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Still de Human Flow.

Ai Weiwei y el arte como activismo. Marea humana

Reseña 27.03.2018

Andrés Arce

Ai weiwei presenta un documental que rompe con los prejuicios de la migración para mostrar el lado más humano y crear conciencia a nivel mundial.

El tema de la migración es un viejo conocido para la inmensa mayoría de los habitantes de este país. Ya sea por haber migrado durante una temporada, por tener familiares o conocidos al otro lado, por haber trabajado en un albergue o por cultura política elemental, casi todos los mexicanos tienen por lo menos una idea general de las dinámicas migratorias y sus vicisitudes. En los últimos años este fenómeno, que solía vivirse de manera cotidiana sólo en ciertas ciudades y zonas fronterizas del mundo, se ha transformado en un problema a escala global. Son ya bastantes los organismos políticos (gubernamentales o no), las agencias periodísticas y los grupos académicos que hablan de un movimiento migratorio de una magnitud que no se veía desde los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Algunos medios han popularizado la expresión «crisis humanitaria», quizás con la intención de enfatizar la gravedad del problema y su extensión a todos los rincones del orbe. Fue quizás esta misma intención uno de los motivos que llevó al famoso artista conceptual chino Ai Weiwei a recorrer el mundo haciendo un documental sobre este urgente asunto. El resultado, titulado en español Marea Humana, se estrenó la semana pasada en cines mexicanos.

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A pesar de lo que muchos críticos y artistas han afirmado a lo largo de la historia, el arte es siempre indisociable de la política. Con esto no me refiero a que toda obra de arte se agote en su significación o interpretación política, sino a que toda obra, incluso la aparentemente más formalista, es producida y contemplada en un contexto político determinado, que puede servir como un elemento entre muchos para enriquecerla. Algunos artistas contemporáneos han aprovechado esta característica para hacer obras explícitamente políticas, muchas de las cuales se acercan incluso al activismo. Ai Weiwei es uno de los más afamados exponentes de este tipo de arte, lo que lo ha convertido en un ícono del arte contemporáneo disidente a nivel global. Esto le valió también numerosos enfrentamientos con el gobierno chino y un breve periodo de encarcelamiento, lo que ha pasado a ser material de sus obras. Su vocación de artista-activista y su carácter de artista cosmopolita se reflejan también en Marea Humana.

Las primeras tomas del documental fueron grabadas en una de las islas griegas donde cada noche decenas de migrantes, provenientes de Medio Oriente o del norte de África, intentan llegar a Europa buscando mejores condiciones de vida. El artista chino sigue con su cámara y entrevista a algunos de estos migrantes, así como a voluntarios y policías que se encuentran trabajando en la zona. Los rostros de los viajeros se ven cansados. Muchos de ellos están enfermos, desnutridos, aquejados por heridas graves. Cuentan anécdotas terroríficas sobre la odisea que acaban de llevar a cabo, sobre cómo acaban de arriesgar sus vidas en busca de aquella famosa «mejor vida» que se suele nombrar como motivo número uno de las migraciones. Pero, ¿qué significa esta mejor vida? ¿Qué tan grande puede ser el anhelo —o quizás la desesperación— de millares de personas como para que estén dispuestas a arriesgar sus vidas de esa forma? Este es uno de los temas fundamentales que Ai Weiwei muestra en su documental.

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Al hablar con los migrantes como individuos y no sobre ellos como números en reportajes y estadísticas, hay bastantes ideas falsas y prejuicios que se derrumban. Uno de ellos es, precisamente, el de la búsqueda de la «mejor vida». Contrariamente a lo que muchos medios y políticos xenófobos opinan y predican, la gran mayoría de los migrantes no emprende su viaje sólo para buscar las comodidades de los países industrializados. Aunque la pobreza juega, evidentemente, un papel crucial en los movimientos migratorios, no es el deseo de un salario más alto o de una generosa seguridad social lo que mueve a la marea humana. En la mayoría de los casos, se trata de algo mucho más urgente: la completa falta de perspectivas y el miedo de perder la vida. Ai Weiwei habla con personas que huyen de Afganistán, de Siria, de Myanmar, de Palestina, de Sudán. Muchos de ellos no pudieron siquiera decidir si querían o no abandonar sus hogares: fueron expulsados de ellos por la guerra y a veces incluso la limpieza étnica. Volver no es una opción, pues el lugar que abandonaron ha dejado de existir. En una de las tomas más dramáticas del filme, se ve a decenas de hombres y mujeres que se manifiestan frente a la frontera entre Grecia y Macedonia con pancartas que dicen «no nos dejen volver al infierno».

Para mostrar un poco de ese infierno que abandonan los migrantes, el equipo de Ai Weiwei viaja a algunos de sus lugares de origen. Las calles de Gaza, las llanuras de Kenia, las selvas de Bangladesh y los montes del Kurdistán desfilan en la pantalla a lo largo de las casi dos horas y media que dura la película. En estos paisajes los realizadores del documental entrevistan a la gente que se queda, que ha vuelto o que está por marcharse. Narran historias de la represión militar, de los bombardeos, de los apagones rutinarios, de bloqueos económicos, genocidios y sequías. Los más viejos hablan también de la vida antes de esos conflictos, de cómo las condiciones de existencia se han ido deteriorando de forma exponencial —cosa que no sólo se debe a los motivos de guerra, sino también a las catástrofes ecológicas. Los incendios de pozos petroleros en Oriente Medio y los efectos del cambio climático en la África subsahariana han comenzado ya a desplazar a miles de personas cada año. Se calcula que en los siguientes años las sequías y la erosión en África continuarán aumentando, obligando a millones de personas a buscar nuevos lugares donde vivir.

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Además de los lugares de destino y de origen, el documental muestra los lugares que, supuestamente, son de paso: los campamentos de refugiados. Digo supuestamente porque, como mencionan algunos de los entrevistados que aparecen en el filme, la estancia promedio de una persona en un campamento de refugiados es de 26 años. Poco más de un cuarto de siglo en que se vive en condiciones de marginación extrema, sin acceso a la educación, a los servicios básicos ni a ningún tipo de prosperidad económica. Esta es la situación en la que viven generaciones de palestinos en Líbano y Jordania, de afganos en Pakistán, de sirios en Turquía. Para muchos el retorno dista de ser una solución, pues han pasado tanto tiempo fuera que se encuentran desadaptados, sin tierras y sin conexiones sociales. Muchos terminan en las periferias más pobres de las zonas urbanas, carentes de prácticamente cualquier posibilidad de desarrollo —panorama no muy distinto al que se puede observar con los deportados que vuelven a México.

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A pesar de tratarse de un tema tan delicado, tan deprimente y políticamente urgente, Ai Weiwei logra mantener cierta ligereza con el sentido del humor que lo caracteriza. Además, rompe con la imagen estereotípica de los migrantes, mostrándolos como agentes de su propia transformación y no como víctimas pasivas. Las escenas de los cantos y las danzas en los campamentos rompen también con la imagen que solemos tener de estos lugares. A pesar de que no se trata de una película «fácil de ver», Marea Humana es un documental que resalta por su sensibilidad, sus imágenes y la importancia de la información que divulga. Sería quizás especialmente interesante para el público mexicano, dada la vieja relación con la migración a la que aludí al principio de este texto. Pues los asuntos que antes eran regionales tienen cada vez un carácter más global. Y sería importante que, por lo menos, la conciencia de ellos se vuelva igualmente global.

 

 

Andrés Arce

Estudió Filosofía en la Universidad Iberoamericana. Ha trabajado como asistente de investigación y ha publicado en algunas revistas universitarias.

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