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Entrevista a Gerardo Mosquera

17.07.2012

Con motivo de la exposición Crisiss. América Latina, arte y confrontación 1919-2010, entrevistamos a su curador, Gerardo Mosquera.

¿Qué factores te han encauzado a abordar el tema de la confrontación a través del arte y en particular dentro del contexto latinoamericano?


Me parece que es un tema vertebral para el arte latinoamericano y en particular dentro del lapso temporal que abraca la exposición. Es cierto que la relación entre arte, política y violencia puede percibirse como un cliché más acerca del arte de esta región, pero como todo lugar común tiene algo de verdad. Pienso que en ninguna otra zona del mundo los artistas han reaccionado con tanta fuerza y constancia a la confrontación política y de maneras tan diversas. Y tal vez esto es lógico debido a lo dramático de nuestra realidad. De igual modo es importante señalar que esta investigación en particular se inscribe en el marco del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana. Sobre ésta última sobra decir su relevancia histórica y social, ya que fue la primera revolución popular triunfante en el siglo xx. Asimismo, me interesa reparar en la idea de confrontación, más allá de la violencia y la política, para acceder a otros campos como el cultural, el artístico o de género, donde se dan otro tipo de confrontaciones o crisis. El estado de crisis es algo que ha definido a América Latina a lo largo de estos cien años. Pareciera que siempre estamos en crisis y por ello en el texto curatorial de esta muestra podrán encontrar, por ejemplo, una alusión al célebre pensamiento de Walter Benjamin que dice: “El estado de emergencia no es la excepción sino la regla”. Y ello lo he relacionado con la ahora conocida frase del artista brasileño Hélio Oiticica: “de la adversidad vivimos”.

Gianni Vattimo —uno de los filósofos que más ha reflexionado sobre la relación entre arte y violencia— no logra concebir un arte sin violencia y define a ésta última como el hecho de impedir que los cuerpos ocupen su lugar natural. ¿Qué es para ti la violencia y cuál es la forma en que puede entenderse desde el arte?


Bueno, lo que te puedo decir es que a mí me interesa el arte sobre todo por su capacidad de ir más allá de sí mismo. No me interesa el arte que se concentra en el propio arte, sino aquellas manifestaciones o gestos artísticos que van más allá. El arte tiene la virtud de poder ocuparse de todo, es una actividad absolutamente polifónica que puede tocar todas las cosas, que puede incluso servir de disculpa para hacer otras cosas. Debido a ello el arte constituye, para mí, una violencia contra el status quo. El buen arte tiene siempre una voluntad de transformación, una voluntad de poner de nuevo la situación en crisis, incluso en términos de visualidad, en términos estéticos o artísticos. Al respecto, Jacques Rancière se refiere a lo político en el arte no desde un enfoque temático, y desplaza el aspecto político del arte hacia lo estético. Es decir, para él la capacidad del arte de transformar, de crear un desplazamiento, de romper con las convenciones y expectativas representa su principal función política.

¿Cuál es el principal reto curatorial que afrontas al lidiar con aspectos tan delicados y polémicos del arte y la cultura?

Incursionar en estos campos lleva implícita, sin duda, una fuerte responsabilidad ética y civil.
 Sí, en efecto. Para la exposición en el Palacio de Bellas Artes no he tomado la idea de arte y política de una manera laxa sino que he querido incluir trabajos que, por un lado, no sean panfletarios o ilustrativos de la política, y tampoco he incluido propuestas que tienden a disolver al arte en la pura acción social y política como los Yes Men o colectivos similares. He tratado de enfocarme en obras que son confrontacionales, tanto del arte hacia afuera como del arte hacia adentro, pero que permanecen dentro del territorio estético. Por otro lado, la selección también incluye bordes porosos como la documentación de algunos eventos que básicamente fueron actividades políticas como el llamado siluetazo de 1983 en la Argentina. De igual modo he seleccionado obras que pueden considerarse más desde una perspectiva ilustrativa, como los grabados de José Guadalupe Posada, pero que siempre mantienen una dimensión artística. El propio Posada, que fue un ilustrador, un caricaturista, encierra una fantástica dimensión artística, un frisón que nos genera nuevos contenidos, un imaginario que se desencadena.

Me has comentado que, contrariamente a lo que pudiese pensarse, la muestra no tiene ninguna aspiración enciclopédica ni la intención de construir un relato maestro o totalizador, ni siquiera de presentar un panorama investigativo histórico exhaustivo, sino que se entiende estrictamente como una visión curatorial. ¿Cómo imaginas la reacción de los públicos ante este planteamiento? En especial del visitante promedio al Palacio de Bellas Artes y tomando en cuenta la enrome carga histórica y simbólica de este recinto.


