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Ilustación de Marina Corach, 2017.

No necesitamos arquitectura; ahora tenemos Facebook

Archivo Código 08.11.2017

Edwin Gardner

Edwin Gardner analiza de qué forma los medios de comunicación vía internet influyen en nuestra concepción del mundo y la representación social.

Uno de los méritos iniciales del internet fue la posibilidad de participar de manera anónima, o bien de reinventarse la identidad por completo. Hoy, se está convirtiendo en una aldea en la que todos nos conocemos; realmente se está volviendo la aldea global de la que habló McLuhan.1 Y, sin embargo, la aldea global no es necesariamente cosmopolita, y ciertamente no significa que uno pueda desaparecer cómodamente entre la multitud como podemos hacerlo en la metrópolis.

Zeynep Tufekci, socióloga de la universidad de Maryland, describe la experiencia social digital de las redes sociales: «Es como vivir en un pueblo donde es difícil mentir porque todos conocen la verdad».2 El boom de las redes sociales es, de alguna manera, la reencarnación de los pequeños pueblos, donde la cohesión social regresa de manera vengativa. Si bien uno podría referirse a la anonimidad de la ciudad como liberadora, a menudo se vive como un peso psicológico de la vida moderna. Los urbanitas sufren de una amnesia colectiva con respecto a la gran mayoría de sus habitantes. Las personas más solitarias a menudo viven en los lugares más abarrotados —es fácil olvidar a alguien cuando hay tanta gente. Pero las redes sociales nos están ayudando a luchar contra la amnesia social que conlleva la vida desconectada. En palabras de Tufekci: «La generación actual nunca está sin conexión. Nunca pierden contacto con sus amigos, por lo que estamos regresando a un lugar históricamente más normal. Si observamos la historia humana, la idea de ir a la deriva, de nueva relación en nueva relación, es muy nueva. Existe únicamente en el siglo XX».3

Esto nos lleva a considerar cómo funcionan estos nuevos espacios sociales virtuales y cómo se construyen las identidades particulares dentro de ellos. El problema aquí es que es difícil transmitir la experiencia de cómo se siente este nuevo espacio social si uno no está dentro. Para el que está fuera, las actualizaciones-al-minuto sobre lo que el otro está haciendo parecen absurdas. ¿Por qué querrías saber que ‘tengo resaca de la fiesta de anoche’ o que ‘estoy leyendo tal o cual libro’, o que ‘estoy cediendo ante mi adicción al chocolate otra vez’?, ¿por qué difundirías esa información, y por qué estarías atento a estos fragmentos de lo que el otro está haciendo y pensando?

Los científicos sociales llaman a esta interacción constante en línea «conciencia del ambiente». Estar consciente del ambiente es como estar cerca de alguien físicamente y percatarse de su estado de ánimo a través de las pequeñas cosas que hace —lenguaje corporal, suspiros, comentarios al aire. En palabras de Clive Thompson, esta es la paradoja de la conciencia del ambiente. Cada pequeña actualización —cada pedazo de información social individual— es insignificante en sí misma, incluso increíblemente mundana. Pero tomados juntos, a lo largo del tiempo, los pequeños trozos se fusionan en un retrato sorprendentemente sofisticado de las vidas de tus amigos y familia, como miles de puntos que hacen una pintura puntillista.

Esto nunca antes había sido posible, porque en la vida real ningún amigo se molestaría en llamarte para describir con detalle los sándwiches que está comiendo. La información ambiental se convierte en un «tipo de percepción extrasensorial», como me lo describió Haley, una dimensión invisible que flota sobre nuestra vida diaria. «Es como si pudiera leer la mente de todos a distancia», continuó Haley. «Me encanta. Siento que alcanzo algo puro y crudo en mis amigos. Es como si tuviera un monitor atento para ellos». También puede llevar a un contacto más «real», pues cuando un miembro del grupo de Haley decide salir a un bar o ir a ver a una banda y tuitea sus planes, otros lo ven y deciden caer de sorpresa —socialización auto-organizada a la medida. Y cuando socializan cara a cara se siente, extrañamente, como si nunca se hubieran separado. No necesitan preguntar «¿qué has estado haciendo?», pues ya lo saben. En su lugar, comenzarán a platicar sobre lo que uno de sus amigos tuiteó esa tarde, como si retomaran una conversación a la mitad.4

El espacio social abandona el entorno real, construido, a favor de uno imaginado, virtual. La arquitectura física ya no es necesaria para posibilitar la práctica social; ahora tenemos a Facebook. De cierta manera, el incremento de las redes sociales es el remedio para el aislamiento y el anonimato que es inherente a la vida metropolitana.

Ilustación de Marina Corach (2017).

