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Opinión: ¿Modernidad absorbida?

26.11.2013

La palabra moderniste, cuya definición sería la fuente de nuestras tradiciones modernas durante los siglos 19 y 20, fue acuñada por Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) como la ensoñación nostálgica, la introspección y la participación de una sociedad. Con base en las teorías de Rousseau, el filósofo Marshall Berman (Noviembre 24, 1940 – Septiembre 11, 2013) decía que todos somos modernos y toda la modernidad se ha desvanecido: “ser modernos es vivir una vida de paradojas y contradicciones. Es estar dominados por las inmensas organizaciones burocráticas que tienen el poder de controlar, y a menudo destruir, las comunidades, los valores, las vidas, y sin embargo, no vacilar en nuestra determinación de enfrentarnos a tales fuerzas, de luchar para cambiar su mundo y hacerlo nuestro. Ser modernos es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos”.

Berman citaba a Daniel Bell (The Cultural Contradictions of Capitalism) para hablar del modernismo como seductor para quebrantar la unidad de la cultura y así hacer pedazos la cosmología racional. Y como lo decía Octavio Paz en Corriente alterna (1967), “la modernidad ha sido una cortada del pasado y lanzada hacia el futuro siempre inasible, vive al día: no puede volver a sus principios y, así, recobrar sus poderes de renovación”. A 74 años de su nacimiento y pocos meses de su muerte, el pensamiento de Berman no se desvanece sino que recobra su capacidad de regeneración. Nació en el Bronx y estudió en la Universidad de Columbia, Oxford y Harvard, supo relacionar con maestría la academia con los procesos urbanos neoyorquinos para así hacerse de una idea filosófica del urbanismo y su capital. Berman refería los espacios urbanos creados por el modernismo (físicamente limpios y ordenados, pero social y espiritualmente muertos) como vestigios inertes ante la congestión, el ruido y la disonancia general del siglo 21 con lo que se mantenía viva la vida urbana contemporánea.

Para Berman, los paradigmas de la modernidad fueron de orden mecánico, reductivo y superficial, podía ser algo evanescente y obsoleto. Así, la trágica ironía del urbanismo modernista es que su triunfo ha contribuido a destruir la misma vida urbana que esperaba liberar. Apropiarse de las modernidades de ayer puede ser a la vez una crítica de las modernidades de hoy y un acto prospectivo sobre las modernidades futuras. No se trata de hablar sobre una vuelta a la modernidad sino de un análisis resonante sobre cómo identificar y entender procesos modernos donde Todo lo sólido se desvanece en el aire; donde la absorción de la modernidad se vuelve parte del contexto intrínseco del lugar, de su metáfora espacial y su condición irracional para replantear otras formas de habitar.


[26 de noviembre de 2013]

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