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Reseña: Vamos a jugar al infierno, cinta de Shion Sono que deconstruye su género

08.05.2014

Como parte de la cuota oriental de la 56 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional pudimos ver nuevamente, después de hacerlo en el autocinema del último FICUNAM, Vamos a jugar al infierno (Jigoku de naze warui, 2013) del prolífico Shion Sono (Toyokawa, Japón, 1961) en salas mexicanas. Hemos tenido la oportunidad de ver estrenados en el país algunos de sus trabajos previos, como la contrastante Topo (Himizu, 2011) y la última entrega de su “Trilogía del odio”, El romance y la culpa (Koi no tsumi, 2011). Si hay algo que distingue la obra de Sono es el carácter poco unificado, y por tanto, poco predecible, de sus temáticas y de su abanico de recursos en cuanto a rupturas e ilógicas narrativas se refiere.

Es muy difícil describir la anécdota que cuenta Vamos a jugar al infierno. Por un lado, un grupo de aspirantes a cineastas llamado “The Fuck Bombers” tiene el anhelo en principio frustrado de filmar una cinta…en 35 mm; por otro, la esposa de un jefe yakuza masacra coloridamente a los miembros de una banda rival, por lo que es encarcelada. Su hija Mitsuko, aspirante a actriz, estrella infantil de un comercial de pasta de dientes cuyo jingle se convierte en motivo musical de la película, se ve obligada a esperar a que su madre salga de la cárcel para lograr protagonizar la masterpiece colectiva de los “Fuck Bombers”, que es una oda completamente irreverente a las películas de yakuzas, florecientes desde los últimos años sesenta y setenta, y revividas en los noventa por personajes como Takeshi Kitano.

Quien esté un tanto familiarizado con el yakuza-eiga reconocerá la hilarante gama de acciones y escenas enteras que no sólo reutilizan o deconstruyen el género, sino que resultan emblemáticas ridiculizaciones de la famosa “estilización de la violencia” que tanto se empeña la crítica en destacar sobre cierto cine japonés reciente. Basta con recordar la imagen del novio de Mitsuko rompiendo una pared con una espada enterrada en la cabeza para entrar en la dinámica de los omnipresentes chistes visuales, que van desde la piscina de sangre (de “muy rojo”, parafraseando a Godard) en que termina Mitsuko en medio de las peleas mafiosas iniciales, hasta el camarógrafo que muere con el ojo pegado al visor de la cámara en la batalla-rodaje final.

Sin llegar al intelectualismo autorreflexivo Shion Sono transmite, conservando siempre el tono de broma, un carismático tinte de nostalgia por el cine en su dimensión de oficio, de puestas en escena e imágenes que no obstante la lejanía de la pantalla, están al alcance de la mano, en figuras icónicas de la cultura popular. En una época en que el cine ha dejado de ser el de siempre, Vamos a jugar al infierno es un homenaje de última línea a quienes aún portaríamos con satisfacción, al igual que el idealista director de los “Fuck Bombers”, una camiseta conmemorativa del Festival de Cannes.


Jessica Fernanda Conejo es doctorante en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM y miembro del Seminario Universitario de Análisis Cinematográfico


[8 de mayo de 2014]

 

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