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Still de Raw, de Julia Ducournau, 2016. Tomada de YouTube.

El cuerpo femenino en el cine de terror: 5 películas

Lista 31.10.2019

Arantxa Luna

Bajo una mirada de perspectiva de género, Arantxa Luna analiza las representaciones del cuerpo femenino en 5 películas de terror.

Pensar el cine es pensar las lógicas de representación en la pantalla. Si nos detenemos en cada uno de los géneros cinematográficos, descubriremos que la experiencia androcéntrica define una gran parte de lo que se llega a producir en la industria (digo «gran parte» por aquello del #NotAllMen). Como sucede con los otros géneros, la tradición del cine de horror puede ser discutida al lanzar una simple pregunta: ¿de quién es la mirada?

Al estar consciente de las posibilidades de esta respuesta (la visión androcéntrica), el cine de horror adquiere más texturas que abren paso para edificarlo desde otras miradas: un cine que esté más allá de objetivar los cuerpos femeninos a través de mandatos estéticos para que la mirada patriarcal se sienta atraída, o que ya no conjure a «la chica final» de Carol J. Clover como la necesidad de constante demostración de que las protagonistas mujeres sí pueden ser complejas, por ejemplo, y los transforme en ejes rectores de narrativas que prioricen deseos, preocupaciones, experiencias, y de manera radical, el propio cuerpo de sus protagonistas.

El papel del cuerpo en el cine de horror se puede pensar desde distintas perspectivas. Podríamos empezar por pensar en la dualidad en donde el cuerpo es dador o contenedor de violencia o el mandato de la asignación genérica en donde lo femenino es sinónimo de vulnerabilidad. En ese sentido, la historia del cine nos ha ofrecido enigmáticas escenas de cuerpos deformes, sanguinolentos, mutilados, violentados: el cuerpo es la maqueta en donde recae el odio, el enigma, el horror, pero, ¿qué pasa cuando el cuerpo, más que instrumento, se convierte en pilar básico para la película? ¿Una suerte de protagonista a «discreción»?

Si nos detenemos en el cuerpo como un elemento pensante, no siempre en el sentido literal de la palabra (un monstruo, un ente, por ejemplo), pero sí como tema detonante que genere conversaciones más disruptivas y sugerentes: sí es posible posar la mirada en películas que expanden (o tratan) de encontrar en el cuerpo una metáfora sobre lo político, por ejemplo; la diferencia es que lo político parte de la representación de experiencias de una sujeta (protagonista, directora) que es atravesada por la constante construcción de su posición en el mundo, una postura que no prepondera la experiencia masculina como fin y rectora.

En ese sentido, el cuerpo como territorio y anclaje para la identidad ha sido uno de los grandes intereses del feminismo. Aunque no pretendo etiquetar el siguiente listado bajo esta corriente filosófica/movimiento social/propuesta política, sí quisiera obviar la intuición en características muy particulares que, además del cuerpo, hermanan su manufactura y sus preocupaciones, a la conciencia de una actitud ante el mundo en tanto se es mujer: cuestionamiento a las estructuras de poder, el intento por subvertir estereotipos, lo biográfico como forma de politizar las experiencias, el deseo como parte esencial de vida (o muerte), o la simple presencia de fluidos corporales que han sido relacionados al ámbito de lo privado (la menstruación, por ejemplo).

Sin la pretensión del etiquetado y más bien enfocándose a los cuerpos (en especial los femeninos), no sólo como objetos que se pueden desdibujar ante las violencias, la siguiente selección son películas que tienen un interés no hegemónico del cine de horror que sitúa al cuerpo no subyugado o bajo control, y sí en el centro.  

 

Voraz, de Julia Ducournau (Francia 2016)

En Junior (2011), su primer cortometraje, la directora francesa ya nos planteaba su interés por la metamorfosis como un concepto ligado al cuerpo: en Junior (Garance Marillier), una joven adolescente trasciende la pubertad gracias a un cambio de piel.

