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Still de De padres e hijos, 2017. Cortesía de Of Fathers and Sons.

La vida diaria de una familia yihadista. Sobre De padres e hijos

Reseña 13.03.2018

Andrés Arce

De padres e hijos es una mirada íntima a la vida de una familia yihadista que dista mucho de los estereotipos típicos de las figuras del islam.

El yihadismo es uno de los temas que más han obsesionado a nuestra época. Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 —que marcaron un parteaguas en la geopolítica internacional y en la seguridad aeroportuaria—, la figura del islamista militante se ha instituido como la del principal enemigo de la humanidad. Tanto en los discursos de políticos y generales como en las películas de acción más taquilleras, los fanáticos barbudos han tomado el lugar que hace unas décadas tenían los comunistas rusos. Todos (o casi todos) hemos visto —horrorizados— videos de la destrucción de estatuas milenarias —algunos quizás hayan incluso visto los videos de decapitaciones con los que ciertos grupos tratan de disuadir a combatientes enemigos y periodistas de acercarse a la zona que dominan. Para buena parte de los occidentales, el yihadismo se ha convertido en la más alta expresión de barbarie y retroceso. Esta concepción ha sido, evidentemente, fuertemente moldeada por ciertas agendas político-económicas que se han servido de todo tipo de medios de comunicación para construir dicha imagen. Todos hemos visto videos y documentales de la guerra, de la preparación de los atentados, de los horribles testimonios de las víctimas. Pero son muy pocos los que se han aventurado a mostrar cómo es la vida cotidiana de estas personas consideradas por tantos como «la mayor amenaza para la paz mundial». Uno de ellos es Talal Derki.

En su documental De padres e hijos, el realizador sirio viaja de Berlín a su país natal para hacer un reportaje sobre la vida cotidiana de una familia yihadista. Se hace pasar por un periodista simpatizante de los fundamentalistas y logra vivir unos meses en una aldea siria ocupada por Jabhat Al-Nusra, uno de los brazos armados de Al-Qaeda. Lo reciben un muyahidin y sus hijos. El mayor de ellos se llama Osama en honor a Osama Bin Laden, el segundo Ayman en honor al doctor Zawahiri. El muyahidin, conocido como Abu Osama (padre de Osama), cuenta también que el día del ataque del 11 de septiembre de 2001, le rogó a Allah que lo bendijera con un hijo. Algunos años más tarde, su esposa dio a luz a un varón precisamente el 11 de septiembre. Fue nombrado Muhammad, en honor a uno de los atacantes. Cuando Derki le pregunta sobre qué tan grande es su admiración por Al-Qaeda, Abu Osama responde que si pudiera expresar todo el amor que siente por la organización, nuestro planeta pasaría de llamarse Planeta Tierra a llamarse Planeta Amor.

Still de De padres e hijos, 2017. Cortesía de Of Fathers and Sons.

A lo largo de la película podemos ver a los hombres de la familia realizando sus actividades cotidianas, pues las mujeres tienen prohibido salir en el video. Rara vez son siquiera mencionadas por los yihadistas: sólo se habla de ellas cuando alguna está buscando esposo o cuando alguien hace alusión a alguna tarea doméstica que necesita realizarse. El único momento en que en el filme aparecen niñas es un día a la salida de la escuela, cuando Osama decide lanzarles piedras por pura diversión.

Derki acompaña a la familia de Osama a lo largo de varios días. Come con ellos, acompaña a los niños en sus juegos, habla con Abu Osama sobre la misión de Jabhat Al-Nusra y sobre los días que el yihadista pasó en prisión. Incluso lo acompaña algunas veces a pelear y a buscar minas. La convivencia entre los padres y los hijos oscila abruptamente entre la ternura y la violencia, entre las constantes demostraciones de afecto y una disciplina férrea que muchas veces raya en la brutalidad. Es curioso el contraste entre las escenas familiares que podrían ser parte de cualquier comedia occidental y las escenas de violencia que corresponden más a la idea caricaturesca que, a partir de las películas de acción, uno podría hacerse de los yihadistas.

Still de De padres e hijos, 2017. Cortesía de Of Fathers and Sons.

