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Paisaje de la Ciudad de México durante la contingencia ambiental del 13 de mayo de 2019. Fotografía de Santiago Arau. Tomada de Sopitas.

La práctica arquitectónica y sus efectos en el medio ambiente. Arquitectura de la contingencia

Columna 05.06.2019

Isabel Abascal

Isabel Abascal analiza el papel de la arquitectura como factor de contaminación del medio ambiente y propone acciones que podemos llevar a cabo.

Enredados en el ritmo del día a día, los profesionales de la arquitectura tienden a olvidar que, de entre todas las cuestiones teóricas y prácticas que ocupan hoy a la disciplina, la más urgente es la medioambiental.

Quizá la falta de información en cuanto el gran papel que la construcción juega en el cambio climático y la destrucción de ecosistemas, tenga que ver con esta injustificada falta de atención hacia un asunto tan apremiante. Estos temas resuenan de vez en cuando en los medios, cuando la contingencia ambiental se vuelve tan grave que ya nadie puede respirar sin darse cuenta de que algo no está funcionando, pero siguen presentes y evolucionando alarmantemente durante el resto del tiempo.

Aquello que los arquitectos diseñan y que se convierte en obra construida, casi siempre contamina, merma los recursos naturales no renovables y emite CO2 a la atmósfera. Mientras que las consecuencias positivas de un exitoso proyecto de arquitectura son de algún modo temporales, las consecuencias negativas del impacto global de la profesión son cada vez más irreversibles. Todos aquellos que producimos cosas, somos responsables y todos podemos colaborar adaptándonos a los cambios que necesitan implementarse.

En su libro ganador del Premio Pulitzer, La sexta extinción [edición en español: Editorial Crítica, 2015), Elizabeth Kolbert explica:

«Habiendo descubierto reservas subterráneas de energía, los humanos comienzan a cambiar la composición de la atmósfera. Esto, a su vez, altera el clima y la química de los océanos Algunas plantas y animales se ajustan moviéndose. Escalan montañas y migran hacia los polos. Pero una gran cantidad, primero de cientos, luego miles, y finalmente quizás millones, se encuentran abandonados a la desolación. Las tasas de extinción se disparan, y la textura de la vida cambia
[…] Muy muy ocasionalmente en el pasado lejano, el planeta ha sufrido cambios tan desgarradores que la diversidad de la vida se ha desplomado. […] En lo que parece ser una coincidencia fantástica, pero probablemente no sea una coincidencia, la historia de estos eventos se recupera justo cuando la gente se da cuenta de que están causando otro evento semejante. Cuando todavía es demasiado pronto para decir si alcanzará las proporciones de las Cinco Grandes [extinciones], este evento comienza a ser conocido como La Sexta Extinción».

No se trata de una obra de ficción, sino de una realidad comprobada. El informe publicado en mayo de este 2019 por las Naciones Unidas, advierte de que un millón de especies está en peligro inminente de extinción. Y que necesitamos implementar cambios urgentes, superando los intereses comerciales privados en pro del bien colectivo.[1]

En otro estudio reciente, Gerardo Ceballos, catedrático de la UNAM y varios profesores de la Universidad de Stanford han analizado, según datos de la revista National Geographic[2]: «la distribución geográfica de más de 27 600 especies de pájaros, anfibios, mamíferos y reptiles; la mitad de las especies vertebradas terrestres conocidas». De entre las cuales un 30% «están viendo reducidas sus poblaciones y, además esta disminución está afectando de igual manera a la diversidad biológica de sus respectivos hábitats». ¿Y cuál es el objetivo de la arquitectura sino configurar hábitats, tanto urbanos como rurales, que funcionen solidariamente con todos sus habitantes?

Para los que prefieren volver la cara hacia temas más entretenidos, ya incluso Netflix ha lanzado una serie, One Planet, que con la inigualable elocuencia de David Attenborough nos muestra ciertas especies y ecosistemas como nunca antes habían sido filmados. Todo para concluir que nuestras pequeñas decisiones cotidianas, como el consumo de carne o el uso de envases de PET, tienen consecuencias planetarias directas sobre prácticamente todas los vegetales y animales, incluidos nosotros mismos, los Homo sapiens.

Aún queda paraísos ecológicos

Still de la serie documental Our Planet.

En octubre de 2017, la revista estadounidense ARCHITECT publicó un artículo revelando que, «los edificios consumen alrededor del 40% de la energía en los Estados Unidos anualmente, y emiten casi la mitad del dióxido de carbono (CO2), a través de los desarrollos en zonas verdes, la producción de cemento y la quema de combustibles fósiles como el petróleo, el gas y el carbón».

Cuanto más CO2 en la atmósfera, más calor en el planeta, más desequilibrio global, más deshielo en los polos, más aumento del nivel del mar y acidificación de los océanos y toda la lista de consecuencias catastróficas que conocemos. Es decir que la industria de la construcción y por extensión los diseñadores somos directamente responsables de ello.

