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Still de Annihilation, 2018.

La naturaleza de lo divino. Sobre Annihilation

Reseña 16.03.2018

Rodrigo Pérez-Grovas

Annihilation, de Alex Garland, explora desde la ciencia ficción temas como la naturaleza humana, lo divino y el encuentro entre especies.

Para los amantes de la ciencia ficción, la trayectoria de Alex Garland debe de ser vista con respeto y cuidado. Y es que este escritor, guionista y director de cine lleva cerca de 20 años desarrollando una obra que hoy se encuentra en uno de sus puntos más altos. Garland comenzó en el mundo del cine de la mano del aclamado director Danny Boyle, quien ha llevado a la pantalla grande 3 historias de Garland: The Beach (2000), 28 Days Later (2002) y Sunshine (2007); ésta última, obra maestra del género donde comienzan a manifestarse algunas de las preocupaciones que es posible encontrar en Annihilation (2018): la inmensidad del mundo frente al aparente sinsentido del quehacer humano, el deseo de entregarse a un poder superior y convertirse en uno con él, el asombro frente a lo sublime de la naturaleza, tan abrumadora que termina por adoptar un cariz divino…

Sunshine, sin embargo, termina cediendo a las necesidades de la narrativa más comercial y renuncia en su desenlace a este sinsentido para hacernos creer que el quehacer humano tiene a fin de cuentas un impacto trascendental y una razón de ser —idea de la que, afortunadamente, Garland se ha logrado desprender a lo largo de su trayectoria. En el 2010 éste fue el responsable del guión de Never Let Me Go, adaptación de la novela del ahora ganador del Nobel Kazuo Ishiguro, y dos años después estaría tras la producción de la fantástica Dredd (2012) —a la cual la historia no le ha hecho justicia—. Es a partir del 2015 cuando Garland comienza con su faceta como director, que es también la que más me interesa en este momento, pues en tan sólo 3 años ha sido el responsable de dos obras maestras dentro del arte cinematográfico —y en particular al interior del género de la ciencia ficción. Llama la atención pensar si Garland habrá de continuar con una trayectoria impecable como lo ha hecho hasta ahora. Y yo, por lo menos, habré de seguir con mucha atención y muy de cerca sus siguientes trabajos.

Mucho es ya lo que se ha dicho de Ex Machina (2015), por lo que no vale la pena retomar la discusión al respecto en este momento. Sobre todo, habiendo tanto por decir en relación a Annihilation, propuesta que en definitiva amerita más de una vista para que el espectador sea capaz de apreciarla en toda su complejidad. Y es que ésta se desenvuelve en distintas capas, prestándose a incontables interpretaciones, las cuales pueden ir desde lo científico hasta lo teológico, por tratarse de un texto tan rico y multi-referencial. Después de una primera vista, saltan a la cabeza de inmediato obras indispensables como 2001: A Space Oddisey (1968) o Arrival (2016), con las que Annihilation entabla un diálogo bastante claro —aunque sin duda son muchos más los referentes que vuelven a ésta una cinta tan compleja.

 

De entrada, llama la atención cómo Garland consigue una obra que es, al mismo tiempo, tanto intelectual como dramática. Hay momentos en los que uno siente que es incapaz de entender el sentido último de la cinta sin tener un conocimiento avanzado en biología molecular, hilo temático que intenta dar a la historia una primera razón de ser, mientras que hay otros en los que Annihilation parece convertirse en una película de acción —y otros aún más interesantes donde aparenta nutrirse de la teología más avanzada. A diferencia de Mother! (2017), por ejemplo, donde Darren Aronofsky construye una parábola bíblica que goza de pocos méritos más allá de su carácter de alegoría, Garland nos lleva a cuestionarnos la verdadera naturaleza de lo divino. En ese sentido nos recuerda a los románticos, quienes veían en nuestro entorno la manifestación del alma del mundo, entendiendo nuestra propia existencia individual como parte de un todo más grande al cual habríamos de volver cuando fuéramos capaces de desprendernos de nuestra consciencia.