Con esa literalidad, así como Junior y su nueva piel, la experiencia de la adolescencia (los cambios hormonales y el despertar sexual) adquiere otra potencia: en Voraz, su segundo largometraje, la metamorfosis le exige a Justine (la misma Garance Marillier) cambios radicales que están dentro de los grandes tabúes de la humanidad, pues además de su deseo por la carne humana, el proceso de resistencia es acompañado por picor en la piel, sangrados y temperatura: su cuerpo es su compañero de transformación.

Los dilemas del pasar de la infancia a ser un ser una adulta, se mezclan con su posición dentro de su escuela: el cuerpo de Justine no es parte del canon de belleza, no comparte la posición social como su hermana Alexia (Ella Rumpf) y, además, dentro de esta timidez, la confusión entre las exigencias de su cuerpo va de la mano con la constante negación que se hace del cuerpo femenino como ser sexuado. En Voraz, el cuerpo de Justine es temática (el canibalismo), es protagonista e interrogante.

La película puede verse en plataformas de streaming.

The Love Witch, de Anna Biller (Estados Unidos, 2016)

La única presencia de sangre que vemos en el segundo largometraje de Biller es un tampón que usa Elaine (Samantha Robinson) para preparar un brebaje de protección. Sin lo explícito y sangriento que exigen las convenciones del cine de terror, pero sí con ironía, comedia y suspenso, The Love Witch se centra en Elaine, joven bruja, que está decida a encontrar «el verdadero amor».

Con un bello homenaje al tecnicolor y a la estética camp, lo que sucede alrededor de Elaine parece estar inserto en una atemporalidad: la sexualidad parece juzgada, pero al mismo tiempo es posible hablar libremente del patriarcado en una sala de té. Con esta ambivalencia, Elaine desechará, comprenderá o negará, que su cuerpo es un dispositivo de placer para la mirada masculina, un «halago» que al mismo tiempo le impiden exorcizar todos sus ideales sobre el amor romántico. En su búsqueda, Elaine dejará un listado de hombres muertos, amantes que son experiencias de decepción ante su inmadurez. Aquí no hay una mujer que busca venganza, a pesar de ser objetivada una y otra vez, porque son las decisiones y acciones de los hombres (impulsivos, coléricos, asfixiantes) que marcan su fatal desenlace.

La película está disponible en Amazon Prime Video.

Diabólica tentación, de Karyn Kusama (Estados Unidos, 2009)

La obra de Kusama contiene características estandartes del cine de horror, y con ojo crítico podrían ser nombrados como estereotipos: la dualidad en la amistad adolescente entre Jennifer (Megan Fox) y Needy (Amanda Seyfried) está marcada por dos polos opuestos de cómo cada una vive su cuerpo: Jenn es estereotípicamente hermosa, popular y vive su sexualidad sin tapujos y sin una pareja, por el lado contrario, aunque Needy también es sexualmente activa, ella tiene una pareja que conceptualiza la idea del amor romántico. 

Esta manera de representar la sexualidad está estrechamente unida con el «castigo» (la muerte) que reciben los personajes en el slasher cuando pierden su virginidad. Jenn es poseída por un espíritu demoniaco cuando es sacrificada por un grupo de jóvenes bastante estúpidos. La razón de que no muera y se transforme en un ser cercano al incubo es que Jenn, al ser asesinada, no era virgen. Esta marca, la de ya haber vivido su sexualidad, es muy clara y particular: Jenn será la antagonista de la historia, una femme fatale adolescente que asesina hombres para mantenerse joven y bella.

Pero más allá de esta mirada sobre la sexualidad, e incluso el humor y el tono para representarla, Kusama traslada el horror del monstruo asesino a una figura más «amigable», en tanto es seductora, cercana al espectador y se instala en la tradición estadounidense de las comedias románticas. Parecido al fenómeno en Voraz, en donde los cambios hormonales y la adolescencia están ligados a las exigencias de un cuerpo incontenible, Diabólica tentación se detiene para profundizar en la relación amisto-erótica entre dos mujeres. Quizá con menor éxito en su representación de la adolescencia monstruosa, el cuerpo de una mujer que está en el umbral de la madurez se transforma en un acertijo mortal.

