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Vista de la calle Bowery con el New Museum al fondo. Cortesía de The New Museum.
Manuel Solano, The Basement, 2017. Tomada de Interview Magazine.

La Trienal del New Museum: Elegía de un autosabotaje

Opinión 05.04.2018

Javier Villaseñor V.

¿Qué legitimidad posee un museo que se autodenomina como nuevo? Javier Villaseñor analiza el eje curatorial de la Trienal organizada por el New Museum.

La idea de un New Museum, es decir, un museo nuevo, alza muchas preguntas —como ocurre, en general, con todo aquello que prefijamos con la idea de nuevo. De inmediato, como primera interrogante (natural), uno se pregunta si lo calificado como nuevo es realmente novedoso. En segundo lugar nos fijamos en la idea que se pretende establecer como nueva, en este caso la del museo, y esto comienza a generar ruido pues, históricamente, la idea de museo —como nos es heredada— tiene implícito un sistema, un rigor formal (por llamarlo de algún modo) heredado del establecimiento del museo como institución en el siglo XVIII —hermanado con la ilustración, la formación de las academias, el proyecto enciclopedista, etc—. Es decir, lo que el museo pretendía era (¿es?) ser un estandarte de la modernidad, apostando por la transmisión de ideales que justifican determinada visión (o lectura) de la realidad. Históricamente, por ejemplo, han sustentado los ideales imperialistas, al fungir como espacios donde se exhibían (¿exhiben?) los tesoros de las conquistas y las exploraciones o, posteriormente —aunque irremediablemente ligado a la primera idea— fungen como instituciones que justifican una idea de nación, con el surgimiento de los museos nacionales, museos de historia, etc. El arte no permanece ajeno a esta visión institucional; recordemos que ha fungido, a lo largo de la historia, como herramienta transmisora y replicadora de ideologías de estado —tomemos el mexicanísimo ejemplo del movimiento muralista de principios del siglo XX, que coadyuvó a la difusión del proyecto vasconcelista—, así, los museos de arte fungieron como espacios donde la ideología era transmitida a partir de determinado ideal de belleza.

El punto de todo esto: ¿qué implica llamarle nuevo a un museo? Llamarle nueva a una institución que, históricamente, posee una carga de imposición, de erudición —por más que en los últimos años haya tratado de desligarse de ésta, coadyuvados por el surgimiento de la nueva museología como herramienta para poner al espectador en primer plano.

Edificio blanco en la ciudad. New Museum.

The New Museum. Fotografía de Dean Kaufman. Cortesía de Archdaily.

Quizá fueron estas algunas de las interrogantes que se planteó Marcia Tucker quien, durante los sesenta y setenta, fungió como curadora del Whitney en Nueva York, tiempo durante el que detectó una constante en las prácticas museísticas y de consumo de arte: los nuevos artistas y sus obras no eran completamente asimiladas, no cabían dentro de la estructura de una exposición convencional, pues la manera de presentarlos ocasionaba en los espectadores un mal recibimiento, una mala digestión de las propuestas que los artistas pretendían hacer notar. Es entonces (1977) que escinde del Whitney y se propone a generar una plataforma que le diese el soporte adecuado a los artistas vivos, contemporáneos. Así nace The New Museum como maquinaria que se debate entre ser un espacio alternativo y uno formal para la presentación de proyectos curatoriales contemporáneos. La institución cumple cuarenta y un años en 2018, y uno podría argumentar que a lo largo de esos cuarenta años, ha transitado por muchas contemporaneidades; sin embargo, un estandarte del museo, su propuesta fundamental, la cual se ha mantenido vigente a lo largo de ese tiempo, es fungir como una plataforma para creadores jóvenes, vivos, para que expongan sus obras dentro de un ambiente propicio para éstas, bajo un ímpetu curatorial y una labor museográfica adecuada para cada una de las propuestas. Es quizá ahí donde radica el new de New Museum, en ser el único espacio consagrado exclusivamente a artistas jóvenes vivos (al menos el único espacio museístico dentro de la ciudad de Nueva York).