Las redes sociales demuestran que uno puede socializar básicamente en cualquier lugar, lo que vuelve redundante a la función social de la arquitectura. Sin embargo, las prácticas sociales no están confinadas, de pronto, sólo al ámbito digital; los parques no están vacíos y los bares siguen siendo concurridos. Más bien, debemos considerar a las redes sociales como un aumento a las prácticas sociales existentes. La arquitectura, en definitiva, ha perdido terreno en el mundo virtual cuando se trata de mantener contacto social. Pero en cuanto al inicio del contacto social, los encuentros cara a cara siguen siendo dominantes, y la gente encuentra en ello suficientes motivos para ir a eventos y salir a lugares.

Aun así, las redes sociales están apretando las tuercas de los espacios de la «vida real». Sabemos que existen las citas virtuales, pero otros tipos de relaciones sociales también se inician a través de la web. LinkedIn y Twitter proveen un marco para iniciar relaciones (profesionales). CouchSurfing, una red social que ayuda a las personas a encontrar un lugar donde dormir en cualquier ciudad del mundo, a menudo facilita que se generen amistades internacionales.

Estos nuevos espacios sociales tienen un gran impacto en el modo en que lidiamos con nuestras identidades, ya que éstas se construyen socialmente. Cada actualización de estado o tuit consiste en una acción consciente; los artículos que compartimos, nuestros programas de televisión favoritos, los grupos a los que nos unimos, etcétera, dicen algo acerca de quiénes somos. Como explica Nicolas Carr:

Un miembro de [Facebook] llamado Matt, recién egresado de Yale, describe la ansiedad prufrockiana que siente al construir su identidad virtual: «Quiero parecer consciente de mí mismo, pero no un idiota pretencioso». Posteriormente explica por qué eligió presentarse a sí mismo con una fotografía en la que aparece «con los ojos cerrados y la boca repleta de galletas»: «Creo que es una especie de logro meterse seis Oreos en la boca. Y, más aun, me exime de tener que poner una foto en la que tenga que convencer a la gente de que me veo bien. En pocas palabras, no pondría algo que no quisiera que vieran todos. También quiero que ciertas personas entiendan mucho más que otros sobre lo que pongo, y que esas mismas estén impresionadas con mi astucia, templada con moderación». Entonces, dejar el mundo real para participar en una comunidad virtual —o un mundo virtual como Second Life— no alivia la ansiedad de la inseguridad; la magnifica. Uno está más —no menos— expuesto».5

Carr imagina el auge de consultorías y terapeutas que auxilien a la gente con las aflicciones mentales de la era digital: la «ansiedad del avatar». Las dudas y los miedos de la gente al construir sus avatares digitales son tierra fértil para la industria de los libros de auto-ayuda y el psicoanálisis. Donde Carr ve surgir una nueva carga psicológica de la modernidad, Thompson ve al alza de la inseguridad como el renacimiento de una virtud clásica:

Muchos de los ávidos tuiteros y usuarios de Flickr y Facebook que he entrevistado describen un inesperado efecto secundario de constante autorrevelación. El acto de detenerse varias veces al día a observar lo que uno está pensando o sintiendo puede volverse, después de unas semanas, una especie de acto filosófico. Es como la orden griega, «conócete a ti mismo», o el concepto terapéutico de la concientización. (En efecto, la pregunta que flota eternamente al principio de la página de Twitter —«¿Qué estás haciendo?»— puede llegar a parecer existencialmente cargada. ¿Qué estás haciendo?).

Ya sea que debamos lidiar con la ansiedad del avatar o con el renacimiento digital de la autoconsciencia, los nuevos medios de comunicación están cambiando la manera en la que nos relacionamos con nosotros mismos y con el espacio. En el futuro, la ‘dimensión invisible que flota sobre nuestra vida diaria’ que son las redes sociales descenderá para tocarnos —se volverá omnipresente en el día a día. Cuando el internet se vuelva realmente móvil y la computación ubicua, cuando lo virtual se mezcle con lo real, y cuando la interfaz se combine con el cara-a-cara, entonces estaremos en un lugar nuevo todos juntos.

1. Marshall Mcluhan, Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano, Paidós, Barcelona, 1996.

2. Clive Thompson, «Brave New World of Digital Intimacy», The New York Times, 5 de septiembre de 2008. Disponible en http://www.nytimes. com/2008/09/07/magazine/07awareness-t.html

3. Idem.

4. Idem.

5. Nicholas Carr, «The Love Song of J. Alfred Prufrock’s Avatar», Rough Type 15, mayo 2006. Disponible en http://www.roughtype. com/archives/2006/05/the_love_song_o_1.php

6. Clive Thompson [Ver nota 2].

Edwin Gardner

Es arquitecto y teórico. Su investigación se concentra en la función social de la arquitectura en el panorama contemporáneo. Es cofundador del  colectivo de investigación Monnik.

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