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Arata Isozaki (ganador del Premio Pritzker 2019), Ceramic Park Mino, 1996-2002. Fotografía de Yasuhiro Ishimoto. Cortesía de Hisao Suzuki.

Sobre el Premio Pritzker y la difusión de la arquitectura. Entrevista con Martha Thorne, directora ejecutiva del premio

Archivo Código 19.09.2019

Iñaki Herranz

Con motivo de la reciente asignación del Pritzker —al despacho francés Lacaton & Vassal—, recuperamos una entrevista con la directora de estos prestigiosos premios.

El Premio Pritzker es considerado como el Nobel de la arquitectura. Desde su primera edición en 1979, ha sido un galardón de referencia para conocer las propuestas más innovadoras a nivel mundial, con el que han sido reconocidos arquitectos de la talla de Luis Barragán, Zaha Hadid, Norman Foster o Rem Koolhaas, solo por mencionar algunos.

Desde entonces, este premio ha servido como un termómetro para conocer los intereses creativos que permean varios proyectos arquitectónicos alrededor del mundo, en muchas ocasiones, respondiendo a las circunstancias y problemas de su contexto inmediato.

Desde el 2005, Martha Thorne ocupa el cargo de Directora Ejecutiva del Premio Pritzker, cuya labor está respalda por su formación en la Universidad de Pennsylvania y la Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo, así como por su trabajo como curadora en el Art Institute de Chicago.

Con motivo de su visita a México, platicamos con Thorne sobre su trayectoria e inicios como curadora, algunos temas relacionados con la arquitectura en México y el futuro de los proyectos arquitectónicos en las ciudades.

Martha Thorne. Retrato

Martha Thorne. Cortesía de la Escuela de Arquitectura y Diseño del IE Madrid.

Se suele hablar de tu papel como directora ejecutiva del Premio Pritzker o como decana de la IE Architecture of School and Design en Madrid, sin embargo no es frecuente encontrar una mención a tu carrera temprana, por ejemplo como curadora en el Art Institute de Chicago. ¿Qué nos puedes contar acerca de tus inicios profesionales?

Mi carrera no siempre ha ido por caminos estándar y eso remonta a la universidad. Yo cursé lo que llamaban entonces una carrera especial de Estudios Urbanos [en la State University of New York en Buffalo, y más tarde una maestría en «City Planning» en la Universidad de Pensilvania] y no era una carrera tradicional de economía, geografía o arquitectura, sino la combinación de asignaturas de distintos departamentos y escuelas. Eso fue posible porque era una universidad grande, muy abierta, innovadora y porque yo era un poco rebelde: no me gustaba seguir las reglas establecidas. Esa forma de ver otro camino más amplio, a veces por necesidad y a veces por deseo, me llevó a España. Ahí me di cuenta que la figura del urbanista no existía como en Estados Unidos: tenías que ser o arquitecto o ingeniero o geógrafo. Me acerqué entonces más al mundo de los arquitectos, fue cuando España estaba abriéndose al mundo y yo me involucré en publicaciones, artículos y revistas. Esa comunicación de la arquitectura me llevó a ser la primera directora de una galería de exposiciones del Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo en Madrid.

Todo es un poco lo mismo: comunicar la arquitectura, el diseño, es casi como un proyecto arquitectónico, pues hay que establecer objetivos, estudiar, hacer toda una investigación previa y luego buscar la forma de comunicar con múltiples públicos y no solo la comunidad de los arquitectos. En los cuatro años que estuve en ese puesto, conocí a muchas personas de museos, centros culturales, etcétera. Realizamos en Madrid una exposición que venía de Chicago sobre Mies Van der Rohe y sus discípulos. A raíz de eso, cuando se abrió una plaza en el museo, me llamó el curador en jefe ofreciéndome enviar mi CV y conseguí una plaza: me fui a Chicago y así fue como entré al mundo de la curaduría.

 

Respecto a tu formación como urbanista queda muy claro, viendo los premios Pritzker de los últimos años, que has intentado imbuirle la importancia de pensar la arquitectura hacia el exterior, en su contexto, no nada más el edificio aislado.