Fotografías del estudio de una artista. New Museum.

The C space en el New Museum, y Marcia Tucker, en 1977. Cortesía de The New Museum.

Una de las iniciativas que ha marcado tendencia en los últimos años es la trienal que el museo organiza desde el 2009, la cual busca ser, para los artistas, su primer evento de exposición y visibilidad en un contexto museal. The New Museum Triennial se plantea como el único evento recurrente (de nuevo, de la ciudad de Nueva York) dedicado a la exposición de la obra de artistas emergentes a nivel mundial. Este 2018 se celebra la cuarta iteración de la trienal, la cual lleva por título Songs for Sabotage, canciones para el sabotaje. Uno se preguntará, concienzudamente, ¿sabotaje de qué?

El contexto de la trienal establece que los artistas jóvenes, a través de su visión, de su interpretación del medio que los rodea, de las lecturas que realizan de su cotidianidad y de su sociedad, son quienes están marcando tendencias y movilizando los discursos del arte contemporáneo y de las manifestaciones culturales actuales. Es decir, su arte funge como un parteaguas entre modelos preestablecidos y las propuestas futuras. Así, se podría entender que la idea de sabotaje representa una crítica sistémicai (no sistemática) a los modelos que conforman nuestra realidad, nuestra cultura visual y las verdades que nos fundamentan como sociedad. La trienal de 2018 plantea una crítica a estas estructuras que están claramente vinculadas a los colonialismos, al racismo institucionalizado, a la discriminación y a los modelos impuestos que se encargan de difundir actitudes de inequidad, las cuales son replicadas socialmente no siempre de manera consciente. Quizá es un poco como mirarnos en un espejo y enfrentarnos a un reflejo que no queremos reconocer como nuestro porque nos incomoda, porque pone en evidencia la facilidad (la fragilidad) con las que nuestros constructos de personalidad pueden ser derribados.

Retrato de un artista. New Museum

Retrato de Manuel Solano. Fotografía de Manuel Diaz Lira. Cortesía de I-D

Los curadores de esta edición de la trienal, Gary Carrion-Murayari (curador del New Museum) y Alex Gartenfeld (fundador del Institute of Contemporary Art Miami), se encargaron de seleccionar a los artistas cuyo conjunto de obras nos hace reflexionar sobre la condición —heredada de la posmodernidad— del individuo exaltado, cuya presencia augura un colapso del orden colectivo. Para ello, se seleccionó a treinta artistas de 19 países alrededor del mundo que trabajan en distintos medios pero cuya labor artística apunta a un mismo llamado a la acción por dudar las estructuras que nos rigen.

De entre los participantes hay una presencia de artistas latinoamericanos, con cinco seleccionados de la región, siendo Manuel Solano el único artista mexicano. Analizando los motivos que mueven su creación, no parece tan lógico de inmediato ver por qué fue seleccionado para formar parte de los artistas que aúnan al concepto de la trienal: Solano bebe de referencias de la cultura popular y las reinterpreta a partir de su persona, conscientemente utilizándolas como elementos de descripción autobiográfica. En un primer punto, la trienal se presenta como una lectura disidente del mundo exterior, es decir, que atenta contra el carácter de individualidad que prepondera en la actualidad. Y la obra de Manuel Solano, de manera opuesta (podría decir contrapuntística), refiere a una realidad interior; si no una exaltación, sí una abundancia de Yo, quizá entendiendo que el único marco de referencia que tenemos, como seres humanos, somos nosotros mismos. Sus obras, a pesar de estar constituidas por referencias de la cultura pop, también se alimentan de memorias y recolecciones personales, o reinterpretaciones en su persona de dichas referencias.

Retrato de una mujer. New Museum.

Manuel Solano, La Tía Ana Retratada Con Sus Perlas, 2017. Tomada de Interview Magazine.

