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Nairy Baghramian, Maintainers en la 58º Bienal de Venecia, 2019. Fotografía de Francesco Galli. Tomada de kurimanzutto.

Todo hombre, un curador. La curaduría entre Michael Bhaskar y Marie Kondo

Columna 18.09.2019

Daniel Montero

Daniel Montero reflexiona sobre el papel que la curaduría desempeña hoy en día en nuestra vida diaria, más allá del ámbito del arte contemporáneo.

¿Qué es la curaduría en la contemporaneidad? ¿Se puede decir que la curaduría ha cambiado después de la masificación del Internet y de las redes sociales? ¿La curaduría es una práctica que ha permeado diferentes espacios sociales más allá del campo del arte? Michael Bhaskar, escritor inglés y autor del libro Curaduría. El poder de la selección en un mundo de excesos (FCE, 2017) sostiene que, en efecto, en un mundo sobrepobaldo y sobreinformado, con un flujo de información constante y donde la acumulación se ha hecho la regla, hay que pensar en la curaduría como un recurso para poder filtrar y seleccionar la información más valiosa. Para Bhaskar, la curaduría desde hace algunos años ha estado entre nosotros. Empezó siendo designada desde el mundo del arte para seleccionar y cuidar obras artísticas para luego volverse esencial en la contemporaneidad, porque es en esa práctica en donde está el valor agregado en el presente, y no en la sobreproducción de información o de objetos. En palabras del propio autor,

«Defino curaduría del modo en que es utilizada en el sentido diario, como una selección y reordenamiento para agregar valor. Es una definición simple, pero poderosa, porque en todos lados vemos este patrón. En muchas industrias y áreas de nuestras vidas, es este tipo de enfoque y conocimiento el que se volvió realmente importante».

A partir de esa definición, el autor procura pensar esa práctica en el presente en relación a la recombinación y no a la producción de nueva información. El sentido y el valor de la información estaría dado precisamente por el ejercicio curatorial que permite seleccionar lo más valioso y no la mayor cantidad de cosas: agregar valor y no más elementos. Curar el mundo, parece decir Bhaskar, es cuidar de nosotros mismos.

Como una referencia importante, en el libro de Bhaskar se cita otro ejemplo que tal vez es mucho más conocido: The Life-Changing Magic of Tidying Up: The Japanese Art of Declutering and organizing (Ten Speed Press, 2014) de Marie Kondo. Ese libro y la serie de Netflix han hecho de Kondo una celebridad mundial que ha ayudado a muchas personas a vivir con lo que necesitan y con lo que es esencial, más que acumular información y objetos, eligiendo con cuidado lo que poseen. Según Bhaskar, para Kondo

«(…) hay que ser inclementes y deshacerse de la mayor parte de las cosas que tenemos, desechar todo lo que no nos haga felices. Es en parte una aproximación de cero tolerancia hacia el desorden y en parte filosofía zen del espacio doméstico; en cualquier caso su consejo ha sido adoptado de forma masiva. Refleja una actitud más curada ante nuestros hogares que se ha estado desarrollando durante muchos años. puede decirse que nuestras casas son los primeros y más curados de los espacios. El énfasis puesto en sacar de ahí lo que no sirve no debería sorprendernos».

El argumento de Bhaskar es sugerente en tanto da una luz para poder pensar en cómo, en el océano de información y de objetos, podemos singularizar lo que nos interesa para hacer más eficientes nuestras vidas. Es un asunto que va desde los espacios del hogar hasta decisiones empresariales de gran envergadura. El ejemplo más interesante al respecto son los algoritmos de plataformas digitales que permiten que uno vea lo que le interesa y no todo lo que se ofrece. En ese sentido, y regresando a la idea de Marie Kondo, todos somos curadores de nuestras propias vidas.

Volvamos ahora a la idea inicial de la que parte Bhaskar para construir su argumento: la curaduría es una práctica del mundo del arte, pero que ha permeado en la vida cotidiana alterando nuestro comportamiento porque, en la actualidad, todo es susceptible de ser curado. Pero, desde esa perspectiva, y regresando al asunto del arte, ¿qué ocurre entonces con la práctica curatorial en un mundo en el que todos podrían ser curadores de algo? ¿Qué pasa con la noción de valor que está involucrada allí? A pesar de que la palabra curaduría funciona indiscriminadamente en diferentes contextos (por ejemplo, muchas veces ya no se es editor sino curador de contenidos), el asunto con el arte es peculiar porque lo que siempre ha estado en juego no solo es un asunto de autodeterminación y autocontrol, a partir de la selección como parece que sugiere Bhaskar, sino también un asunto del poder, de la representación y de la visualidad. El valor de lo visible diríamos. La pregunta no es solo cómo puedo seleccionar algo sino cómo lo puedo hacer visible en relación a ese valor.

