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Kenneth Josephson, Chicago, 1972. Tomada de The New York Times.

Comunidad: un elemento esencial de la identidad urbana

Columna 11.09.2019

Lorenzo Rocha

Lorenzo Rocha analiza el papel de la comunidad y la arquitectura en el desarrollo de entornos urbanos afines a las necesidades de su contexto.

Todos los elementos que nos rodean forman parte de nuestra identidad. Pero no solo el entorno directo contribuye a identificarnos como las personas que somos, también nuestra imaginación y nuestros recuerdos de lugares remotos componen aquello que llamamos comunidad. «La imaginación también es parte de la naturaleza», afirmaba acertadamente el filósofo francés Gaston Bachelard, en su libro El agua y los sueños.

Por estas razones, las ciudades en las que habitamos, también habitan en nosotros, los recuerdos de nuestro lugar de origen nos acompañan siempre. La conciencia humana no se aloja dentro de nuestra cabeza, sino en nuestro entorno directo y en las relaciones que establecemos con éste. En su lucha por evitar caer en el olvido, la arquitectura es la aliada más cercana a los seres humanos.

La naturaleza, los edificios históricos, las calles y plazas son partes fundamentales de la identidad urbana, pero de manera preponderante también los son las demás personas. Los inmigrantes, temporales y permanentes también forman parte de la comunidad, la xenofobia es tan improductiva como la xenofilia. Hay personajes cuyo paso por la Ciudad de México fue breve como Alexander von Humboldt, André Breton o Gabriel García Márquez, pero su huella en la memoria colectiva permanece muchos años después. Siempre se ha distinguido al ciudadano del migrante, pero la paradoja es que casi todos los ciudadanos o sus antepasados también migraron en alguna época. Esto hace aún más absurda la situación actual respecto a la migración, ya sea desde el sur hacia norte o más allá de las fronteras, los mares, las montañas y los desiertos.

Comunidad y arquitectura. Gabriel García Márquez en México

Gabriel García Márquez en Paseo de la Reforma, década de 1960. Tomada de El Sol de México.

Si una pareja extranjera elige celebrar su boda en San Miguel de Allende, por ejemplo, ¿también esa ciudad pasará a formar parte de su identidad? Los restaurantes y supermercados de cadenas internacionales también forman parte de nuestra comunidad y de la identidad urbana, aunque aparentemente sean todos iguales. Seguramente las respuestas a estas preguntas serán difíciles, pero vale la pena hacérselas.

En 1995 el arquitecto holandés Rem Koolhaas publicó el libro S, M, L, XL, diseñado por Bruce Mau. Dentro de esta obra icónica, desde las ópticas tanto literarias como gráficas, se encuentra un manifiesto sobre la pérdida de identidad urbana titulado Generic City: se trata de una crítica a la sociedad de su tiempo que nos conviene revisar ahora, un cuarto de siglo más tarde. El manifiesto de Koolhaas comienza con un cuestionamiento muy importante: mientras la identidad local se ha ido perdiendo y cediendo su espacio a la homogeneización global, ¿sería posible que la ruptura con la identidad sea una actitud consciente y un esfuerzo liberador de la sociedad contemporánea para romper definitivamente sus vínculos con la historia y el contexto urbano?

Ahora que han pasado 25 años desde la publicación del texto, quizá haya que hacer algunas precisiones sobre las declaraciones de Koolhaas, sobre todo acerca de sus falacias lógicas. Si bien es verdad que la globalización ha diluido buena parte de los valores culturales locales, ciertamente no ha borrado en absoluto el contexto. Por el contrario, la homogeneización de la arquitectura ha reforzado al entorno de las obras. Cuando las franquicias comerciales, los supermercados, los aeropuertos tienden a ser muy parecidos entre ellos y aplican modelos y diseños que son prácticamente iguales en cualquier lugar del mundo, en la práctica refuerzan el contexto.

Veamos por ejemplo las cafeterías Starbucks. Al construirse todas prácticamente iguales (salvo por sutiles matices, que a su vez provocan que en realidad todas sean diferentes) y por lo tanto carecer del carácter propio, derivado de su localización específica, provocan que las personas los identifiquen por sus pequeñas diferencias, o bien, por aquella arquitectura o contexto urbano que les rodea. Aunque sus diseños interiores y fachadas sean casi iguales, y los productos que ofrecen sean siempre de la misma calidad y sabor, una persona acostumbra frecuentar uno o varios Starbucks en particular, que son de su preferencia; tal vez por el barrio donde se encuentran e incluso por ciertas características que los diferencian, por ejemplo, el hecho de que se encuentren dentro de un centro comercial, en una calle emblemática, o incluso que cuenten con estacionamiento o con bonitas vistas, todas ellas características contextuales, que no están relacionadas con el diseño de las cafeterías.

Comunidad y arquitectura. Starbucks.

FFKR Architects, Diseño de prototipo para cafeterías Starbucks. Tomada de la web de la firma.

El centro histórico y la periferia moderna no son conceptos opuestos, como lo afirma Koolhaas, y el segundo no está subordinado al primero. Nuestros tiempos llaman a realizar análisis menos maniqueístas y muchos más orgánicos que abarquen la complejidad de la arquitectura en su relación con la sociedad, no solamente respecto a su forma e imagen exterior.

La comunidad a nivel urbano es un concepto difícil de concebir, en principio se trata de las personas que cohabitan en el espacio público e incluye sus comportamientos e interacciones desde sus ámbitos privados como vecinos en un mismo edificio o manzana. Sin embargo, esta definición deja muchas áreas ambiguas. Una persona que habita en un barrio distinto a aquel donde trabaja, ¿a qué comunidad pertenece? Los turistas o extranjeros que se encuentran en la ciudad temporalmente, ¿forman parte de la comunidad? ¿Cuánto tiempo debe pasar una persona en su barrio para que se le considere un habitante permanente de éste? Seguramente habrá muchas preguntas más, pero una buena respuesta general es que el espíritu ciudadano debe estar fundamentado en la civilidad y la cortesía sin importar el reconocimiento de la auténtica pertenencia a la comunidad.

La base de la comunidad es la convivencia armoniosa, la contingencia, la negociación respetuosa, el reconocimiento de los otros y el respeto mutuo. De esta manera —en realidad— no es necesario distinguir entre personas locales y foráneas, ni entre ciudadanos, visitantes e inmigrantes, ya que toda persona merece el mismo respeto y debe respetar a los demás sin excepción alguna.

Lorenzo Rocha

Es arquitecto y maestro en teoría crítica. Su interés se centra en el uso experimental del espacio. Incorpora actualmente a su trabajo prácticas interdisciplinarias que le permiten explorar el impacto del diseño y la intervención en los espacios que produce y la reactivación de espacios por medio de su uso social. Desde 2005 es director editorial de la revista [ESPACIO] arte contemporáneo. Colaborador regular del diario Milenio desde 2006. En 2018 publicó el libro Arquitectura crítica. Proyectos con espíritu inconformista.
Actualmente es director de la Oficina de transformación urbana y de la Oficina de arte, un espacio para residencias artísticas en el centro de la ciudad de México.

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