Cn
En 2019, Carolina Herrera presentó una colección «inspirada» en México. Los diseños recibieron muchas críticas e incluso la secretaria de Cultura de México, escribió una carta donde solicitó a la casa de moda «aclare si las comunidades portadoras de estas vestimentas se van a beneficiar de las ventas de la colección». Colección Carolina Herrera Resort 2020. Tomada de la web de la marca.

Apropiaciones culturales y artísticas: hacia una pregunta por la autorrepresentación en el presente

Columna 27.11.2019

Daniel Montero

Daniel Montero analiza el impacto que las redes sociales y otras plataformas de comunicación digital han tenido en los procesos artísticos y culturales.

Hace algún tiempo, en este mismo espacio, abordé el asunto de la apropiación en el arte con relación a los objetos e imágenes que se producen en el presente. En ese momento hice referencia a que las actuales operaciones de apropiación no dan cuenta de las teorías que describen el fenómeno, sino que las rebasan siempre, y por mucho, más allá de lo que describen como posibilidades críticas.

Precisamente, ese rebasamiento tiene que ver con las relaciones entre apropiación de objetos e imágenes y las operaciones de la apropiación cultural que están cada vez más imbricadas, haciendo imposible tratar un tema sin el otro. A su vez haciendo evidente que, en actualidad, se han agudizado las crisis de la representación.

En este momento vivimos un colapso del lenguaje como efecto del uso de internet, de las redes sociales y de los dispositivos que las hacen posibles. Vivimos un colapso de la representación por las nuevas consideraciones de la imagen y del texto, producto de nuevas redes de información. Una crisis de la representación provocada por el colapso de las formas de gobierno y autogobierno contemporáneo que, al parecer, no permiten enunciar nada por fuera de su valor como mercancía. Y por supuesto, una crisis de los signos que se mezclan y se actualizan; y donde muchas veces la relación entre forma y contenido se desploma como producto de su descontextualización. O mejor, se actualizan.

Por supuesto todo ello ha afectado las nociones de cuerpos, de derecho y de libertad.

Ahora bien, intentar entender ese colapso y la refundación de ese nuevo mundo no solo es importante sino urgente. Precisamente, y desde mi perspectiva, lo que permite que en la actualidad suceda el debate por la representación, es la noción de apropiación como lucha: nadie quiere ser representado por otro, o apropiado por otro, a través de sus signos e imágenes y todos quieren generar una autoafirmación representativa. Sin embargo, lo que media en todo ello es una cuestión del poder, es decir, quien tiene derecho o no a apropiar tal o cual cosa o imagen, a tal o cual sujeto.

Por un lado, cuando las diferentes formas de poder usan imaginarios de los subalternos se produce un conflicto porque, precisamente, esos usos son vistos como un acto colonial, opresivo, que usan al otro con fines comerciales, que los cosifican o que reproducen estereotipos que han marginalizado a las minorías. Por otro lado, cuando esos subalternos usan esos signos dominantes, apropiándolos, lo que surge es una forma de autodeterminación que muestra muchas veces las operaciones del poder que le subyace. Pero el asunto, siempre difícil de describir, tiene consecuencias complejas en las relaciones entre el tiempo, el espacio y los sujetos, que además involucra formas de la circulación de las imágenes y de los textos porque en la actualidad todo el mundo apropia algo, así sea por un gesto mínimo en forma de retweet, meme o como sticker de WhatsApp.

Ahora bien, en la actualidad se pueden formular varias ideas al respecto de la apropiación cultural: la primera tiene que ver con la pregunta de quién tiene derecho a representar al otro y cómo es que se dan las diferentes interacciones en una lucha por la imagen si, tal vez, cualquier uso de esa imagen es precisamente una apropiación de la imagen del otro. Lo que se produce no sería solo una apropiación de la imagen del otro sino una apropiación de su derecho a la autorrepresentación o lo que se conoce en la actualidad como apropiación cultural. Se usa la imagen del otro con fines económicos que solo reditúan a unos pocos y esos otros involucrados no solo no reivindicarían su identidad sino que se estereotipa.

En segundo lugar, que el arte es un ámbito de la representación en una constante lucha que se ha vuelto cada vez más vertiginosa por la interacción de imágenes y textos en las redes sociales, porque allí es el lugar en el que finalmente (aunque no exclusivamente) ocurre el debate. Pero ese debate tiene una característica particular: en tanto es uno que está mediado por imágenes y textos que vienen de diferentes fuentes y que se da entre el anonimato y la identificación parcial de internet, más que un debate convencional (un argumento razonado) tiene que ver con juegos retóricos que se producen por la lucha de no dejarse representar por otro siempre en tensión. Se genera así una reconsideración por el espacio público, si es que aún podemos hablar de ello en un sentido convencional. Para llamarlo de alguna forma, y ante la falta de un término más apropiado me referiré a ello como un espacio público sui generis.  