En la Unión Europea, según datos del Diario Oficial de la Unión de mayo de 2010, los edificios representaban, al igual que en los Estados Unidos, un 40% del consumo total de la energía y se esperaba que ese porcentaje aumentara. Como respuesta a esta situación se promulgó una directiva[3] según la que los nuevos edificios y los edificios reformados, deben alcanzar un performance energético mínimo. Aunque el impacto de esta normativa esté por cuantificarse, medidas básicas para lograr un mejor desempeño energético son priorizar el uso de ventilación cruzada y la correcta orientación solar para minimizar así el uso de aires acondicionados y calefacción.

Y es que la arquitectura tiene cada vez más potencial para combatir el cambio climático a través de la producción y almacenamiento de energías limpias, con dispositivos como paneles solares en los edificios, o destinando espacios para la separación de residuos, estaciones de recarga de coches eléctricos, recolección de aguas pluviales para su uso en descargas de baños y para el riego, o huertos urbanos.

huerto urbano en la CDMX

Huerto Urbano. Proyecto de Taller Paralelo + HRBT, Ciudad de México, 2018. Tomada de www.detail.de

El proyecto ganador de la medalla de plata para Soluciones Sustentables en la Bienal de Arquitectura Mexicana de 2018, por ejemplo, es Huerto Urbano, un gran pabellón que incorpora la madera laminada como solución estructural sustentable, desarrollado por Taller Paralelo en colaboración con HRBT.

Cuando la madera es certificada, su explotación va de la mano de un programa de reforestación. La madera es, en este caso, un material renovable, los árboles contribuyen a la estabilidad ambiental durante su crecimiento y las comunidades que los explotan se ven beneficiadas. La empresa forestal más gran de México, Proteak, lleva operando desde el 2000 y desde entonces ha plantado 18 500 hectáreas, principalmente de teca y eucalipto. Sus actividades incorporan medidas de protección y monitoreo de flora y fauna para las áreas consideradas como Bosques de Alto Valor de Conservación, es decir, dentro de sus plantaciones hay más de 2 380 hectáreas de bosques conservados. 

Si los consumidores demandásemos esto de nuestros proveedores de madera como requisito sine qua non para realizar una compra, poco a poco, las empresas mexicanas tendrían que certificarse bajo los estándares internacionales de la FSC y comportarse de manera responsable.

Ahora bien, la cuestión ambiental va de la mano de lo social, ya que casi siempre la sobreexplotación de los recursos naturales y la destrucción de los ecosistemas viene de la mano de una intención de lucro económico y es que ¿cómo preocuparnos por el medio ambiente en un país como México con problemas sociales tan graves, que necesitan de acción inmediata?

En una analogía algo infantil, es la misma disyuntiva a la que Khaleesi se enfrenta en Game of Thrones, ella quiere luchar por el trono de hierro y gobernar los siete reinos, pero si no se enfrenta enseguida al ejercito de los muertos, pronto no quedará nadie sobre quien gobernar.

Digamos entonces que nuestras tribulaciones cotidianas son Cerci Lannister y el cambio climático, y la acidificación de los océanos quedan representados por el ejército de los muertos. Y el invierno, o más bien este artificial verano planetario, ya ha llegado.

A finales de la década de 1980, el aire en lo que entonces aún era el DF estaba tan contaminado que, en 1987, los pájaros comenzaron a caer muertos del cielo y las alarmas se dispararon. El Movimiento Ecologista Mexicano alertó que había residuos de plomo, berilio, asbesto, cadmio y radón dentro de las aves. Esta anécdota unida a la terrible calidad del aire forzó la creación de un Programa Integral Contra la Contaminación Atmosférica (PICCA) en 1991, que introdujo la instalación de convertidores catalíticos en los escapes de los vehículos. Otros esfuerzos fueron encaminados a cambiar a gasolinas menos contaminantes, ampliar la red del Metro, establecer un programa de verificación vehicular obligatoria y el famoso No Circula.

Sin embargo, veinte años después, seguimos enfrentándonos a la dificultad de respirar al aire libre. Los que pueden, evitan el No Circula comprando un coche extra con otro número de placa haciendo que el parque vehicular crezca aún más. Y la problemática se agrava debido a la corrupción: ¿quién no se ha preguntado cómo ha podido ese camión que despide humo negrísimo pasar la verificación?

La red de transporte público sigue siendo, a todas luces, tremendamente insuficiente para la escala de esta ciudad, tanto por falta de inversión y voluntad política como por falta de cultura al respecto.

En México y, según el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático, «a seis años de la publicación de la Ley General de Cambio Climático (LGCC), se han promulgado, tanto en el orden federal como en el ámbito estatal y municipal, leyes, estrategias y programas que incorporan líneas de acción y asignaciones presupuestales que inciden en las causas y efectos del cambio climático». No obstante, este año el retraso de la época de lluvias ha puesto de manifiesto las malas condiciones atmosféricas. Los que hayan estado por aquí durante los últimos meses o hayan consultado la web aire.cdmx.gob.mx habrán visto que la calidad del aire monitoreado por las estaciones de estudio es insistentemente «Mala» (con color naranja), a veces «Muy Mala» (en rojo). Hay una última categoría en la web que dice «Peligrosa» (en color vino). Imagino que la «Mala» ya es de por sí «Peligrosa», o al menos, la gran cantidad de enfermedades respiratorias que sufren los citadinos así lo indica.

