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El sueño de Laocoonte. Vistas de exposición. Cortesía La Tallera.

Erick Beltrán: La pesadilla de Laocoonte

Entrevista 27.04.2018

Gabrielle Vinós

En entrevista para Revista Código, el artista Erick Beltrán habla sobre su concepción de la imagen como un lenguaje en sí mismo.

Estimado lector, la pregunta es: ¿por qué leer? ¿Por qué leer en la vida? ¿Por qué leer en el metro? ¿Por qué leer mientras comes? ¿Por qué leer mientras esperas? No importa qué hagas, lo seguro es que algo obtendrá tu atención. En mi caso, cuando peor ando, las redes sociales la tienen. Durante un momento prolongado mi tren de pensamiento deja de rodar en la existencia, puedo entretenerme sin menor esfuerzo mas que mirar y leer una pantalla. No solamente leemos texto; leemos mundo, leemos cada tabique y mirada que nos rodea.

Tantas veces nos han llamado iletrados que no hemos descubierto lo que el mundo genera en nosotros. Sin duda la impresión del mundo se recarga sobre nuestra cordura y la cantidad de café que tomamos en un día. Hay que dirigir los ojos hacia adentro, quedarse ciego el tiempo que sea necesario, ser Laocoonte para no ser la pesadilla de Laocoonte. Leer para que la voluntad nazca, aflore, sea pasos, sea piernas, sea persona.

 

—Has estado utilizando algo semejante al método de Aby Warburg durante mucho tiempo. Entre otras áreas, se puede notar en los títulos de ciertas exposiciones. ¿Por qué es esta referencia tu lenguaje artístico?

Tiene que ver con la forma en que entiendo las imágenes siempre he dicho que parte de una tradición que piensa que las imágenes son el verdadero y secreto lenguaje del universo. La psique humana funciona con imágenes; uno se acuerda de los espacios y las cosas a partir de imágenes. Luego, llega una interpretación más textual. Siempre me han dado curiosidad las imágenes que se le repiten a uno en la cabeza, y no sabes exactamente por qué.

Tengo muchas de esas imágenes, siempre que trabajo en un proyecto empiezo con una imagen. Es una imagen que no está definida, son pulsiones que poco a poco con el trabajo y la investigación comienzan poco a poco a definirse. Aby Warburg, Giordano Bruno, Ramón Lul, o más contemporáneos como Hors Bredenkamp, son personas que tienen la conciencia de que una imagen siempre es parte de otra. Todas las cosas tienen grandes tradiciones y líneas, las cuales se mezclan estas líneas no son claras, son más orgánicas. Lo que esto permite es que empieza a arborecer todo, las imágenes permiten la explosión de otra imagen, porque si una imagen es parte de otra siempre te lleva a una imagen y terminas con una explosión brutal. Lo bonito es que cuando las imágenes empiezan a aparecer siempre llaman a otras imágenes, entonces puedes ver más cosas. Las personas ven lo que pueden, ese poder de ver la imagen se puede amplificar. Es como tener un lenguaje: mientras más formas hayan de explicar algo, más cosas van a aparecer.

Me interesa mucho tratar de ver lo más posible en el caso de Laocoonte sería la revelación que le llega, por eso se queda ciego. Hay unas versiones en las que se queda cegado antes de darse cuenta que no… Es tan fuerte la verdad, es una forma de multiplicación, es como si tuviera una explosión icónica. Al no tener las herramientas y ser la primera persona en darse cuenta de eso, queda noqueado. Es como la revelación de Juan Pablo pero al revés; él se cae del caballo y se convierte en creyente, Laocoonte se sube al caballo para dejar de ser creyente. Laocoonte es el primer Nietzsche. Él dice: «la voluntad es una fantasía, pero al mismo tiempo la voluntad no viene de fuera, los dioses están muertos». Esa es la primera lección que nos da Laocoonte, porque si los dioses están muertos entonces la historia se trata de personas peleándose entre sí. Si es así, puede existir una forma de cambiar las cosas, porque con un dios que te dice que todo está escrito, es imposible.