En tercer lugar, que el asunto por la apropiación cultural y de las imágenes es a la vez un viejo debate que se actualiza por la nueva circulación de signos por la red a saber, cuál es la relación entre el arte y la vida, o mejor, cuáles son las relaciones entre una estética del arte y una estética de la vida.

En cuarto lugar, la posición que ha tomado la fotografía y el video en la representación y la autorrepresentación: más allá de los estructuralismos y posestructuralismos que centran sus tensiones en las formas en que articulan signos y discursos, e incluso más allá, de la mismas dialécticas de las imágenes descritas por Didi-Huberman quien retoma a Warburg y a Benjamin, en la actualidad las imágenes tienen comportamientos que fluctúan entre lo muy preciso y lo muy errático: por un lado, no (solo) nos llegan sino que se nos hacen llegar como parte de un sistema mercantil. Pero no llegan porque sí, sino que dependen muchas veces de las interacciones de nuestras propias imágenes o de nuestras conversaciones, sobre todo en Instagram, Youtube, Snapchat, WhatsApp y Facebook. (La manera en que aparece la publicidad en nuestros teléfonos luego de que hemos sostenido una plática por WhtassApp con alguien es incluso espeluznante). Por otro lado, llegan de forma aleatoria para ser recombinadas a su vez en una cadena de apropiaciones, por ejemplo, en forma de memes. En esa aleatoriedad es que comienzan a aparecer lo que en la actualidad de llama fake news. Así, lo que se pone en crisis es el mito del original porque al mismo tiempo que nos damos cuenta de que nunca ha existido tal cosa en un sentido genético, aunque si formas, textos e imágenes anteriores y posteriores, algunos de los discursos del arte hacen lo posible por refugiarse allí, en un intento por conservar algo de las viejas nociones constitutivas de ese concepto: genialidad, inspiración, trabajo y técnica. Que no se me malentienda: eso no quiere decir que no puedan existir cosas nuevas. Lo que digo es que lo nuevo es producto siempre de un proceso y de una negociación con esas cadenas de apropiaciones.

Ahora bien, hay que considerar también que en tanto muchas de las prácticas del arte en la actualidad tienen una relación cada vez más estrecha con las industrias culturales, el asunto de la apropiación se vuelve más complejo. Porque al mismo tiempo que hacen que las prácticas del arte se vuelvan cada vez más visibles, muchas artes e industrias cultural utilizan estrategias similares de financiamiento, circulación y promoción de sus productos. No solo eso. También se puede ver las maneras en que el arte señala reiteradamente las operaciones de la circulación de la imagen y de los conflictos de la representación que se dan en la realidad, poniendo en cuestión los limites entre arte y vida. De esa manera se puede ver cómo es que hay un entrelazamiento entre formas de representación, formas artísticas y formas de la mercancía, atravesadas todas por la manera en que la tecnología contemporánea, no solo es usada sino que nos constituye en esa labor permanente de autorrepresentación. Así, es cada vez más difícil separar el asunto de la apropiación artística de otras formas de apropiación como la apropiación cultural.

Apropiación cultural. Jill Magid Luis Barragán.

La exposición de la artista en el MUAC llamó la atención por la producción de un diamante hecho con una porción de las cenizas de Luis Barragán y por mostrar cómo el archivo, imágenes y copyright de la obra del arquitecto mexicano se encuentran bajo el resguardo de la Barragan Foundation, con sede en Suiza. Jill Magid, Barragan®, 2016. Tomada de LABOR.

¿En qué sentido y cómo es que eso puede ocurrir? Mi postura es esta: la apropiación, y la lucha por la representación a la que ésta es asociada, es lo que sostiene nuestras operaciones del mundo contemporáneo, poniendo en crisis nuestras nociones de espacio (espacio público, espacio social, espacio real)  y tiempo (historia, memoria, pasado y origen), pero también de cualquier idea de crítica. Desde mi perspectiva, en la actualidad el asunto de la apropiación no es solo uno que tiene que ver con la noción de propiedad o con lo propio, sino con la circulación de la imagen, el texto y discurso y siempre está condicionado por ello. En tanto el arte siempre ha tenido que ver con todo eso, es el lugar en donde se puede ver con más intensidad, pero también de forma más conflictiva, todo ese asunto.

Tal vez, y como lo preguntaba Michelle Kuo, editora de Artforum en una mesa redonda de 2017 en la que se abordaba el tema y en la que también participaron Salome Asega, Ajay Kurian, Jacolby Satterwhite, Homi K. Bhabha, Homi K. Bhabha y Gregg Bordowitz al parecer «la única opción que queda para el arte es la autobiografía. Eso es absurdo, pero ¿cómo comenzar a pensar en otros modelos de conversación o intercambio? Obviamente se puede resistir a esas estructuras, pero ¿hay otras alternativas?».

 

Daniel Montero

Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es autor del libro El Cubo de Rubik: arte mexicano en los años 90.

siguiente

Newsletter

Mantente al día con lo último de Gallery Weekend CDMX.