Hace algunos días realicé una entrevista a artistas, curadores y críticos que forman parte de Biquini Wax, a propósito de una invitación que recibieron por parte del Palais de Tokio para la exposición Prince.sse.s des Villes, que se inaugurará en junio. En la charla, además de platicar sobre la génesis y el desarrollo del grupo y del espacio, surgió el tema de la consabida tensión —para muchos contradictoria— que se genera entre un espacio institucional y cierto tipo de prácticas artísticas, curatoriales, museográficas y críticas que no están reguladas ni por el mercado ni por el aparato de exhibición, pero que sí tienen relación con estos.

Precisamente, la idea general que se desarrolló durante la plática, apuntaba a que espacios como Biquini Wax no pueden entenderse sin las negociaciones que se realizan al interior del grupo (con sus respectivas individualidades); y cómo estas negociaciones cuestionan a su vez las prácticas colectivas y singulares.

Además, sus miembros entienden que las dinámicas contemporáneas del arte, cada vez más institucionalizadas, dependen de lo que se podría describir como entradas y salidas de los espacios regulados, que constituyen negociaciones constantes con las dinámicas institucionales.

Ante la maniquea y añeja tensión entre institucionalidad e independencia o alternatividad, los miembros de Biquini Wax entienden esas negociaciones como un cuestionamiento permanente a las dinámicas culturales en las que ellos mismos están inmersos. En cuanto la cultura es dinámica, las preguntas que se formulan están fundamentadas en interrogar esas mismas lógicas.

Ahora bien, me gustaría hablar de un asunto similar, pero en otro contexto; me refiero a PreMACO en Monterrey, evento que se llevó a cabo en febrero de este año. PreMACO es organizado por Las Artes Monterrey, un organismo integrado por artistas, profesionales, coleccionistas y aficionados al arte, que tienen como objetivo «dar a conocer las artes plásticas de Monterrey y su área metropolitana». Al respecto de este evento, el crítico Erick Vázquez (uno de los críticos que ha dado mayor seguimiento a los eventos locales de la ciudad en su blog El escudo y el Espejo), escribió en su blog:

«Se tuvo la idea de involucrar a los espacios (que hacen parte de Las Artes Monterrey) pero ubicándolos dentro de la institución, lo que devino en El Taller y Malteada La Vida dentro del Museo del Centenario. La idea es lo contrario de excéntrica, ¿para qué habría de involucrarse a los espacios independientes a condición de que dejaran de ser independientes? El tema es sensible porque, como he dicho y repetido en textos anteriores, en estos espacios es donde se encuentra y sucede lo más valioso de la producción artística en la ciudad en términos de propuesta temática, margen de riesgo curatorial y ocasión de frescura (sic). La posibilidad de estas características se reduce drásticamente si se las introduce en la institución, de la que los espacios independientes deberían ser, en principio un contrapeso natural».

Esa afirmación fue rebatida por Eliud Nava —académico y miembro del espacio NoAutómatico— en el muro de Facebook de Vázquez. Nava afirmaba que los espacios independientes no se involucraron en la semana PreMACO «[…] a condición de que dejaran de ser independientes […]. Se les invitó a trabajar en El Centenario desde sus propuestas; que se hayan instituido en la práctica, como subrayas, ya es otra cuestión», decía Nava. Después, dentro de la misma red social, la discusión se desarrolló con otras intervenciones que cuestionaban si un espacio independiente deja de serlo, por el hecho de participar en ámbitos institucionales de otras características.

Interior de Taller Los Guayabos. Tomada de las redes sociales del espacio.

Por último me gustaría referirme al caso de Guadalajara y a otras formas de trabajo que se han gestado en esa ciudad desde hace ya algunos años. Espacios y talleres se han creado en el centro de Guadalajara a partir de agrupaciones de artistas que rentan bodegas y casonas en una especie de estructura colaborativa y de convivencia —dependiendo del caso—, para producir obra. Espacios como Hospital y Los Guayabos, algunos de ellos con pequeñas salas de exhibición (que por cierto tuvieron también exposiciones durante PreMACO), no solo son talleres en los que colaboran artistas más jóvenes, sino que permiten un display de obra en proceso.

Interior de Estudio Hospital. Tomada de L’OfficielArt

Sin afán de ser exhaustivos, debe decirse que en otras ciudades del país también existen prácticas similares, muy diferentes y localizadas, muchas veces en relación unas con otras por la movilidad de obras, de artistas, de curadores y de críticos.