El sueño de Laocoonte. Vistas de exposición. Cortesía La Tallera.

 

—Varias veces en la rueda de prensa mencionaste que estamos viviendo el sueño de Laocoonte. ¿Nosotros qué somos, somos Laocoonte?

Somos la pesadilla de Laocoonte, somos lo que quiso evitar y no consiguió. Estamos como estamos porque no hubo la confrontación inicial. Recordemos que el Caballo de Troya no solamente es la figura del dios, sino que es la entrada de la industria, el dinero, la idea de capital, liquidez, propiedad; la especulación y la idea de los sistemas de masas. El Caballo de Troya representa el programa neoliberal. Está la historia de Paladio, la figura que era el alma de la ciudad. La historia de Troya es la historia de cómo el imperio es lo único que vale la pena ¿cuál es ese imperio? El romano. ¿Cuál es el modelo que tenemos ahora? Ese. Lo único que vale la pena bajo esa estructura es el imperio, el cual te dice que lo único que vale la pena es la historia, la cual además es única. Por eso dejan de funcionar los dioses; la mitología debe estar justificada a través de un programa político, no mitológico. Una figura elemental en la historia de Laocoonte es una especie de columna, de púlpito, un lugar para ofrendas que está en todas las imágenes de Laocoonte. Eso se llama un ara, es el lugar donde los sacerdotes ponían ofrenda o degollaban a los toros para darle ofrenda a los dioses. El símbolo de Laocoonte original era Laocoonte con los brazos extendidos al cielo con la rodilla en el ara. Eso significa negar la función del ara; es decir «yo nunca más voy a dar ofrenda». El ara es literalmente el primer banco, porque funciona como el lugar donde los dioses se comunican con los humanos, es una casa de cambio. Es un lugar de intercambio de unidades simbólicas. El momento en que Laocoonte llega al ara y no mata al toro, lo que hace es cambiar las unidades, es decir, ya no se van a contar las cosas por toros y sangre. Eso parte de una tradición que dice los dioses nos regalaron la vida, entonces tenemos una deuda que debe ser pagada con ofrenda o sacrificio; es decir, se paga con potencia vital, por eso las ofrendas necesitan ser esfuerzos.

El gran dilema de Laocoonte es, ¿quién escoge el tipo de cambio, las unidades con las que hacemos intercambios? Él lo que está diciendo es yo no quiero que las unidades las decidan los dioses. En ese momento, ese cambio le hace ver en otra escala. Parecen las cosas en otra dimensión que le permite ver que el Caballo de Troya es una máquina de guerra. Deja de ver su condición divina, lo ve en código de hombres, en el cual eso ya no es una ofrenda, es un arma, una máquina, otra cosa.

 

—¿Cómo llegaste ahí? Sabemos que la investigación es una parte fundamental de tu trabajo. ¿Cuál fue la primera imagen que te comenzó a acercar a este panorama?

En el caso de Laocoonte, me daba mucha curiosidad entender por qué esa imagen se repetía y se repetía ¿por qué no desaparecen esas imágenes? Luego comencé a darme cuenta de que existen tradiciones de imágenes que tienen otra característica. Leyendo y viendo pistas, Aby Warburg llama a esto los dinamogramas, que son máquinas o dinamos de producción de imágenes. Hay ciertas imágenes que tienen la capacidad de ser nudos, de confluir tantas cosas, que siempre van a significar. Lo que hago para las investigaciones es literalmente hacer diagramas, que son una fórmula conceptual básica. Los diagramas que muestro son mis herramientas de trabajo; si fuera escultor estaría enseñando el martillo y el cincel. Lo que me gusta de los diagramas es que te permiten ver relaciones que no existían antes. Literalmente ves que hay tensiones en cosas que nunca habías visto antes.