Precisamente, es en las tensiones sobre la visibilidad y de los poderes de representación que está la complejidad de la curaduría contemporánea. No es que todos puedan —o deban— ser curadores, sino más bien cómo funcionan los aparatos de visibilidad y a quiénes representan. Y en tanto la autodeterminación parece ser el llamado permanente, surge un conflicto cuando se presentan simultáneamente diferentes formas de visualidad. La curaduría contemporánea tiene que ver con la construcción constante del presente y en eso se parece al postulado de Kondo: qué es lo que necesito aquí y ahora y qué es esencial en mi vida actual. Muchas exposiciones se hacen pensando en qué puede ser pertinente para contextos inmediatos. Pero el contexto inmediato parece conmocionado, inestable. Tratando de generar cierta estabilidad, muchos artistas han decidido pensar ya no en el presente inmediato sino en el pasado que lo condiciona.

Ante un arte ya no solo deslocalizado sino que está haciendo permanentes apuntes a diferentes formas y momentos del pasado, muchas veces la curaduría entra en una crisis: se decide por mostrar sin mostrar nada en específico, porque parece que ya no puede generar un continuum que permita realizar un display visual. O para decirlo de una manera más clara, los artistas se están convirtiendo en los curadores de sus propias prácticas realizando proyectos artísticos y a los curadores les es cada vez más difícil identificar líneas de visualidad común. Les cuesta afirmar por qué es valioso eso que muestran. O mejor, no se atreven a hacerlo y delegan.

Exposición de arte. Curaduría

Detalle de la 58º Bienal de Venecia. Fotografía de Haupt & Binder. Cortesía de la Bienal.

Solo hay que mirar las dos últimas ediciones de la Bienal de Venecia. Para la versión de este año, Ralph Rugoff declaró: «La 58ª Exposición Internacional de Arte no tendrá un tema per se, sino que pondrá de relieve un enfoque general de la creación artística y una visión de la función social del arte abarcadora tanto del placer como del pensamiento crítico». Y para la versión anterior, Christine Macel señaló:

 «Hoy día, en un mundo lleno de conflictos y conmociones, el arte es testigo de lo más valioso que nos convierte en seres humanos. Es el terreno principal para la reflexión, la expresión individual, la libertad y los cuestionamiento fundamentales. (…) El papel, la voz y la responsabilidad de los artistas son más cruciales que nunca en el marco de los debates contemporáneos. Es en y a través de estas iniciativas individuales que el mundo de mañana toma forma, algo —ciertamente incierto— que los artistas mejor intuyen a menudo que otros».

Por supuesto, no digo que la práctica de la curaduría en el arte esté desapareciendo. Tal vez está más saludable que nunca, como lo indica Bhaskar. Pero de lo que si podemos estar seguros es que ha cambiado de forma importante porque las operaciones de visualidad en el arte también lo han hecho, debido precisamente a esa cantidad de información que circula incesantemente. Sabemos que algo es importante, pero nos cuesta cada vez más decir por qué. Como no tenemos que justificar ese por qué, en tanto el acto de selección ya es suficiente y parece que ya fuera valioso en sí mismo, muchas veces la curaduría pierde el sentido, aunque el valor asociado se mantenga como valor de selección.

El asunto no deja de ser complejo porque el arte en el presente no se puede entender sin la labor del curador. Cualquier tipo de arte. Esto es porque la curaduría no  es solo un ejercicio de selección sino de mediación y de agencia. Pero incluso antes de que mucha gente se entere de qué es lo que hace esa figura, su condición ya está comenzando a cambiar.

De lo que si se podemos estar seguros es que no es lo mismo deshacerse de la ropa vieja y de los objetos acumulados en esa especie de autocuraduría, elegir o no un canal de YouTube o una serie de Netflix y curar una exposición, como lo sugiere Bhaskar. Las mediaciones en todas esas prácticas son muy diferentes, aunque todas impliquen nociones de valor.

Como ya lo señalaba, la representatividad y el ejercicio de poder involucrado en cada uno de esos momentos es siempre diferente: Unos tienen que ver con ciertas formas de autodeterminación y otros con juegos de representación. Eso es lo que genera un conflicto permanente en un mundo cada vez más mediado, pero que ha generado la ilusión de que no lo es. Habrá que ver si en un futuro la curaduría se vuelve, a su vez, un paso intermedio en todas esas tensiones y flujos. Por ahora, habrá que ver como lidia la curaduría con esa transformación.

Daniel Montero

Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Es autor del libro El Cubo de Rubik: arte mexicano en los años 90.

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Detalle de la 58º Bienal de Venecia. Fotografía de Haupt & Binder. Cortesía de la Bienal.