Sí, me alegra mucho tu pregunta porque es algo que me planteé desde un primer momento. Al preguntar por las cifras de audiencia de este sitio me quedé impactado. Es algo impresionante y si a ello le añades la vitalidad urbana de sus alrededores se genera un reto mayúsculo. Aquello que más me ha inspirado es el hecho de dirigirme a un público realmente heterogéneo… es una suerte de Babel. Es un sitio tremendamente vivo, encastrado de la vida diaria y real de esta megalópolis. Al percibir este contexto me percaté de que sería primordial que la muestra presente una cierta espectacularidad, que fuese algo digerible y comunicable. Algo importante es que hay una fuerte carga de humor, una espacie de violencia irónica. El humor es un arma extraordinaria que nos permite establecer una distancia crítica y es una manera de relacionarse con un público amplio. Como curador he intentado crear espacios secantes, espacios de coincidencia entre lo que pudiéramos llamar el mundo del arte y el resto de los visitantes no especializados. Al respecto, pienso que el ámbito del arte contemporáneo ha sufrido un proceso de especialización y, por lo tanto, de alejamiento de un público general… es un proceso natural que tiene sin duda sus puntos positivos pero que sin dudad genera un distanciamiento. Pero por otro lado la libertad metodológica y la libertad morfológica que tiene el arte contemporáneo le permiten explotar ciertos resortes de comunicación más allá de los establecidos y compartir entonces con los no entendidos un espacio secante; al decir secante lo digo en términos geométricos, un espacio de intersección, dos esferas que comparten parte de su espacio y donde es posible que se genere una comunicación.

Al abordar temáticas históricas o geopolíticas has optado por causar ciertos “desarreglos” en la concepción que suele delimitar o definir a tal o cual discurso identitario o nacionalista. Una de estas estrategias es invitar a artistas de prácticamente todo el mundo a una exposición sobre América Latina. En particular, y dado el clima político que se vive en la actualidad, me ha llamado la atención la presencia de artistas provenientes del mundo árabe. ¿Qué me puedes decir sobre la obra que se está produciendo actualmente en estos países? ¿Qué opinas de los cambios sociales que están ocurriendo en esta región?


Puedo afirmar que se está produciendo un arte muy sólido y comprometido. Recuerdo que cuando estuve en Palestina tuve la oportunidad de sumergirme en el arte que se está gestando actualmente y es un arte que dista de ser meramente político. Los artistas palestinos están produciendo un arte complejo e indagador. Y hace algunos meses estuve en Egipto, pues fungí como jurado de la Bienal del Cairo, justo después de ello comenzaron las movilizaciones sociales, y por ello te puedo decir que tengo una mirada fresca de ese contexto. Debo comentarte que estoy muy contento con lo que ha pasado en Egipto, justo ayer aquí en el hotel veía las imágenes por televisión y me parece extraordinario, porque sin duda los militares se negaron a reprimir a la gente, al revés de lo que ocurrió en China, al contrario de lo que ocurrió en Irak. Y lo más interesante de ello es que lo han logrado sobre la base de movimientos populares sin organización, sin un sindicato o partido político, sin un líder espiritual o caudillo carismático como el Ayatola Jomeini en la revolución de Irán. Simplemente, la gente salió a las calles a partir del hecho de las personas que decidieron inmolarse, quemarse, suicidarse en el espacio público. Ello me parece importante porque hay un contenido simbólico que actúa de detonante, un performance diríamos ¿artístico?… ¿Sería este acto un caso de arte y violencia? La crueldad de la propia muerte tiene un impacto social tan grande que actúa como detonante para que el pueblo tome las calles. Y volviendo al tema del tipo de arte que se está generando en Egipto puedo decirte que es algo fantástico, hay una eclosión de artistas que están reaccionando a su contexto particular, pero que a la vez se inscriben dentro de un lenguaje que pudiéramos llamar internacional. Un lenguaje que podemos decodificar aunque no lo penetremos completamente.

Y la pregunta obligada. ¿Qué está pasando en Cuba a nivel artístico?


Pienso que hay una escena muy, muy intensa. Es increíble el caso de Cuba pues, a pesar de la situación desastrosa que vive el país y la desesperanza que tiene la gente, se está dando un arte profundo y crítico. Ello a pesar de la violencia particular que se vive ahí. Creo que en ello ha sido fundamental el taller llamado Arte de conducta que Tania Bruguera realizó durante seis años, ya que fue una suerte de espacio pedagógico muy fructífero para las nuevas generaciones; un complemento necesario a la enseñanza institucional del arte. Así que me atrevo a decir que la situación está bien. La cultura es sin duda un mecanismo de supervivencia.

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