También resulta interesante el contraste entre lo que uno se imagina que es la vida en un pueblo controlado por Al Qaeda, la idea que los propios muyahidines tienen de esa vida y la vida que el documentalista alcanza a captar con su cámara. Quizás la mayoría de las personas imaginaría una vida en un entorno dantesco, en el que toda manifestación de amor y de jovialidad está prohibida y en el que las decapitaciones forman parte de la vida cotidiana. Los muyahidines, por su parte, hablan de su misión como la búsqueda de una utopía, de la instauración de un califato en el que toda injusticia y opresión terminarían. Están convencidos de que su lucha es la lucha por la liberación de todos los musulmanes para la construcción de un reino de paz y de armonía. Consideran además, como muestra Abu Osama, que la humanidad se encuentra en sus últimos días y que el Armagedón es inminente. Habrá una batalla final entre cristianos y musulmanes que, por supuesto, ganarán los segundos. Muchos de ellos consideran que esa batalla ya ha empezado y que son parte de una lucha en la cual la victoria está garantizada. En esto no se alejan mucho de la escatología que, según Karl Löwith, ha también caracterizado al Occidente cristiano desde el principio de su historia hasta el presente.

Finalmente, está la vida que nos muestra Derki. En ella los niños juegan fútbol y son amados por sus padres, pero también adoctrinados y golpeados desde la más tierna edad. Las mujeres son denigradas constantemente, los bombardeos parte de un día normal. Y no, tampoco faltan las ejecuciones de prisioneros enemigos. Pero principalmente lo que destaca es el aspecto devastado de la aldea que habitan, la enorme miseria en la que todos viven. Hay momentos en los que toda esta misión divina pareciera sólo un delirio de hombres entre ruinas.

 

El documental finaliza con el entrenamiento de los niños, quienes alrededor de los 12 años comienzan a recibir instrucción militar y religiosa. Osama y otros chicos pasan varias noches durmiendo en una bodega, aprendiendo a disparar y a perderle el miedo a las balas. Para lograr esto último, los instructores los obligan a permanecer acostados mientras disparan balas reales a pocos centímetros de sus cabezas. Después de esta primera introducción, Osama parte a un «campamento Sharia», donde permanecerá dos años recibiendo un entrenamiento mucho más riguroso con otros chicos de su edad. La despedida de su hermano Ayman, que podría uno imaginarse como una escena sumamente dramática, sucede en realidad con cierto estoicismo casi indiferente. Ambos niños saben, sin embargo, que cuando vuelvan a verse ninguno de los dos será el mismo. Y que posiblemente Osama sea enviado al frente poco después de su regreso.

Still de De padres e hijos, 2017. Cortesía de Of Fathers and Sons.

 

No es por casualidad —ni por algún interés pedagógico— que Derki decidió enfocar su documental principalmente en la vida de los niños. Como él mismo expresa en determinado momento, su objetivo es mostrar los estragos que ha dejado la guerra, no sólo en el nivel obvio de la infraestructura y las ciudades enteras destruidas, sino también en el nivel de las vidas humanas. Los millares de niños heridos, huérfanos o traumatizados que ha dejado la guerra en Siria son, retomando aquella frase tan usada en las campañas de educación, parte crucial del futuro del mundo. Al igual que los jóvenes marginados que habitan las periferias de ciudades europeas y engrosan las filas de los fundamentalistas buscando alguna forma de retribución y sentimiento de pertenencia. O los solitarios adolescentes norteamericanos que un día deciden levantarse, tomar el autobús de la escuela y dispararle todos los que se crucen en su camino.

Además de su innegable valor documental, De padres e hijos destaca porque muestra que, para una verdadera comprensión de la catástrofe que se vive hoy en Medio Oriente (y en buena parte del mundo, estando México lejos de ser una excepción), es necesario ir más allá de las dicotomías amigo/enemigo, buenos/malos, o la explicación ramplona que adjudica la violencia a meros desequilibrios mentales. Una comprensión profunda necesita también tomar en cuenta lo más inmediato: la forma en que se expresan las personas, el lugar en el que viven, los juegos con que se divierten, sus más profundos miedos y deseos. O dicho de manera más concisa: la vida cotidiana.

 

 

Andrés Arce

Estudió Filosofía en la Universidad Iberoamericana. Ha trabajado como asistente de investigación y ha publicado en algunas revistas universitarias.

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