Pero hay que recordar que en el jurado del Pritzker no tengo ni voz ni voto. Lo que sí es interesante es que veo un cambio de mentalidad en el Pritzker: una evolución natural del punto de vista de los miembros del jurado y los que se incorporan. Es cierto que donde sí puedo incidir un poco es en que viajamos una semana larga cada otoño y no nos limitamos a ver edificios contemporáneos: intentamos empaparnos del contexto. El premio Pritzker considera esos dos objetivos: la calidad de la obra construida, a la par de la arquitectura al servicio de la humanidad, y eso alienta más conversaciones ahora que cuando se fundó el premio.

Martha Thorne. Premio Pritzker Arata Isozaki

Arata Isozaki (ganador del Premio Pritzker 2019), Tsukaba Center Building, 1979-1983. Fotografía de Yasuhiro Ishimoto. Cortesía de Premio Pritzker.

Esta visita a México, ¿tiene que ver con esos viajes que realizan los miembros del jurado?

No puedo hablar de eso [risas]. Pero te puedo asegurar que vamos a sitios que los miembros del jurado fueron averiguando, conocen bien y lugares donde hay una densidad de obra interesante. Entonces puedes imaginar que hay muchos sitios en el mundo así y desde luego creo que México es un país con una densidad de buena arquitectura.

 

Algo particular del Pritzker es que el jurado no siempre está conformado por arquitectos de formación: a veces integran especialistas en arquitectura o líderes de opinión en temas relacionados. ¿Qué nos podrías decir acerca de eso?

Sobre eso, hay por lo menos dos razones. Uno de los objetivos del Premio Pritzker es llevar la arquitectura a un público más amplio. Cuando se fundó, fue pensado como un Premio Nobel. Por otro lado —y esto es una opinión más personal que no refleja al premio propiamente— la riqueza de incluir a personas de distintas profesiones, que son amantes de la arquitectura y conocedores desde su perspectiva, hace del diálogo y la selección del premio mucho más sólida, porque si el jurado son sólo arquitectos que ejercen, seguramente eligen bien, pero quizá van por un camino más estrecho o difícil de comunicar. El presidente del jurado actualmente es juez del tribunal supremo y ha sido cliente en la construcción de distintos edificios de tribunales. Esa visión de cliente o de usuario es muy importante al evaluar las obras. Hemos tenido críticos, escritores, arquitectos que ejercen también como académicos, etcétera. Al tener por ejemplo un juez, alguien del mundo de negocios o un embajador que también es curador, se estimula hablar temas que un grupo más homogéneo no sacaría, enriquece al debate y asegura que esa visión 360º de la arquitectura se debata. Yo creo que la decisión final puede ir en una dirección u otra, pero por lo menos se habrá discutido mucho. En el premio Pritzker no se da por hecho nada: siempre se cuestiona y creo que eso, normalmente, lleva a mejores decisiones.

 

Hablando de premios de arquitectura, uno de los principales galardones en México es el Premio Obras CEMEX. Resulta sintomático de la arquitectura latinoamericana en el imaginario colectivo que un certamen tan importante sea acerca de obras hechas con cemento: es decir, el progreso concebido según el uso del concreto en lugar de la innovación tecnológica, el urbanismo o el entorno. ¿Cómo juzgar al principal premio cuando se acota a algo con una connotación no forzosamente positiva? 

No sé como se selecciona, pero una cosa positiva del Premio Obras CEMEX es que se otorga por obra según distintas categorías. Eso está bien: premiar la obra. Creo que todos estamos un poco cansados de premiar la figura estrella; espero que el Pritzker se esté alejando de esta idea de la celebridad en la arquitectura a favor de la calidad de las obras, aunque todavía va a una persona. En este sentido, lo veo muy positivo.

Creo que habrá que mantener la mente abierta, viendo hacia el futuro, por dos razones: el hormigón y el cemento no son precisamente materiales sustentables. Entonces mirar una buena obra premiada pero cuyo requisito fue que sea de un material no sostenible no es un mensaje claro. Es algo donde, si yo fuese parte de la organización de ese premio, intentaría refinar de nuevo ese aspecto, se podrían hacer muchas cosas para mitigar ese mensaje contradictorio.

