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Ryoji Ikeda, datamatics, 2009. Cortesía del artista

Lo relativo del mundo. La física en el arte

Opinión 15.03.2018

Javier Villaseñor V.

Javier Villaseñor revisa históricamente el vínculo entre arte y ciencia como disciplinas afines a un objetivo común: explicar el Universo.

El vínculo entre arte y ciencia no es en lo absoluto novedoso. Y es que ambas tienen un fin en común —desde sus propias trincheras, claro está—: explicar el Universo, comprender y expresar las reglas que rigen la apariencia del mundo. Los desarrollos científicos han encontrado cabida en las expresiones artísticas de cada época y, a la par, el arte plantea cuestionamientos novedosos para la comunidad científica —por la diversidad de miradas, el apego a distintos métodos de trabajo y la inherente libertad (general, aparente) que acompasa las prácticas artísticas.

Las lindes entre ambos campos de estudio comienzan a desdibujarse, por ejemplo, con el desarrollo y la relevancia dada al trabajo transdiciplinar para el arte contemporáneo, el cual ya no busca respuestas o modelos unívocos de creación y representación, sino abrir el campo a nuevos espacios de incidencia del arte y la ciencia. Hoy, en el contexto contemporáneo, hay conceptos científicos que problematizan el desarrollo artístico y que han impactado la manera de hacer y de pensar al arte; en específico, las ideas que ponen sobre la mesa la manera en la que comprendemos el cosmos. «Cosmos» es una palabra de especial relevancia, pues (etimológicamente) significa orden y, por lo tanto, lleva implícita una lectura humana: el universo leído por el hombre, la forma en la que éste configura su entorno a través de leyes y teorías que buscan darle un sentido al caos circundante. Así, arte y ciencia se figuran modos de leer nuestro entorno.

 

Desde su aparición a principios del siglo pasado, por ejemplo, la teoría de la relatividad postulada por Albert Einstein revolucionó tanto a la ciencia como al arte. En ésta, Einstein se dio a la tarea de hermanar la física newtoniana con el electromagnetismo, planteando, en un primer momento, que la apreciación de un suceso físico es relativo al movimiento del espectador: diferentes observadores percibirán de manera diferente un mismo hecho y todas ellas serán correctas —idea que encuentra eco en la máxima de Ortega y Gasset «Yo soy yo y mis circunstancias». Esta teoría unifica al tiempo y el espacio en un mismo tejido, un continuo que se distorsiona por influencia de fuerzas externas, como la fuerza de gravedad —de ahí que se hable de curvatura del espacio tiempo—.

En primera instancia, la teoría de la relatividad planteó (y seguirá planteando) para el arte la problemática de las percepciones: no existe una visión unívoca y absoluta, todo queda en manos del sujeto —lectura kantiana de la subjetividad donde es el individuo quien, críticamente, juzga y, por ende, interpreta la realidad presentada de acuerdo al acontecer de su situación. En un segundo momento, si intentamos ver esta teoría manifestada de manera directa en el arte, coincide con las búsquedas del cubismo y el futurismo: el primero buscaba la representación total de un objeto o un suceso, a partir de la observación completa de su espacialidad y temporalidad —el artista se plantea como el observador quien, a partir de su propia experiencia, busca abarcar la totalidad. El futurismo, por su lado, pretendía representar de manera plástica el devenir, el acontecer de sucesos y hechos en el espacio —por ejemplo, Formas únicas de continuidad en el espacio de Umberto Boccioni o el ya clásico Dinamismo de un perro con correa de Giacomo Balla, donde se entiende que no se puede representar el espacio, o cuerpos en el espacio, si se les despoja de la dimensión temporal, del acontecer.

Escultura futurista. Física en el arte.

Umberto Boccioni . Formas únicas de continuidad en el espacio. 1913. Cortesía Wikimedia Commons.

 

Es el devenir de la teoría de la relatividad, su aceptación en el campo de la ciencia y su visión como nueva configuración de lectura del mundo, lo que en parte podría haber conducido a la búsqueda de nuevas formas compositivas y expresivas: comienza a preponderar la abstracción —dada la imposibilidad de una representación total del mundo físico, se busca apelar a formas puras, una representación no objetual (ni objetiva) de la realidad, donde lo representado fungiera como una manifestación puramente sensible; la obra de Kandinski, el suprematismo ruso y la labor de la Bauhaus responden a esta búsqueda.

Pintura abstracta con fondo negro. Física en el arte.

Vasily Kandinsky, Muchos círculos, 1926. Cortesía Guggenheim Foundation.

De la relatividad, de la gran escala, de la magnitud de las cosas visibles, se transita a las entrañas de la materia, a los componentes fundamentales de las cosas: el átomo y las partículas subatómicas. Se comienza a indagar sobre ello desde finales del siglo XIX (con el descubrimiento de la radioactividad), pero es hasta mitad del siglo XX donde el estudio de la física nuclear —que devino en la física de partículas— tuvo su auge —y cuyos estudios y propuestas, apoyados también en la teoría de la relatividad, desencadenaron el estallido de las dos bombas atómicas sobre Japón. Artísticamente, parece que de la búsqueda por una experiencia pura, de la manifestación sensible de la realidad que buscaba la abstracción, se llega a una visión fragmentada, atomizada del mundo, manifiesta en el expresionismo abstracto.

Pintura abstracta expresionista. Física en el arte.

Mark Rothko, Untitled, 1947. Cortesía Guggenheim Foundation.

Hoy en día, los experimentos llevados a cabo, por ejemplo, en el gran colisionador de hadrones del CERN, en Suiza, levantan cuestionamientos en el arte sobre lo visible y lo invisible, sobre la naturaleza propia de la naturaleza; es decir, el lenguaje del mundo y cómo es que esto tiene un efecto directo en la manera en que nos representamos (a nosotros mismos y al entorno). De estos estudios y propuestas se desprenden dinámicas como la estética de nube y molecular; el propio estudio de los fundamentos de la materia nos conduce a preguntas fundamentales y existenciales: ¿qué hacemos aquí? ¿Qué es el mundo que nos rodea? ¿Cómo podemos hacer sentido de él?

El propio CERN impulsa a artistas, con una convocatoria anual, a realizar una residencia, buscando generar puntos de encuentro, de diálogo, entre la comunidad científica y los artistas, bajo el entendido que, como especie, nos corresponde un esfuerzo colaborativo por lograr figurar —dimensionar, incluso— nuestra posición, pertenencia, y origen en el universo.

Javier Villaseñor V.

Es licenciado en Arte por la UCSJ. Se ha desempeñado como escritor y curador en el estudio de un escultor y como artista digital de manera independiente. Es fiel seguidor de David Foster Wallace y lector amante de Virginia Woolf. Cree en las letras como un medio de redención. Instagram / Twitter: @filantropofago

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