Hay algo de elegiaco en ello —podríamos dividir la obra de Solano en dos momentos, cuyo punto de quiebre es el año 2014, momento en el que es declarado legalmente ciego, producto de un tratamiento negligente de SIDA. Así, en ese momento su obra artística se vuelve una labor de memoria, de recolecciones y reconstrucciones de momentos, condenadas a la eterna fluctuación de la memoria. Y a partir de ese primer momento de introspección, de recreación de momentos, explora los elementos que constituyen a su persona: roles de género e identidad que, de primera instancia, son la forma en la que se proyecta (en la que nos proyectamos) hacia el exterior, pero que existen arraigados de manera profunda. Es ese su punto de encuentro con la propuesta de la trienal: invita a preguntarnos, a partir de sus cuestionamientos personales, de los lugares de donde parten sus obras, sobre aquello que construye la personaii que creemos ser. Y eso posee, en sí mismo, un trasfondo social y político ineludible: un sabotaje de la persona desde la persona misma. En un primer momento, uno podría decir: Manuel Solano está representando a México en la Trienal del New Museum —pero es adjudicarle una presencia, y una personalidad, que no le corresponde. La nacionalidad, en este caso —si bien influye en la construcción de su persona—, es un elemento meramente casuístico. Manuel Solano está ahí representándose a sí mismo, en un ejercicio autobiográfico disidente.

Finalmente, sobre el New Museum y la importancia que tiene la categoría de new adjudicada a la institución museal, la iniciativa —como espíritu de museo, abogando por propuestas núbiles—, es loable y debería de ser replicada con creadores locales en distintas partes del mundo, para dar énfasis a las escenas emergentes trabajando en cada lugar. Sin embargo, y como mecanismo de trienal, pareciera que el New Museum no apuesta por nada realmente novedoso, más bien parece conjuntar materiales, obras, formas de presentar, propios de una feria de arte —con elementos comercializables, como ocurre en dichos eventos. Es una apuesta segura que termina por legitimar a la institución como un museo tradicional, en el sentido de que aún está mucho más cercano a cierto grado de erudición que a la apretura completa para sus públicos (algo notable, por ejemplo, en los textos de sala, cuyo uso lingüístico dista mucho de un lenguaje convencional o fácilmente digerible por el común de las personas que pudiesen interesarse por su propuesta). Algo que hay que considerar, me parece, para llevar el museo al nuevo museo, es tomar en cuenta los contextos de los que parten los posibles usuarios: se debe partir de un punto en común —que lo unifique como una institución social—; sin embargo, no se debe de dar nada por hecho y mucho menos en lo relativo al uso de términos para justificar obras o proyectos (como ocurre en esta trienal, con la constante presencia de la idea de propaganda); es decir, no caer en el lugar común de evitar, a toda costa, lugares comunes.

Retrato de una mujer. New Museum.

Manuel Solano, I Don’t Know Love, 2017. Tomada de Interview Magazine.

 

 

[i] Al decir crítica sistémica refiero no sólo al hecho de que se critique al sistema, también refiero a que la crítica ocurre dentro del sistema mismo, es decir, los artistas no son ajenos a éste, sino que lo crítican formando parte de él, desde su interior y desde sus funciones.

[ii] Persona entendido, en un sentido etimológico, como proyección: lo que hacemos/dejamos ver al otro (persona viene del latín persona que se relaciona con el verbo personare, es decir, sonar a través de, en referencia a las máscaras utilizadas en el teatro que hacían resonar la voz, proyectándola).

Javier Villaseñor V.

Es licenciado en Arte por la UCSJ. Se ha desempeñado como escritor y curador en el estudio de un escultor y como artista digital de manera independiente. Es fiel seguidor de David Foster Wallace y lector amante de Virginia Woolf. Cree en las letras como un medio de redención. Instagram / Twitter: @filantropofago

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