En mi piel, de Marina de Van (Francia, 2002)

Esther (Marina de Van) es una joven mujer que inicia una serie de transformaciones en su vida: está a punto de ascender y formalizar la relación con su novio Vincent (Laurent Lucas). Bajo su tenacidad y su éxito exterior, Esther canaliza todas sus emociones en la herida de su pierna, fruto de una caída accidental en una fiesta. Al descubrir que no tuvo la sensibilidad normal y la respuesta ante un evento así, Esther comienza a experimentar con su umbral de dolor, provocándose más heridas hasta llegar al canibalismo máximo: comer su propio cuerpo.

De Van traza a una protagonista que está en continua ansiedad para hacer que sus relaciones laborales y personales marchen de la mejor manera posible. Sin muchas ganas de adentrarse en conflictos, Esther escucha los reproches de su novio, vive el enojo de su mejor amiga y el estrés de un trabajo demandante; así, sus posibilidades de encontrar un dejo de empatía se disminuyen a encontrarse a sí misma como una suerte de válvula de escape: el dolor le produce momentos de liberación que, poco a poco, cobrarán un sentido más fuerte.

Como sucede en Sangre caníbal (Claire Denis, 2001), de Van intercala lo explicito con una exploración detallada de Esther y la sensación placentera que le produce cortar y comer su propia carne. La automutilación del cuerpo es una forma de colocarse en el mundo: Esther reconoce su cuerpo, se mira en el espejo después de despellejar sus brazos, cortar una parte de su cabeza; el reflejo que regresa a sus ojos es el de una mujer atormentada por el placer y por descubrir un desahogo poco convencional ante las crisis que atraviesan a una mujer que se le exige la cordura y la normalidad: ser exitosa ante todo y todos.

Sangre caníbal: un oscuro deseo, de Claire Denis (Francia-Alemania-Japón, 2001)

Cuando Core (Béatrice Dalle) escapa del encierro procurado por su esposo Léo (Alex Descas), ante ella se abre un festín de cuerpos que pueden ser devorados luego de que la vean como depositario para satisfacer su placer sexual. Core acepta porque le garantiza saciar su hambre, al mismo tiempo que reconoce a su cuerpo como «deseo» que otros ambicionan. Más allá de las decisiones que toman cada uno de sus protagonistas con la llegada de June Brown (Tricia Vessey) y su esposo Shane (Vincent Gallo), obsesionado con Core, Sangre caníbal es una coma dentro de la extensa filmografía sobre canibalismo.

Como sucede con Voraz, el deseo por la carne humana está entrelazado al deseo sexual. El canibalismo no solo está conceptualizado a través de secuencias largas de violencia explicita: Claire Denis no niega esta estrategia porque Sangre Caníbal introdujo una escena icónica que incluye una pared rebosada en sangre, por el contrario, el estilo de Denis expande este término cobijado por el horror, para darle protagonismo al cuerpo como una fuerza primaria.

Cuando Core ataca hay un impulso por morder, lamer, acariciar, besar, la violencia en el cuerpo se confunde con la intimidad del acto sexual, solo que aquí los gritos de terror contrastan con el rostro encantado de Core: su cuerpo se desdibuja entre la sangre. Claire Denis filma el cuerpo y lo dimensiona no como recipiente inmóvil, y sí como metáfora constante sobre limites e imposibilidades de habitar este mundo.  

Arantxa Luna

Guionista y crítica de cine. Egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM. Escribe en espacios como revista Nexos, Cine PREMIERE y Sector Cine; y es panelista en el programa ‘Mi cine, tu cine’, de Canal Once. Actualmente es la encargada de prensa y comunicación en INTERIOR XIII, distribuidora y productora de cine en México y Colombia.

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