Todas esas dinámicas generan cuestionamientos fundamentales. Primero: cómo entender las relaciones interinstitucionales e independientes, locales y globales en un contexto que se ha transformado de manera importante en los últimos años. Y segundo, y tal vez más importante: cómo pensar en un descentramiento del campo bajo esas dinámicas con intervenciones puntuales, más allá del consabido debate entre institucionalidad vs. Independencia, dinámica que subyace siempre al debate y que trae, de nuevo, la vieja enunciación de cultura libre vs. cultura cooptada.

Como se puede ver en los tres casos señalados más arriba, en la actualidad se presentan al menos tres tipos de dinámicas relacionadas con lo local, lo interurbano y lo global. En primer lugar existen una serie de estrategias específicas que siguen lógicas localizadas que permiten dinamizar esos campos locales, agrupaciones de artistas o de agentes diversos y de instituciones locales que se están preguntando permanentemente cómo poder generar diálogos y vínculos con las necesidades propias de su localidad, el Caso de las Artes Monterrey es ejemplar.

La segunda estrategia tiene que ver con relaciones interurbanas y globales que establecen vínculos más allá de sus contextos y que aprovechan coyunturas como sucedió con Los PreMACO en Guadalajara y Monterrey.

La tercera dinámica tiene que ver con relaciones interinstitucionales e intersubjetivas que describen y fundan nuevas relaciones públicas y privadas en términos de espacio pero también de presupuesto; así, iniciativas publicas o privadas invitan personas de diferentes partes del país y del mundo a generar diálogos, residencias y obras con presupuestos mixtos que, a su vez, cuestionan las prácticas e instituciones locales. Lo que se demuestra, al menos en los ejemplos en los que señalaba más arriba, es que a veces de manera incipiente esa lógica está operando por iniciativas de diferente índole y que han permitido intercambios, producción de obra y gestión de espacios, no sin producir las correspondientes fricciones, los malentendidos y los conflictos propios de cada lugar.

Porque, no digo que no haya conflicto en cada una de esas operaciones. Es más, y precisamente por ese conflicto, es que se producen esas dinámicas a veces como alianzas, a veces como antagonismos e incluso como negociaciones acordadas de manera fáctica.

Precisamente esas dinámicas son formas de rearticulación que no solo dependen del discurso ni de la asignación de los recursos, sino que, lo que está en juego es la legitimidad de las prácticas y de las instituciones, asunto que repercute a su vez, en lo que podríamos denominar como relato histórico. Como es de suponer, esos malentendidos se acrecientan y se multiplican si las interacciones aumentan de escala y entran en juego otras lógicas.

Pero si todo ello ya está ocurriendo de alguna manera, ¿por qué no pensar en una política que articule eficientemente todas esas dinámicas?, ¿por qué no se generan planes institucionales, más allá de las alianzas entre museos para albergar exposiciones itinerantes, como formas de investigación y de búsqueda de lo que ocurre en la producción local? Por eso no deja de sorprendernos, que se le asigne a Gabriel Orozco el plan de desarrollo del complejo cultural del Bosque de Chapultepec que según las palabras del presidente va a ser el «más importante del mundo».

Si uno de los objetivos insignia del plan global de la Secretaría de Cultura es la descentralización cultural, ese tipo de proyecto no lee, ni piensa, ni mucho menos formula una solución a la centralidad cultural de la que ha adolecido el país por años. Y no es que eso no ocurriera antes en México; tampoco que no se hubiera denunciado o al menos enunciado, sino que en tanto las circunstancias han cambiado, al menos en el imaginario colectivo provocado por una administración diferente, entonces se esperaría que la relación, en términos de gestión cultural, también cambiaría.

Pero más allá de ello, la evidencia demuestra que, al menos desde el campo del arte, la situación se ha transformado de forma significativa en la manera en que se están dando las interacciones. Pensar en las dicotomías consabidas (privado vs. público, institucional vs. independiente, libre vs. cooptado, etcétera) ya no es solo insuficiente, sino que no dice nada al respecto de un intercambio posible. La dinámica, más allá de leerse desde las estructuras de privilegio (la denuncia de esa estructura siempre es necesaria pero solo denunciar no ayuda a imaginar una lógica diferente), debería pensarse precisamente desde los intercambios reales y posibles. Habría que ver cómo, desde las diferentes instancias, se responde a ellas y si, como comentaba uno de los integrantes de Biquini Wax en la entrevista, las lógicas del deseo por la diferencia no generan imaginarios fantásticos e inabarcables.