del glitch es mi amada, paradigmática y siempre referida JODI, página/obra de net.art que, en muchas de sus interacciones, conducen a un colapso del navegador —por no decir del sistema operativo—, a través de la generación intencionada de errores que se despliegan en la pantalla como mensajes y advertencias del sistema y que poco a poco merman las capacidades activas/reactivas de éste —incluso, visualmente, muchos de los desplegados de JODI figuran visualizaciones de arte glitch.

Javier V. The history of things, 2015. Cortesía del artista.

Sin embargo, de manera visual, el glitch ha generado una estética propia que parte de la corrupción intencionada de imágenes y videos —e incluso, de manera menos popular, de audio—. Los métodos son varios. El más común es el databend, entendido de manera literal como doblar (bend) un archivo hasta ese punto límite entre el seguir funcionando y el romperse. Esto se da interactuando con el código propio de, digamos, una imagen, en programas como un editor básico de texto o, más profundamente, en un editor hexadecimal, alterando de manera aleatoria pero cuidadosa —en el sentido de saber qué partes pueden ser editadas y qué partes no— el código del archivo. Otras técnicas —un poco más erráticas— implican, por ejemplo, abrir una imagen en un programa para editar audio, trabajarlo como si fuese sonido y luego volverlo imagen de nuevo.7 Diferentes formatos arrojan diferentes resultados. Algunos se rompen más fácil que otros, algunos otros necesitan un gran proceso de destrucción para mostrar efectos visuales evidentes. La filosofía detrás de este tipo de arte glitch es que cualquiera que tenga un ordenador y conocimientos sumamente básicos de informática y edición de imágenes puede hacerlo de manera eficaz y obtener un resultado medianamente estético.

Javier V. Cronos, 2015. Cortesía del artista.

Lo que me interesa fundamentalmente de esta práctica es su potencial político: un archivo está conformado por determinadas reglas, determinados modos de uso  que limitan la forma en que dicho paquete de información puede ser utilizado. Estos archivos, muchas veces, suelen estar regulados por políticas de copyright, por lo que sólo pueden ser abiertos por determinados programas o utilizados en ciertos contextos con las licencias de uso adecuadas. De este modo, muchos de los mecanismos —voluntarios o involuntarios— del arte glitch radican en la subversión de esquemas específicos: al irrumpir un archivo, se esta irrumpiendo con las normas que lo regulan y, por lo tanto, con todo el sistema que permitió que dichas normas fueran conformadas en primer lugar. Es quizá una visión muy ilusa; sin embargo, una de las grandes consideraciones del glitch como mecanismo estético es el llevarnos a pensar que toda interacción que generamos con un sistema es netamente política: cuestionar y conducir estas políticas a su límite es visto por el sistema como un error que debe, de una u otra forma, ser erradicado. Así, las prácticas visuales del glitch se dan en un primer momento dentro de un espacio muy específico con una comunidad que tenía intereses ideológicos y estéticos muy concretos. Conforme se populariza la estética del error, se indaga en nuevos mecanismos, ya no para generarlo de manera auténtica sino para replicar de manera sencilla los outputs visuales que generaba. Esto despierta a una corriente del arte generativo y el code art que permitía a los usuarios una manera sencilla y no errática8 replicar las estéticas preponderantes del glitch.9 Se dan entonces dinámicas sociales sumamente interesantes: se genera una comunidad de intercambio de técnicas para generar estéticas glitch, a través de grupos, foros, repositorios de códigos en github, etc. Es decir, realmente se daba como un mecanismo de acción e interacción social que subvertía no sólo las regulaciones de los archivos, sino las propias dinámicas de poder al estar sustentado en un aprendizaje basado en el intercambio social desinteresado.

Javier V. 11, 2015. Cortesía del artista.