Y la otra cosa es que las tipologías ya no son puras: un espacio de transporte también es un centro comercial y a su vez es un centro cultural, entonces tenemos que tener mucho cuidado de poner premios por tipologías que están en evolución.

 

Sobre otros certámenes. En la historia de la arquitectura mexicana, durante la modernidad el funcionalismo tuvo un fuerte auge, incluido el regionalista, pero en los últimos 25 años del siglo XX hubo un retroceso a la forma por encima de la función. En cambio, actualmente pareciera que otra vez se está reflexionando sobre cómo construir mejor, socialmente y con pocos recursos, sobre todo por despachos de media carrera. La prueba flagrante de esas rupturas discrepantes son dos preseas recientes: el Premio de la Academia de Francia otorgado este año a Mauricio Rocha y Gabriela Carrillo, en contraste con la entrega de la Medalla Bellas Artes —otorgada por el Estado mexicano— en 2018 a Enrique Norten: alguien que desde la remodelación del Chopo ha sido cada vez más criticado y que si bien se beneficia de reconocimiento institucional, no goza de una aprobación unánime dentro del medio arquitectónico, como sí sucede con Taller de Arquitectura de Rocha y Carrillo. Alejandro Hernández, líder de opinión en crítica y crónica de arquitectura en México, lo resumió sin rodeos: «Norten es un estratega de la comunicación». ¿Cómo ves esta contrastante diferencia entre la arquitectura mexicana reconocida desde fuera versus aquella oficializada desde dentro?

Es una pregunta muy buena. La variedad en cómo enfocar la arquitectura, esa ruptura de los moldes y que se puede ejercer de distintas formas, lo veo desde un punto de vista optimista. Otro aspecto positivo que habría que discutir quizás con el crítico: arquitectura sin comunicación no llega a la sociedad, como arquitectos, terminamos hablando con nosotros mismos. En consecuencia, la sociedad no reclama arquitectos, no entiende que la arquitectura añade valor y se termina viendo como un lujo que se puede suprimir en momentos de crisis. Entonces yo no descalificaría a ningún profesional del medio porque sepa comunicarse bien. Vivimos en la época del marketing, del mensaje rápido; de hecho, ¿por qué no vamos a participar en eso?

Enrique Norten. Museo del Chopo.

Enrique Norten, Ampliación del Museo Universitario del Chopo, Enrique Norten, 2006. Cortesía del museo.

Tal vez porque saberse vender no significa lo mismo que ser un vendido.

[Risas] Ahora, lo que considero un reto de cualquier premio es ser muy claro en su mensaje: dos premios distintos con dos estudios galardonados aparentemente muy distintos dicen más sobre el premio y nuestro momento de confusión.

Respecto a saberse vender: el Bosque de Chapultepec en México, que es el bosque urbano más grande del mundo, será ampliado a una cuarta sección por el nuevo gobierno; esa propuesta había sido trabajada desde mucho antes por iniciativa del arquitecto Alberto Kalach, autoridad arquitectónica en cuanto a enfoque medio ambientalista. Él ya había trazado cómo sanear los accesos a Chapultepec para hacerlo más inclusivo, además de anexarle barrancas, áreas colindantes, etc. Sin embargo, ilógicamente no se designó como director del proyecto a un arquitecto, urbanista o agrónomo, sino al influyente artista contemporáneo Gabriel Orozco. Aún así, Kalach caballerosamente declaró que le cedía su proyecto, supongo por el bien común de la ciudad con tal de que se lleve a cabo, pero, ¿cómo justificar tal absurdo? Que un proyecto urbanista de tal envergadura se le asigne a un artista visual, arrebatándoselo a un profesionista especializado y con probada experiencia.

Supongo que hay razones políticas que desconozco. Y no puedo hablar de este caso específico. Lo que puedo decir es que indica un desconocimiento del valor de los arquitectos. Pensar que la arquitectura es arte es un gran error: Tiene una parte creativa, es una expresión de no una persona —como un artista— sino de una comunidad y en esta comunidad desde luego está la voz del arquitecto o la arquitecta. Pero no es una creación para uno mismo.