Para el ciudadano de a pie, el aire parece una cuestión impuesta, a la que no puede enfrentarse, pero hay otras acciones individuales que están a nuestro alcance. La nueva Norma Ambiental NADF-024-AMBT 2013 sobre Separación, Clasificación, Recolección Selectiva y Almacenamiento de los Residuos del Distrito Federal que entró en vigor en 2017 organiza la separación de residuos orgánicos e inorgánicos por días de la semana. Pero en un sistema en que la recogida de basuras no funciona simplemente como un servicio gratuito y diario suministrado por el Gobierno y financiado por los impuestos de todos, el cumplimiento de esta norma se complejiza. ¿A nadie más le resulta espeluznante ver las condiciones de peligrosidad para la salud en las que trabajan las personas que pasan en un camión a recoger la basura de los edificios?

Por otro lado, no contamos con contenedores para el reciclaje de cartones, vidrios y plásticos en todas las colonias. Esta función la suplen parcialmente quienes recogen la basura y después venden parte de los desechos. Los que quieran llevar a reciclar por su propia cuenta el papel, el unicel o las pilas, tienen que dirigirse a unos pocos lugares, a veces no más de cuatro o cinco en toda la ciudad, que figuran en el Directorio de Centros de Acopio de Residuos Urbanos de la CDMX.[4]

Si no nos encaminamos a algunos de estos centros ¿qué sucede con nuestros residuos? En 2017 el periódico El País publicó datos según los cuales la Ciudad de México genera 13 000 toneladas de basura diarias[5], es decir 20% de la que se generaba en todo México y la envía a tres depósitos en el Estado de México y dos en el estado de Morelos. Hoy la cantidad de desechos debe ser mayor.

Mientras esperamos que lleguen las lluvias y pase la contingencia, los arquitectos que trabajan en México deben tomar conciencia de su implicación en esta problemática mundial, incorporar soluciones sustentables en consenso con sus clientes y exigir de sus proveedores que compartan información acerca de la procedencia y la naturaleza de sus productos, ¿es la madera que estamos especificando certificada y tiene la empresa un compromiso con la reforestación?, ¿cómo han sido producidos los tabiques que usamos y de haber sido cocidos en qué tipo de hornos y con qué tipo de emisiones asociadas?, ¿estamos usando productos de origen local o transportándolos desde miles de kilómetros?, ¿qué soluciones bioclimáticas activas y pasivas estamos incorporando?

Estas y muchas preguntas más, deben contestarse obligatoriamente en otros países para examinar si un proyecto de arquitectura cumple con ciertos estándares de sostenibilidad. Los proyectos que no alcanzan los parámetros necesarios pueden optar en lugares como Estados Unidos por comprar una serie de acciones compensatorias destinadas a financiar prácticas que reducen las emisiones, protegen los bosques o producen energías renovables. Sin haber adoptado aún un sistema de este tipo, en México, podemos llevar a cabo una práctica semejante de modo individual, esforzándonos por conseguir proyectos menos contaminantes y cooperando en paralelo con programas ecológicos. Es decir, desarrollando una arquitectura que responda a las problemáticas de su tiempo.

 

[1] https://www.ipbes.net/news/Media-Release-Global-Assessment

 

[2] https://www.nationalgeographic.com.es/naturaleza/actualidad/tierra-esta-las-puertas-sexta-extincion-masiva-vertebrados_11723

 

[3] https://eur-lex.europa.eu/legal-content/EN/TXT/HTML/?uri=CELEX:32010L0031

[4] http://data.sedema.cdmx.gob.mx/nadf24/images/infografias/planes_de_manejo_autorizados.pdf#page=18

[5] https://elpais.com/internacional/2017/07/30/mexico/1501375316_175500.html

 

Isabel Abascal

Es arquitecta por la Universidad Politécnica de Madrid. Estudió en la Technische Universität de Berlin, y en la Vastu Shilpa Foundation de Ahmedabad (India). Colaboró con los estudios SANAA (Tokyo), Aranguren y Gallegos (Madrid), Anupama Kundoo (Berlin) y Pedro Mendes da Rocha (São Paulo). Ha sido profesora de proyectos durante seis años en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Escola da Cidade, en São Paulo. Participó de la curadoría de la X Bienal de Arquitectura de São Paulo, 2013. Dirigió de 2015 a 2017, la plataforma LIGA, espacio para arquitectura DF, dedicada a la exposición, divulgación y discusión de la arquitectura latinoamericana. Fundó en 2015 la oficina de arquitectura LANZA Atelier junto a Alessandro Arienzo. LANZA ha sido nominado al Premio de Obras de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura 2016 y al Mies Crown Hall Award for Emerging Architects del IIT Chicago. El estudio ha sido acreedor del League Prize 2017 del Architectural League of New York. El museo SFMOMA de San Francisco celebró la primera exposición individual sobre la obra de LANZA Atelier entre marzo y julio de 2018.

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