El ente «alienígena» que nos visita en Annihilation se convierte de inmediato en una de las representaciones más interesantes dentro del amplio canon de la invasión extraterrestre, por el simple hecho de que éste parece privado de una conciencia. Su idea de la «aniquilación» nada tiene que ver con el exterminio de la raza humana. No se parece al fin de nuestra especie como suele entenderlo este subgénero tan recurrente dentro del cine y la literatura (War of the Worlds (1897), Independence Day (1996), Mars Attacks! (1996), Fifht Wave (2016), entre otros); por el contrario, éste resulta mucho más cercano al desapego budista, donde uno es capaz de renunciar al ego con tal de conectarse con el gran amor impermanente; o con la clásica idea romántica de vuelta y reconciliación con la unidad universal. El ente opera sin consciencia y sin maldad; éste tan sólo es fiel a su propia naturaleza, buscando una evolución de las especies a partir de la reintegración y la re-composición —algo que el ser humano rechaza de forma categórica por ser incapaz de comprenderlo. Y, en este punto, lo aparentemente natural parece mezclarse nuevamente con lo divino.

Sobre la incapacidad humana de comunicarse con nuestro visitante hay mucho que se podría decir también. Partamos del entendido de que el ente no es una deidad; pensemos que éste es una bacteria o un virus proveniente del espacio, o tal vez una criatura sideral sin consciencia propia o con una consciencia que en nada se parece a la nuestra y que, al carecer de símiles semánticos, es imposible de traducir. Todo el tiempo se le pregunta a Lena (personaje interpretado genialmente por Natalie Portman) qué era lo que este visitante buscaba en nuestro planeta —qué quería. A lo que ella tan sólo puede contestar «No lo sé… tal vez no quería nada». De esta manera, el ente no resulta una amenaza para nuestra especie porque sea malvado y busque destruirnos; simplemente las necesidades de ambas razas, las visiones y maneras de entender el mundo son incompatibles, por lo cual éstas no pueden cohabitar ni coexistir. Lena en ningún momento busca comprender al ente; ésta sólo puede reaccionar de la única forma en que los humanos sabemos hacerlo: destruyendo aquello que no entendemos.

Sobre las posibilidades semánticas y lingüísticas de construir un canal de comunicación funcional con los seres de las estrellas, es fundamental conocer Arrival de Denis Villeneuve y también la novela Ender’s Game (1985) de Orson Scott Card. En ésta, se desarrolla una terrible guerra intergaláctica entre la raza humana y una abrumadora amenaza de insectos espaciales, donde la única posibilidad de supervivencia está en el total exterminio de la otra especie. Sin embargo, nadie conoce las razones de esta guerra ni cómo comenzó. Y cuando finalmente se descubre el motivo de la misma, éste resulta ridículo y desconsolador: las razas nunca supieron entenderse —fue demasiado tarde cuando los invasores se dieron cuenta de que nuestra especie era inteligente, que tenía consciencia de sí misma. De haberse podido generar un diálogo, la guerra —que habría de consumir la mayor parte de los recursos de nuestra galaxia por décadas— se habría podido evitar. En Annihilation ocurre un poco lo mismo: los hombres y el ente que llega a la Tierra no tienen manera de comunicarse —de entenderse— y, por lo mismo, resulta más fácil destruirse.

