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Carlos Amorales. © Alexandra Farias/Código95
Maurizio Cattelan, Los Otros (2011). 54 Bienal de Venecia. Imagen tomada de dueminutidiarte.com
55 Bienal de Venecia, The Encycopledic Palace (2013), Giardini. Curada por Massimiliano Gioni. Imagen tomada de

¿Cuál fue el proceso para elegir a Carlos Amorales para el Pabellón mexicano en Venecia?

05.12.2016

María Minera

A pesar de los intentos del INBA por mantener en secreto los detalles del proceso de selección del artista que México llevará el año que entra a la Bienal de Venecia –que, como ahora se sabe, será Carlos Amorales–, no ha dejado de haber filtraciones. Una de ellas tiene que ver con el nombre de Francisco Toledo, que al parecer fue a dar a la lista preliminar que, esto también es ya de conocimiento público, prepararon los directores de los museos de Arte Moderno, Carrillo Gil, Laboratorio Arte Alameda, Ex Teresa y Rufino Tamayo, así como el subdirector general de Patrimonio Artístico Inmueble (que, perdón, pero qué tiene que ver aquí) y la coordinadora nacional de Artes Visuales. La inclusión de Toledo en la tómbola del pabellón mexicano es prueba fehaciente del tamaño del despropósito y la torpeza con que fue, una vez más, llevado a cabo este penoso proceso. No es de extrañar que alguno de los directores de los museos nacionales –¿el de Arte Moderno, tal vez? – haya propuesto a Toledo, un candidato inmejorable, ciertamente; lo que sorprende es lo que vino después. He aquí, entonces, unas preguntas que sólo las señoras del INBA pueden responder: ¿no les da vergüenza haberle pedido a Francisco Toledo que concursara para representar a México en la Bienal de Venecia, al lado de artistas mucho más jóvenes e inexpertos? ¿Se les olvidó acaso que Toledo es, posiblemente, el artista moderno vivo más importante del país y que, por tanto, tendría que llevarse todos los premios y reconocimientos sólo porque es él, sin necesidad de recurrir a engorrosos certámenes o, peor, licitaciones, como es el caso aquí? ¿En qué estaban pensando cuando se atrevieron a solicitarle que presentara una propuesta, como si fuera un jovencito ansioso de participar a toda costa, y no un artista que a lo largo de más de cincuenta años ha logrado reunir un amplísimo cuerpo de obra que posee, y que poseía ya desde sus inicios, una capacidad de invención tan inusitada que sin lugar a dudas se cuenta entre las investigaciones más interesantes e irremplazables de la plástica mexicana de todos los tiempos; un artista que no ha perdido la fuerza que desde el principio caracterizó sus inmersiones en un universo prodigioso, enteramente creado por él, desde el cual brotan imágenes que gozan de una vitalidad y una gracia que no se ven con frecuencia en las salas de arte? ¿Creen de veras que hacer las cosas bien, en materia de arte, pasa por poner a los artistas a competir entre ellos, como si fueran tristes prestadores de servicios? Deberían disculparse, pues claramente han perdido la brújula, señoras. Por lo que se sabe, Toledo ni siquiera les contestó el teléfono. ¡Ya parece que el maestro se va a prestar a los jueguitos bobos en los que sólo artistas más jóvenes, con la suficientes ínfulas y avidez, pueden caer! Y no fue el único, la mayoría de los artistas invitados a este oscuro proceso de selección declinó participar. Se dice que al final quedaron dos y uno fue casi descartado por cumplir a medias con los tediosos requisitos. Así que, por lo visto, Carlos Amorales, fue elegido, prácticamente, por default.

Y nadie duda de lo bien que lo puede hacer. Pero ese no es el punto. Él tuvo la suerte de que la invitación le cayera en un momento en que, por angas o mangas, estaba preparado para atender un llamado de esta naturaleza, pues el proyecto que presentó, que según se dice plantea “un paso de lo textual a lo fonético”, suena a una derivación del trabajo que mostró hace unos meses en Casa del Lago. Y no es que eso esté mal, al contrario, reciclar era quizá la única manera en que podía cumplirse con los tiempos del INBA. Eso, de hecho, es el gran problema aquí: lo descabellado de los plazos propuestos. Primero, se les dio a los artistas un lapso de tres semanas para presentar sus proyectos. Eso desanimó a algunos, pues difícilmente se puede, ya no digamos concebir algo más o menos decente en tan poco tiempo, sino aterrizarlo, pues lo que se pedía era no una idea, no unos apuntes, no un esbozo: un proyecto perfectamente definido, con renders, presupuesto, textos, vamos, listo para meterse al horno. Así que sólo alguien que llevara ya buena parte andada, podía cumplir con semejantes requisitos. Y hay que decir que Amorales, además, cuenta con la experiencia concreta de mostrar su trabajo en un pabellón nacional, el holandés, en su caso, ya que en 2003 fue uno de los artistas de la exposición We are the World, curada por Rein Wolfs. Curioso, elegir al único artista que ya pasó por ahí, pero, bueno, eso es lo de menos. Segundo, por dejar todo para la última hora, como es costumbre del INBA, al artista que resultara elegido le iba a quedar poco más de seis meses para desarrollar un proyecto para el que se necesitarían, como mínimo, doce. Eso, por supuesto, ahuyentó a varios más. Aunque sospecho que, en general, los artistas no se sintieron ni mínimamente tentados a presentar su trabajo en el pabellón de México por lo mal que se han hecho siempre las cosas. En lugar de que dé orgullo, o por lo menos gusto, ser el artista de la bienal se ha vuelto embarazoso, incómodo, por completo desaconsejable. Por eso esta vez casi todos los artistas salieron corriendo, ¿o qué creen las señoras del INBA, que no quisieron participar por flojos o por petulantes o por ingratos? No, mesdames, nada de eso: no lo hicieron por miedo a hundirse en ese lodazal de incertidumbre e incompetencia generalizadas.

