Maria Jose Sesma

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Maria Jose Sesma en Local 1

 

 

Hay gustos adquiridos y complicidades entre la máquina, el ojo y la mano que producen ritmos singulares. Muchas veces, pasan desapercibidos, otros, en su acumulación, forman un archivo. El cielo hace lo suyo: comienza a llover, escuchamos el trueno y sabemos que hubo rayo. La mano graba y la máquina almacena. La sumatoria permite analizar las constantes y también la diversidad: la duración siempre es desigual. La intimidad del ejercicio se volvió pública cuando se hizo presente la anomalía. La disección del video, que tenía como media seis cuadros por segundo, reportó treinta. Cinco eventos se condensaron en uno solo. La potencia del sonido se encontró con una lente que de súbito dejó de registrar color, formas y paisajes para absorber pura luz blanca: presencia informe, pero saturada y viva. 

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Atender los efectos pone en segundo plano el punto de partida para concentrarse en los recorridos. Ya no se llega tarde a algo, sino que se comprende la imposibilidad de trazar una paralela infinita y continua que dote de ilusión de unidad al fenómeno. La operación se repite y casi que está de más reiterar la diferencia que se introduce en la secuencia. La experiencia subjetiva de no estar a tono, onda o completud, pone sobre la mesa la vivencia convertida en necesidad de un referente que lo reticule todo: un significante o régimen bajo el cual se evalúe la contingencia. Pero la individuación no cesa de suceder. Si acaso se mantiene la unidad, es en la disparidad misma. Rayo, trueno-trueno, rayo. 

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La fotografía aquí aparece en su dimensión de aparato sensible. Nos muestra una imagen, sí, pero sobre todo se presenta en tanto entidad productiva en su singularidad técnica: corte o límite, posibilidad y producto. Alianza con la eventualidad y, también, favorable enigma. Sería soso reducir la percepción de una máquina a su equivalencia humana; no puede lo que el ojo, aunque está ligada a él. Eso no imposibilita que sus marcos de acción colaboren en la producción de realidades con la misma intensidad que la elaborada subjetividad o los cuerpos racionales. Aquí no hay autonomía sino trama entre la velocidad de la luz y del sonido, la sensibilidad del lente y la intriga del cuerpo que se asoma a la ventana para ver pasar la vida y, de tanto en tanto, acotarla entre la longitud de un video y su disección fotográfica. Aunque la evadimos, queda la tentación de agrupar el video con la luz del rayo y la fotografía con el sonido del trueno que llega a su propio ritmo, inundándolo todo. 

 

–Sandra Sánchez

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