Por último, me llama la atención el interés de Garland de crear una cinta de «acción y suspenso» donde la gran mayoría de los personajes son mujeres. No es el primero en hacerlo, pero sin duda éste constituye uno de los mayores aciertos de la película. En fechas recientes, se vive una necesidad de reinventar a la mujer en el cine y la televisión, de deconstruir la representación de los géneros y llevarlos a terrenos antes inexplorados. No sólo porque esto brinda elementos importantes para la cimentación de un mundo cada vez más justo e igualitario, sino también porque, dramáticamente, nos ofrece nuevas posibilidades. Nos permite refrescar temáticas que se encuentran terriblemente llenas de clichés y estereotipos, dentro de un cine que se vuelve cada vez más formulaico. Al respecto, es muy rescatable el trabajo de cintas como Mad Max: Fury Road (2015), la saga de The Hunger Games (2012-2015) o el increíble remake de Ghostbusters (2016) —al cual, curiosamente, la imaginación visual de Annihilation parece hacer referencia. No sé si en estos casos es posible hablar propiamente de un cine feminista, pues éste es un debate bastante más amplio y complejo que pertenece a un artículo distinto, pero por lo menos podemos afirmar que se trata de un cine con un interés genuino de representar a la mujer de una manera diferente —y gozando, además, de increíbles resultados.

El personaje de Lena es sensacional porque rehuye en todo momento a la idealización y se vuelve absolutamente humano. No es una mujer nuestra protagonista porque el género se encuentre exento de las carencias del hombre y se componga únicamente de virtudes. Por el contrario: éste se nutre todo el tiempo de sus contradicciones —es al mismo tiempo inteligente, tenaz y autodestructivo; incluso egoísta, tratando de purgar sus culpas a través de llevar a cabo un gran acto redentor. Los defectos de Lena son el motor que la conduce; los que la vuelven ridícula e insignificante pero entrañable al mismo tiempo. En uno de mis momentos favoritos de la película, Lena se encuentra acostada al lado de su marido, Kane (interpretado por Oscar Isaac), un soldado a punto de partir a una misión que habrá de mantenerlos separados durante un largo tiempo. Para consolarla, éste le dice: «Por lo menos estaremos del mismo lado del hemisferio… Eso quiere decir que, cuando salgas por la noche, veremos las mismas estrellas», a lo que Lena responde molesta, desairándolo de inmediato: «¿Tú crees que eso es lo que hago cuando no estás? ¿Salir a ver las estrellas y pensar en ti?». Pues no. Lena no es Penélope: ella no se queda paciente esperando a que su marido vuelva, poniendo su vida en pausa. Lena continúa viviendo, desarrollándose, trabajando —incluso cometiendo errores. En ocasiones extrañando a Kane y en otras supliendo su ausencia de la mejor manera que puede. Lena es un personaje atormentado, arrepentido, tenaz y determinado, y en muchos sentidos incapaz de lidiar con la dimensión del problema frente al que se encuentra. Lena es un personaje absolutamente humano.

 

Hay mucho más que podría decirse de Annihilation. Hay cosas en las que podrán coincidir conmigo y otras en las que no, pero esto difícilmente en detrimento de la película. La cinta, como he dicho antes, se presta para incontables vistas e interpretaciones —algunas tan personales que tan sólo cada uno de nosotros podrá dárselas; otras claramente vistas en su historia y bastante obvias. En momentos, Annihilation peca de ser demasiado intelectual y amenaza con volverse hermética; en otros, resulta absolutamente emocionante y devastadora, cargada con increíbles secuencias de acción que la acercan más a Alien (1979) que al pausado intimismo de Ex-Machina. A algunos puede parecerle lenta, a otros sensacional de principio a fin. Y, eso sí, estén preparados para enfrentar un final que no es para nada complaciente y genera más dudas de las que responde. Aún así, no tengo duda de que Annihilation es una obra maestra, por lo que vale muchísimo la pena darle una oportunidad. Pulgares para arriba a Alex Garland y Netflix por permitirse estrenar una propuesta que no hace concesiones, que resulta tan propositiva y arriesgada.

 

 

 

Rodrigo Pérez-Grovas

Egresado de literatura por la UNAM y con maestría en producción por parte de la UP. Ha trabajado en diversas publicaciones digitales y como guionista para televisión. Recientemente dio a conocer su proyecto musical, Güey Okey. Vive en la CDMX al lado de su perro cocker Jarvis. Twitter: @RickyBoring

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