Una cosa fundamental en lo que hago es que el objeto que intento mostrar no es el que estoy mostrando. Lo que trato de exhibir es lo que se mueve entre las cosas que muestro. Siempre aspiro a que, si bien hay estas cosas, no es esto lo que quiero mostrar pero necesito esta cosa para evidenciar lo que sí quiero mostrar en la psique de la persona. Siempre trato de llegar a una metaimagen de psique, el cual es el verdadero objeto que quiero mostrar.

Hay Laocoontes contemporáneos, porque en el fondo toda la tradición mitológica es la justificación de un imperio. Si es el modelo que tenemos, naturalmente se tienen que repetir las mismas formas ahí es cuando se vuelve alucinante. Todo empieza a tensarse, cosas tan tontas como el entender por qué Laocoonte se llama así. Saber que se llama Los ojos del pueblo tiene todo el sentido. Hay autores que dicen que Laocoonte es la primera fotografía que existe, porque es el primer Muibrich, una persona muerta en el pasado, una persona en dolor en el presente y una persona atemorizada en el futuro. Es literalmente la psique descomponiéndose en sus fragmentos.

El sueño de Laocoonte. Vistas de exposición. Cortesía La Tallera.

 

—Hiciste la analogía de leer entre telones. Pensándolo en el panorama actual, en el cual hay una brutal cantidad de imágenes, además de poca enseñanza sobre cómo alejarse del bombardeo visual, ¿cómo puede una persona separarse de eso?

Lo primero es darte cuenta de que las imágenes no vienen solas, vienen con toda la tradición pegada. Aunque no la conozcas, lo que dicen actúa sobre ti. Que actualmente se le llame a los virus «Caballo de Troya», significa algo. Que los caricaturistas utilicen a Laocoonte como imagen repetitiva, significa algo. Todo significa pero tiene que interpretarse, tiene que leerse. Eso es lo complicado. Lo primero que se necesita es tener una relación de duda sobre lo que te llega: curiosidad básica para preguntarte por qué así y por qué no de otra forma. Otra cosa es multiplicidad el problema de lo múltiple es que siempre es fragmentario, siempre es pedacitos, es como si tuvieras la olla rota en el piso, el problema es saber qué era eso. Lo que planteo es que si se lo das a una persona va a terminar como una olla, pero si se lo das a otra persona va a terminar como una taza. Eso es increíble, pero atenta contra la idea del individuo en el mundo contemporáneo. Atenta contra la gran estructura del mundo contemporáneo en el que el yo es inamovible y lo más importante. Porque te disgrega. Que puedas aparecer con una olla o una taza, significa que la historia que creías única verdad no lo es. Eso es aterrorizante. Ese es el discurso de la política, la publicidad y los sistemas de consumo tú eres lo más importante, eres el héroe de tu propia historia. La selfie es el pináculo de la representación del individuo. Lo que estoy proponiendo es lo contrario: no existe individuo, el sujeto es un espejismo, un accidente del sistema de lectura.

Lo más importante de todo es que la forma en que aparece esta agencia es a través del sistema de lectura. Lo que da terror es darte cuenta de que hay historias y cosas que crees tuyas, pero en el fondo son cosas que te enseñaron a repetir. Significa que no eres nadie, que estás disuelto, no piensas y no tienes agencia. La agencia es otra. Ese es el terror. Por eso la idea del doppelgänger le aterra a la modernidad. La idea de la unicidad, al ser confrontada, se disuelve.

 

El sueño de Laocoonte. Vistas de exposición. Cortesía La Tallera.

 

—¿Cómo girar ese terror? Al disolver el individuo se encuentra la colectividad, y entonces ya la hicimos. ¿Cómo lograr ese giro?