Uno de los grandes aciertos del sistema actual es que todo puede ser, de una u otra forma, normalizado. Así, esta clase de dinámicas —que ponían en tela de juicio la manera en que interactuamos con los sistemas y generamos y consumimos información— fue rápidamente asimilada; quizá no de manera intencional pero, ciertamente, terminó por desvirtuar los intereses de un colectivo. Es decir, los medios comenzaron a incorporar visualizaciones glitch como mecanismos de diseño de comunicación visual, lo que genera un desarrollo de mercado que ataca a aquellos que buscan simplemente la forma. Devienen, entonces, como aplicaciones de paga que modifican la imagen como si se tratase de un filtro de Instagram, dándole un efecto deseado. Se busca una estética del error sin el error mismo. Esto conduce a la reflexión de la que parte este texto: de manera ideal, una dinámica que pretendía generar cohesión y comunidad, a la par de poner en duda las dinámicas hegemónicas de consumo (en este caso consumo de imágenes, de información), se ve normalizada y neutralizada por el sistema mismo, subvirtiéndola y haciéndola replicar, simplemente, una dinámica establecida de interacción (i.e., la compra legítima de una aplicación que genera un efecto deseado). Se vuelve un producto más, una forma de consumo cuando, fundamentalmente, atentaba contra el consumo mismo. Es decir, dentro de las mismas dinámicas que el glitch permitía, incorporaba ideales de apropiación y de resignificación ya que cabían, de manera natural, en la manera usual en que navegamos la red. Así, actualmente, estas prácticas son sólo vistas como la repetición de un discurso, de un lenguaje, que parece agua podrida, porque ya no se mueve.

Entonces, el glitch murió cuando parecía estar naciendo, cuando parecía poder desarrollarse como un tópico de conversación e intercambio social: se mediatizó y su legitimidad, como lenguaje visual, se volvió sólo parte de la resaca de un mainstream informático. Sin duda alguna, aquellos interesados siguen indagando, jugando, experimentando con las posibilidades que brinda; pero ante los ojos del «gran público» es un filtro más, sin otra contundencia más allá de los impactos que brinda una historia compartida en las redes sociales que desaparece a las 24 horas.

Javier V. The queen is death, 2016. Cortesía del artista.

1.-Idea que me parece interesante para el desarrollo de este texto ya que esta generación de iMacs, G3, fue la que revolucionó en el mercado de las computadoras personales y la que, junto con la aparición del primer modelo de iPod, catapultó a Apple Inc. como uno de los gigantes de Silicon Valley.
2.- Cuando programas en código abierto, estás programando comunismo / Un recordatorio de tus amigos en Microsoft.
3.- Si bien de acuerdo a estadísticas Adobe Photoshop es el segundo programa más crackeado, sólo superado por la suite de Microsoft Office (en su versión 2010).
4.- Es decir, existen iniciativas como Raspberry Pi, donde puedes generar una pequeña computadora portátil a partir de instrucciones descargables de manera gratuita en la red; sin embargo, ésta implica un alfabetismo técnico y un conocimiento adquisitivo de los diferentes materiales necesarios, es decir, saber dónde comprarlos (lo que a su vez, implica el hecho de comprar dichos materiales).
5.- Que es algo como el salto de fe kierkegaardiano, donde la fe se traduce a relaciones azarosas entre partículas subatómicas.
6.- Si bien es cierto que también planteaban una reflexión en torno a los hábitos poco sanos de navegación y la usual inocencia con la que se daba (y aún se da, ciertamente) click a cualquier cosa de mediano interés para los usuarios.
7.- Esto ocurre comunmente utilizando un programa de código abierto llamado Audacity, ya que permite dicha flexibilidad, es decir, el programa acepta cualquier cosa que quieras alimentarle.
8.- Sin el daño potencial a los equipos.
9.- Cosa que conduce, también, a la distinción entre Glitch Art, como visualizaciones aleatorias generadas a partir de errores intencionados, altamente erráticas, y la Glitch Aesthetic, es decir, el uso de códigos preprogramados que generan un output específico.

 

Javier Villaseñor V.

Es licenciado en Arte por la UCSJ. Se ha desempeñado como escritor y curador en el estudio de un escultor y como artista digital de manera independiente. Es fiel seguidor de David Foster Wallace y lector amante de Virginia Woolf. Cree en las letras como un medio de redención. Instagram / Twitter: @filantropofago

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