Los pabellones son fotografías impresas. A diferencia de una secuencia de imágenes, un documental o una película, requieren demostración en corto. Persiguen la pendiente y la diagonal mientras escapan de la sucesión de puntos. Son temporales y, por lo tanto, requieren densidad de experiencias.

Dos iniciativas disímiles se han posicionado en la Ciudad de México para ocupar el espacio colectivo con motivos de arte y arquitectura. Ambos producto de concursos por invitación, prolongan la vivencia de su contexto cotidiano con visualidades simultáneas y percepciones ajenas a su condición original. Se trata del Pabellón Eco y el Pabellón de las Culturas Amigas, cuyas ediciones de este año –ambas– estuvieron a cargo de TO [José Amozurrutia + Carlos Facio].

TO, Pabellón en la Feria Internacional de las Culturas Amigas. Fotografía de Onnis Luque.

El primero, «Campanario», reverbera los muros y ventanales del Museo Experimental El Eco con una propuesta de espigas metálicas en movimiento. Varillas metálicas y platos de cobre conforman el entramado que provoca sutiles sonidos, reflejos y sombras en un patio que se vuelve inestable, con pieles cambiantes. Si bien la rigidez de las varillas reduce el sonido fortuito, la cuadrícula genera profusas dimensiones en su propio confinamiento.

TO, Pabellón Eco. Fotografía aérea de Andrés Cedillo.

En la Plaza de la Constitución la escala requirió otra solución; estructural, funcional y masiva. La cromática de las pieles persiste mientras la geometría se adapta al damero de un centro cívico. La agrupación de rombos provoca diagonales y puntos de fuga hacia los edificios perimetrales. Crucial el requerimiento de un sistema de distribución de esfuerzos para librar claros de 400 metros sin apoyos intermedios dejando paso a los rituales del caos cultural. La tensión del primer ejercicio se libera en este espacio abierto. Del encofrado al ágora y viceversa.

Mientras en El Eco se acota una visita fugaz —contemplativa y estética—, en el Zócalo se recorre y aglomera entre más de ochenta participantes que ofertan cultura, gastronomía y artesanía. Ambas propuestas cumplen a cabalidad y avizoran el futuro de su fugacidad.

TO, Pabellón Eco. Fotografía de Dane Alonso.

Los pabellones sin programa distan mucho de lo memorable: requieren ser activados y utilizados con fines concretos —no sólo exhibirse sino demostrarse; no tanto revestirse sino desvestirse y, sobre todo, mostrar empatía para su disfrute temporal. Más que una selfie instantánea, una fotografía para experimentar.