Desmontando la idea super obvia la repetimos todo el tiempo, pero hay que darle jaque: la idea que la historia es una línea. La historia de que se avanza. Esa es la historia de la modernidad, pensar que va a haber una mejoría, siempre hay una promesa. Hay que romper esa idea de la promesa, la idea de que las personas van a mejorar. No. Las personas son lo que son. El punto es que todas las personas confían tanto en esa promesa que se convierte en el leit motiv. Por eso las imágenes son tan importantes: le dan forma a ese leit motiv. Puedes entrar a esa promesa de dos formas: con un flujo de imágenes, o pensando que son objetos. El problema de los objetos es que el mundo contemporáneo interpreta que tienen voluntad. No es así.

Por otro lado, en la historia de Laocoonte hay un asunto muy grande en relación con la materia, porque la materia lo que trata de hacer es confrontar como sujeto. Te dice tú no estás solo. Existe esta teoría filosófica muy bonita que se llama El congreso de los objetos. La idea que de noche, cuando nadie ve a los objetos, éstos se ponen a conspirar para acabar con los humanos. Es la idea de que no estamos solos, es pensar que hay más agencia que la nuestra, es creer que hay voluntades más allá de la nuestra. Lo que le pasa a Laocoonte es que mata esa voluntad en contra de los hombres. Se vuelve un problema político.

¿Cómo hacerlo? Se necesita un esfuerzo de lectura. La lectura es el momento en que nace la voluntad. La voluntad no es un objeto, la voluntad es una acción. Lo que propongo es que el acto, el ícono, la imagen, es verbo —no sólo objeto; es verbo, es acción. Provocar que las cosas te muevan. Son los pequeños engranajes que permiten acción regulada, obviamente por una estructura ideológica. Ahí es donde uno tiene que empezar a analizar. Por eso, lo único que digo es leamos de nuevo. No hay que quedarnos con la idea de que la lectura llega; no, la lectura se ejerce. El sujeto es mientras está leyendo, cuando deja de leer ya no es sujeto. Ese es mi punto: no hay sujeto a priori, no hay individuos a priori. Los sujetos se tienen que ejercer. Ahí está el problema de la voluntad ¿dónde está la voluntad? Es un problemón brutal que se va entendiendo poco a poco. No hay soluciones claras.

Erick Beltrán, El sueño de Laocoonte, 2018. Cortesía La Tallera.

 

—Son complejas.

Son complejas y poco a poco se pueden ir describiendo, por eso decía el lenguaje se amplía, poco a poco se tiene más herramientas para entender, se amplifica y se entienden más formas. La pregunta base en el mundo contemporáneo sería —¿por qué me gusta lo que me gusta? Lo que trato de decir es que te gusta porque te enseñaron que te gustaba.

 

—Tener la capacidad de identificar las influencias es el espacio en el que puede nacer la voluntad.

Y eso duele.

 

—Porque hay una pérdida de identidad.

Exacto, porque te cuestiona, te das cuenta de que eres un idiota. Duele sentirse idiota. Es necesario. Laocoonte queda ciego por eso.

 

—Entonces sí creemos que es posible quitar esa ceguera.

Sí, pero al quitar esa ceguera, vas a perder la condición de sujeto. Vas a ganar vista pero vas a perder agencia, y eso es terror. Hay que seguir adelante; eso no es una pérdida, es una ganancia, pero está tan anclado en la psique contemporánea que se cree una pérdida. Como dices, nos encontraremos con lo colectivo. Mi gran proyecto es tratar de proponer que vamos más allá de la unidad, ir más allá de creer que la unidad no es el yo. Toda esta historia es un problema de uno contra muchos. ¿A quién hacerle caso? ¿Quién es el que representa realmente las cosas? ¿Quién está contando la historia? ¿Qué historia se nos cuenta? ¿Cuál es el problema de los personajes en la historia? ¿Cuál es el problema de los símbolos en esa historia?

Gabrielle Vinós

Investigadora, egresada de la carrera en Estudios e Historia del Arte. Ha trabajado en el área curatorial de exposiciones como (Trans)formaciones residuales y Bitácora en el Foro R-38 y La Noche, en el Museo del Ex Convento de Tepoztlán.

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