En ese sentido es un gran fallo que un espacio público sea hecho por alguien cuya trayectoria profesional es la de un artista. Eso es un mal entendimiento de qué valor aporta la arquitectura al proyecto. Yo creo que hacer un proyecto así implica un equipo plural y anunciarlo como tal: arquitectos, urbanistas, paisajistas, científicos, ingenieros en movilidad y representantes de la sociedad civil. No sé las razones detrás: quizá un artista puede reunir mucha gente, buscar el apoyo. Pero desde el punto de vista profesional yo diría que un artista no sería mi primera opción. En una ciudad que quiere ser inclusiva y que es tan grande como Ciudad de México, se necesita un equipo y procesos de evaluar propuestas, analizar, comunicar, de generar esa participación tan necesaria en estos días.

Martha Thorne. Gabriel Orozco Bosque de Chapultepec.

Imagen de referencia sobre el proyecto de ampliación del Bosque de Chapultepec presentado por Gabriel Orozco, 2019. Tomada de YouTube.

Otra polémica aún más vital sobre territorio: la aprobación y cancelación del NAIM, proyecto de Fernando Romero y Sir Norman Foster. Más allá de las opiniones politizadas o de los sesgos ideológicos de los medios, nos consta a la opinión pública medioambientalista, como al gremio de los urbanistas y a los científicos especializados, que realizar este nuevo aeropuerto en Texcoco como lo estaban planteando las autoridades definitivamente era un ecocidio. Básicamente porque crear el aeropuerto ahí conllevaría urbanizar la última gran extensión que queda libre en la zona metropolitana, en vez de aprovechar su potencial hídrico para reinundarla y así recrear ahí un lago. La mayoría del medio arquitectónico se expresó en contra: no tanto por el proyecto arquitectónico en sí, sino por la ubicación. Obviamente se ha criticado mucho a Fernando Romero, pero Norman Foster casi nunca se menciona en las discusiones. Supongamos que Foster diseñó ingenuo su proyecto como tal porque desconocía su impacto ambiental, pero una vez enterado, ¿no crees que tenía el deber ético de retractarse públicamente y hasta de pronunciarse en contra de la destrucción a escala regional de todo un ecosistema?

Lo que estás planteando es un poco la responsabilidad ética de un arquitecto y eso creo que está cambiando. Esta actitud de: viene un cliente y me pide tal como me paga, yo intento hacerlo lo mejor que puedo, pero si no lo hago yo lo hace el de a lado… eso es absurdo, sobre todo en gente tan poderosa como Norman Foster o Fernando Romero. Cualquier arquitecto, escritor, profesionista, cualquier persona antes de aceptar un encargo tiene que saber dónde se mete. Y si no sabe, no se puede decir «no sabía». Es tú responsabilidad saber. Y hay que dar la cara por lo que uno hace siempre.

Yo creo que el tema de este aeropuerto no es un tema de sí o no, aquí o allá: es algo más grande que requiere visión a largo plazo de la Ciudad de México. ¿Qué queremos de nuestra ciudad: más expansión o menos? ¿Qué tipo de urbanismo queremos? No es sólo la Ciudad de México: la gran mayoría de las ciudades no tienen esa visión estratégica en su cultura. Quizás es casi imposible por la magnitud de los problemas y de las cosas, pero no por eso no se debe intentar tener esa visión más integrada, más compleja, holística.

Me da mucha pena el tema del aeropuerto porque empezar una obra, pararla e indemnizar es muchísimo dinero a la basura. También dificulta esta conversación más amplia. Y luego qué se va hacer no sólo en cuanto a transporte aéreo, sino qué ciudad queremos en cuanto a movilidad, uso del terreno, dónde va a vivir la gente y creo que de eso falta muchísimo.

Obra de infraestructura. Arquitectura urbana.

Fernando Romero y Foster + Partners, Nuevo Aeropuerto Internacional de México (proyecto cancelado), 2018. Fotografía tomada de El Economista.

Volviendo a los motivos de tu viaje ¿qué has visto de arquitectura mexicana que te haya llamado la atención y por qué?

