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Critical Art Ensemble, Molecular Invasion, 2002. Tomada de la web del colectivo.

Contra la ciencia: más allá de la certeza

Lista 31.08.2018

Helena Lugo

En esta entrega, Helena Lugo revisa cómo los artistas utilizan el conocimiento tecnocientífico como una más de sus estrategias.

«Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro».
—Jorge Luis Borges

Para vislumbrar la relación histórica entre la ciencia y el arte basta recordar que el primer viaje a la Luna en 1683, la primera utopía trazada en 1516 o la increíble mejora tecnológica de los submarinos en 1800 no fueron sugeridos por la ciencia, sino por la literatura. El hecho de que, a lo largo de la historia, el arte y los discursos tecnocientíficos han estado entrelazados parece una asociación sencilla, después de todo, tanto la ciencia como el arte son intentos humanos por comprender y pensar el mundo que nos rodea.
Sin embargo, mientras el arte pertenece al reino de lo poético, lo reflexivo, lo contemplativo o lo crítico, la ciencia pertenece al territorio de lo verdadero. Es precisamente la condición objetiva e inapelable de una y, su contraste con la subjetiva y equívoca cualidad de la otra, la que supone su disociación. A pesar de esto, el arte contemporáneo parece utilizar la ciencia como una herramienta recurrente en sus exploraciones. La pregunta radica en saber de qué manera se apropia de ella si no genera verdades, métodos o conocimiento positivistas. Más allá de su indudable carácter crítico, pareciera que el arte es un espacio de resistencia dispuesto a cuestionar las bases discursivas de nuestras construcciones y su aparente estabilidad y, más aún, a evidenciar aquello que comparte con la ciencia: la incertidumbre.
La siguiente lista de proyectos, son investigaciones poético-científicas que parten del arte contemporáneo y que buscan el asombro mucho antes que la verdad; proponen la disolución de nuestras verdades para pensar las cosas desde ángulos imaginativos, poéticos y ficticios, pues algunas certezas parecen existir tan solo con imaginarlas. Cada obra cuestiona discursos físicos, históricos, biológicos, cartográficos y sus formas de presentar el conocimiento a partir de un lugar que pareciera ser imprescindible para entender el mundo más allá de la certeza: la imaginación.

—Contra las leyes de la física: The Moon Goose Colony, de Agnes Meyer Brandis

En 1683, se publicó The Man in the Moone, un libro que narra las aventuras de Domingo González ––el primer hombre en viajar a la luna en un carruaje tirado por gansos. La artista alemana Agnes Meyer Brandis, preocupada por la desaparición de esta especie aviar del siglo XVII que migra anualmente al satélite terrestre, se encargó de entrenar durante un año a una bandada de 11 gansos para volar a la luna. Para ello, mantuvo una investigación con ayuda, tanto de expertos ornitólogos como de la NASA. La exploración de Meyer parte de eludir ciertas imposibilidades en un intento por lograr que la imaginación construya la realidad.

—Contra el positivismo: Fauna, de Joan Fontcuberta

Fauna es una instalación en torno a los descubrimientos sobre el mundo animal de Peter Ameisenhaufen; un científico olvidado cuyo trabajo fue silenciado por razones de rigurosidad científica. Ameisenhaufen catalogó una serie de animales poco comunes, como el Ceropithecus icarocornu, un mono con un cuerno de unicornio y alas; la Solenoglypha polipodida, una serpiente de tres metros y medio; o el Pirofagus catalanae, un dragón que ingería su propio fuego después de expulsarlo. Fauna presenta fotografías de los animales inventariados por el zoólogo, minuciosos estudios de campo, notas de trabajo del científico, radiografías y disecciones de esqueletos. Con ello, da credibilidad científica a una gran ficción, cuestionando así tanto la veracidad del documento como el discurso científico y los mecanismos dispositivos con los que se presenta el conocimiento.

Joan Fontcuberta, Fauna, 1985. Tomada de Design Week.

—Contra el método científico: Holothurian, de Ariel Guzik

Holothurian es un experimento artístico-científico llevado a cabo por Ariel Guzik. Se trata de una cápsula hermética de hierro, con la temperatura y luz adecuada para conservar en buen estado su elemento principal: una planta. La nave lleva un mensaje terrestre 400 metros bajo el mar, emitiendo sonidos diseñados para llamar la atención de delfines y ballenas. Esta expedición forma parte del proyecto que Guzik emprende desde hace años, con obras como Nave Narcisa o Nereida, buscando entablar formas alternativas de comunicación con los cetáceos. Un experimento que, si bien no se adhiere a un método que entregue resultados comprobables y replicables, sí ofrece otro tipo de aproximación al conocimiento: la delineación de un umbral de comunicación inter-especial que apunta al sonido y la resonancia auditiva como un lenguaje primario entre todos los seres vivos.