No se sabe, pues, quiénes fueron los otros artistas invitados, pero sí que el jurado estuvo conformado por Graciela de la Torre, directora de Artes Visuales de la UNAM; el Patronato de Arte Contemporáneo (votaron sus 16 miembros, no sólo Aimée Labarrere, su presidenta, como equivocadamente afirma el comunicado del INBA); el investigador de la UAM, Néstor García Canclini; la artista, Melanie Smith; Itala Schmelz, directora del Centro de la Imagen, y Benjamín Mayer, director de 17, Instituto de Estudios Críticos. A todos ellos les pregunto, entonces: ¿no les da pena haber contribuido al desorden, al bochorno, a la falta de elegancia, de tino, de razón de ser de este proceso que, después de diez años, sigue sin tener ni pies ni cabeza? Gracias a todos ustedes, y a los dos artistas que decidieron ser parte de esto, el INBA volvió a salirse con la suya. ¿O dónde está el pronunciamiento, la carta, en que se condena, por ejemplo, el método por el cual un artista de la talla de Toledo debe someter su obra a un escrutinio indecente, sólo porque, en su arrogancia infinita, los funcionarios culturales son incapaces de reconocer que no tienen imaginación ni, básicamente, idea alguna de cómo funcionan estas cosas, y, en lugar de aconsejarse mejor o, incluso, delegar, se acogen al modelo más burdo que tienen a la mano –el de las licitaciones públicas–, pues eso, además, los hace sentir muy bien, ya que, en sus cabecitas, los concursos son la única manera de asegurar pluralidad y transparencia en los procesos? ¿Por qué no los hemos escuchado decir que es aberrante que los tiempos sean tan desfavorables para los artistas? ¿Dónde están las declaraciones sobre la necesidad urgente de contar con un sistema, de preferencia definitivo, que mejore, con mucho, las condiciones en que los artistas deben trabajar para llevar su obra, por cierto, en nombre de México, a ese encuentro internacional que, pues sí, “es referente de la producción artística de nuestro tiempo a nivel mundial”, como se dice en aquel comunicado?

Va una última propuesta, aunque sé que será perfectamente desdeñada, como la lista que publiqué aquí hace unas semanas, pero da igual. Me parece adecuado que los directores de museos, sin el señor de los bienes inmuebles, produzcan una primera lista. Yo no descartaría incluir en este comité a otros profesionales del ramo, para realmente llegar a un listado diverso e impredecible. De hecho, sacaría a la UNAM del jurado y la pondría aquí. Lo mismo el PAC. Ya con la lista en mano, de ninguna manera le pediría a los artistas ahí reunidos que concursen con una propuesta. Eso sólo lo tiene que hacer el artista que quede finalmente seleccionado. Más bien, cada director o cada profesional debería defender a su candidato (en un texto, por ejemplo), y no tanto, digamos, para asentar su calidad artística –eso tendría que darse por un hecho– como para probar la pertinencia y la significación de su obra en el momento en que se esté discutiendo, con miras a llevarla a un contexto como el de Venecia. Así, el jurado, idealmente imparcial y sin conflictos de interés (por ahí veo a varios de este jurado cercanos a Amorales), podría tomar una decisión informada y en extremo meditada. Esto, desde luego, debería ocurrir ni bien terminada la bienal anterior, de modo que quede por delante tiempo más que de sobra para la selección final y, lo más importante, para que el artista trabaje. El jurado debería rotar y estar compuesto por exdirectores de museos, curadores, investigadores, teóricos, críticos y demás. Yo no metería a ningún artista aquí, pues no les toca a ellos juzgar la obra de sus colegas. Después vendría la votación, a puerta cerrada, de donde saldría el artista elegido por consenso. Así, no se haría sentir a todos los demás, como ahora, que su trayectoria da igual, pues es una competición y será el más hábil, o el más suertudo, o el que tenga más asistentes que lo ayuden con las maquetas y los planos, el que llegue al final.

Tan fácil que podría ser todo, si nos organizáramos y pidiéramos juntos que el INBA se profesionalice y respete a los artistas y su trabajo. ¿Cuándo va a pasar eso?

Puedes leer aquí el texto de María Minera sobre el momento en que no se había decidido al representante mexicano de la Bienal.

María Minera es crítica e investigadora independiente. Desde 1998 ha publicado reseñas y ensayos en una diversidad de revistas culturales y medios, como El País, Letras Libres, La Tempestad, Otra Parte y Saber Ver, entre otros). Actualmente forma parte del cuerpo docente de SOMA y trabaja en el libro Paseo por el arte moderno, una introducción al arte del siglo XX para jóvenes lectores (Turner).

 

[5 diciembre 2016]

María Minera

Crítica e investigadora independiente. Desde 1998 ha publicado reseñas y ensayos en una diversidad de revistas culturales y medios como El País, Letras Libres, La Tempestad, Otra Parte y Saber Ver, entre otros). Actualmente trabaja en el libro Paseo por el arte moderno, una introducción al arte del siglo XX para jóvenes lectores (Turner).

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