Intento ser totalmente neutra. Lo que sí me sorprende aquí es que hay edificios muy altos a un lado de otros más bajos: desde el aire, parece un poco desorganizado, pero muchos sitios no tienen esa sensación. Sobre la escala, quizás por la actividad, yo me siento muy bien —a escala humana—, a pesar de ser una ciudad tan enorme con edificios tan altos. Lo que sí da mucha pena es el abandono de tantos edificios, y hay unos que son magníficos: ves unas fachadas muy interesantes y parecen tan abandonadas. Me han comentado que puede que tenga que ver con un tema de congelación de rentas, crisis económica, terremotos… muchas razones, pero me parece una ciudad sumamente interesante.

Me da pena el abandono de edificios vacíos, me da pena el tráfico y me da pena que todo el mundo habla de inseguridad. Eso último no lo siento porque no vivo aquí y estoy atendida en todo momento, pero esa posibilidad de andar por la calle de día o de noche, sola sin ninguna preocupación, no tiene precio. Y con lo interesante de la ciudad, la vida, la energía y luego la amabilidad de la gente, es una ciudad hospitalaria: aunque dicen eso, no es un dicho, es realmente así. Si no tuviese inseguridad, esto sería el paraíso.

Por último. Siempre llama la atención el caso de Luis Barragán: fue el segundo Pritzker. Pero ¿por qué Pedro Ramírez Vázquez nunca lo obtuvo? Muchos estamos convencidos que es aún más relevante, sin demeritar a Barragán, quien fue crucial para la difusión internacional de la arquitectura mexicana y promovido desde un Estado folclorista porque empataba con las políticas de autoexotismo. Pero Ramírez Vázquez tiene una obra trascendente, moderna y socialmente implicada.

Yo creo que cualquier premio es un reflejo del momento. Si miramos hacia atrás con toda la información que tenemos ahora, parece lógico. Cuando se empieza el Pritzker, como muchos premios, en esos primeros momentos tienen la información que tienen: no tenían Internet y otras cosas entonces no se sabía muy bien lo que estaba pasando en el mundo. De hecho, si vemos que hay tantos japoneses que han ganado, se debe a una política de difusión de revistas en inglés, con muchas fotos, desde siempre. Yo creo que se tenía una conciencia de la postura arquitectónica japonesa bastante compacta, definida.

Entonces yo diría que por un lado fue desconocimiento. La parte social no se hablaba tanto en el principio del Pritzker; es una evolución dar mayor énfasis a este servicio de la humanidad. Luego hay que ver quién está en el jurado y qué es lo que están buscando.

Creo que la única cosa que me hace sentir tranquila en mi papel en el Pritzker es gracias a esta información que tenemos al instante, la tecnología, tenemos más información de calidad de otros sitios. Podemos pedir opinión de mucha gente conocedora mucho más allá del jurado. Y aunque hay asignaturas pendientes, sobre todo en el campo de la igualdad de género, creo que el premio está yendo hacia adelante. Entonces estos olvidos, como Ramírez Vázquez o Lina Bo Bardi, ojalá no se den en el futuro.

Martha Thorne. Pedro Ramírez Vázquez.

Pedro Ramírez Vázquez, Museo de Antropología e Historia, 1963-64. Tomada de La Razón de México.

Iñaki Herranz

Historiador del arte y museólogo. Docente, gestor cultural y principalmente curador: del MAM (2007-2010, en jefe 2013-2016 e invitado 2018 y 2019) e independiente, con más de 40 exposiciones. Especializado en fotografía, arquitectura y diseño, entre otros.

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Arata Isozaki (ganador del Premio Pritzker 2019), Tsukaba Center Building, 1979-1983. Fotografía de Yasuhiro Ishimoto. Cortesía de Premio Pritzker.

Imagen de referencia sobre el proyecto de ampliación del Bosque de Chapultepec presentado por Gabriel Orozco, 2019. Tomada de YouTube.

Fernando Romero y Foster + Partners, Nuevo Aeropuerto Internacional de México (proyecto cancelado), 2018. Fotografía tomada de El Economista.

Pedro Ramírez Vázquez, Museo de Antropología e Historia, 1963-64. Tomada de La Razón de México.