Ariel Guzik, Holothurian, 2015. Tomada del catálogo de la exposición del artista realizada en el Edinburgh Art Festival 2015.

—Contra la objetividad: Most Blue Skies, Lise Autogena y Joshua Portway

Most Blue Skies es una instalación que usa datos en tiempo real, recabados a través de procesos de monitoreo ambiental y atmosférico para calcular el color del cielo en todos los espacios habitados de la tierra, y detectar cuál de ellos es el más azul. Dado que la percepción del color radica en la experiencia subjetiva de quien mira, Most Blue Skies, no solo cuestiona las imposiciones culturales y científicas que convierten al horizonte en límite (al decidir cuál es el color azul, y por tanto, cuál es el cielo más azul), sino también desafía la noción de mapa como territorio espacial, ofreciendo una cartografía de la subjetividad. El cielo azul como espacio simbólico hacia el que se proyectan deseos de desarrollo científico y tecnológico —satélites, naves y demás fantasías de colonización— deviene en un lienzo en blanco para enunciaciones poéticas en torno al horizonte del conocimiento.

Lise Autogena y Joshua Portway, Most Blue Skies II, 2009. Tomada de Sheffield Hallam University.

—Contra el mito del progreso: Molecular Invasion, de Critical Art Ensemble (da Costa/Pentecost)

La ambición científica a menudo conduce a una búsqueda de la perfección: de los procesos, de la tecnología, de las especies. La modificación genética es el resultado de esta ilusión de mejora, que más de una vez, a lo largo de la historia, ha motivado acciones que, en el mejor de los casos, abren paso a cuestionamientos de carácter ético, y en el peor, llevan a escenarios de discriminación y devastación. Molecular Invasion revierte la modificación genética de plantas de soya, maíz y canola con el uso de químicos que no son tóxicos ni dañinos para el ambiente, a modo de liberar a la biotecnología de los intereses neoliberales que hoy gobiernan su destino. Esta obra ––una especie de poética que utiliza el lenguaje científico, o un experimento científico con aspiraciones poéticas–– señala que la resistencia contra el discurso capitalista se debe dar desde un nivel molecular.

Critical Art Ensemble, Molecular Invasion, 2002. Tomada de la web del colectivo.

—Contra la estabilidad: A Space for an Island Universe, de Josiah McElheny

La serie de cinco esculturas tituladas A Space for an Island Universe son el producto de una investigación entre el artistas Josiah McElheny y el astrónomo David H. Weinberg. Las esculturas buscan abrir debates sobre las especulaciones que postulan las teorías del origen del universo, y sustituirlas por aquella del multiverso, en donde no existen jerarquías y hay múltiples universos posibles en constante expansión. Las esculturas son una especie de mapeado o modelado de estos universos islas, que representan el agrupamiento de galaxias independientes entre sí y que, sobre todo, plantean una nueva forma teórica de pensar el universo, evidenciando que caben muchas más aproximaciones ante lo desconocido.

Josiah McElheny, A Space for an Island Universe, 2008. Fotografía de Todd-White Art Photography. Tomada de Moody Center for The Arts – Rice University.

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Microgeografías, de Edith Medina

Mediante el uso de procesos que provienen de la investigación biológica —como la toma de muestras y la observación bajo microscopio—, Edith Medina (México, 1979) indaga en procesos que por su proporción pasan desapercibidos ante nuestra vista.
Edith ha realizado el proyecto Microgeografías en ciudades de España y en diferentes zonas de la Ciudad de México; con él busca revelar microrrealidades que, a pesar de no ser visibles, forman parte del ecosistema urbano.
Edith Medina es pionera del bioarte en México.*
—Redacción Revista Código.

Edith Medina, Microgoegrafías, 2014-2015. Tomada de la web de la artista.

*El 22 de septiembre, en el marco Connecting the Dots. Primer Foro Internacional sobre Creatividad, Arte y Cultura Digital, realizado con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, la Fundación Telefónica México y el Slovak Arts Council, Edith Medina participará en una charla sobre prácticas artísticas contemporáneas y tecnologías digitales. Más información en el siguiente enlace.

Helena Lugo

(México, 1989) Es historiadora del arte y curadora independiente. Recientemente fue coordinadora de investigación en el MMAC Juan Soriano (2017- 2018). Cuenta con una maestría en Curaduría por Goldsmiths College. Entre sus exposiciones recientes se encuentran Atlas de la ciudad, MMAC Juan Soriano, Cuernavaca (2018), Mientras Desaparezca, LADRÓNgalería, Ciudad de México (2017); de regreso a la isla, Casal Solleric, Palma de Mallorca, España (2016); y Between 9:00 pm and Home, Chalton Gallery, Londres (2015). Es co-fundadora del colectivo curatorial n/R (never Ripe / never Rotten) junto con Francesca Altamura y John Kenneth Paranada. Es editora de la publicación A Return to the Island (2018).

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