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Vista de la exposición Axiomas para la acción. Fotografía de Oliver Santana. Cortesía Museo Universitario Arte Contemporáneo.

Carlos Amorales en el MUAC: Axiomas para la acción

Reseña 06.03.2018

Christian Barragán

«Axiomas para la acción», de Carlos Amorales, es una exposición que revisa gran parte del trabajo realizado por el artista en diferentes disciplinas.

Después de que el Museo Amparo presentó Vivir por fuera de la casa de uno del artista Carlos Amorales, exposición en la cual se revisó en perspectiva los últimos quince años de la obra del artista, el Museo Universitario Arte Contemporáneo presenta hasta el dieciséis de septiembre Axiomas para la acción, una antología que abarca más de dos décadas del trabajo de Carlos Amorales. La curaduría y edición del catálogo que la acompaña es un ejercicio al alimón entre el artista y el curador en jefe de la institución universitaria, Cuauhtémoc Medina; a diferencia de otras exhibiciones, en las que, señalan Amorales y Medina en la presentación del libro, «sorprende lo convencionales que son nuestras exhibiciones y narrativas sobre los artistas», la muestra en cuestión permite su articulación a partir de un listado de setenta y nueve obras. Como si se tratara de un mazo de cartas, el artista y el curador han dispuesto un artificio discursivo y museográfico en el que doce obras entablan una lectura que intenta alejarse de los modelos tradicionales de la retrospectiva cronológica; a cambio, ofrecen un perfil múltiple en sus rasgos y constante en sus propósitos.

Mariposas negras en un museo de arte. Carlos Amorales MUAC.

Vista de la exposición Axiomas para la acción. Fotografía de Oliver Santana. Cortesía Museo Universitario Arte Contemporáneo.

Semejante a una cinta de Moebius, Axiomas para la acción despliega la obra congregada en un mismo espacio simbólico, una réplica uno a uno del estudio del artista (Naturaleza negativa, 2012-2018) y en una misma duración —no un antes ni un después propio del proceso lógico, sino un «estar entre», una suspensión del tiempo racional, propio de la literatura moderna: un «agujero en la red del tiempo, esa manera de estar entre, no por encima o detrás sino entre», como escribió Julio Cortázar en Prosa del observatorio (1972). De esta doble condición espacial y temporal deviene el extrañamiento que genera el diseño de la exposición, puesto que al trasponer la entrada ficticia del estudio —que a su vez sustituye el acceso de la sala del museo—, oponiendo sutilmente (nuevamente) un contrasentido a la tradición del consumo y construcción del arte desde la institución, Amorales y Medina abren un umbral para la fábula. Axiomas para la acción sucede en un intervalo que media entre el espacio público —el museo neutral y blanco— y el espacio privado —el estudio y taller del artista, provisto de otro orden, menos severo y más «orgánico»—. Según declaraciones del curador y el artista, «una muestra que aluda a la lógica del trabajo que Amorales representa debe ser también un mapa cambiante, un juego de máscaras, una corriente de ideas y acciones. Axiomas para la acción reemplaza la narrativa por una exhibición itinerante y transformable». Acaso, como un anillo de papel que al cortarse sucesivamente por en medio se desdobla ininterrumpidamente, dejando al descubierto el dibujo de una sola línea continua de pensamiento.

Constituido el artista mismo en ficción, Carlos Aguirre Morales mudó en Carlos Amorales; la obra resultante es a su vez la exploración alrededor del yo y el otro manifiesta en la contraposición de diversos desdoblamientos: el rostro y la máscara, la persona y el personaje, el autor y la obra, el ruido y la palabra, el original y la copia, la vida y el relato. Obras tales como My Dear Rational Blonde (1996), Familia (2015) y La vida en los pliegues (2017) configuran aquel primer círculo de la cinta de Moebius, figura reconocida por los dibujos del holandés M. C. Escher en la que no se distingue el arriba del abajo, ni el adentro del afuera, y que permite la libertad de conciliar dos realidades opuestas que sin embargo coexisten. Obras como ésas, o como El no me mires (2015), Las masas (2017) e, incluso, Aprende a joderte (2017-2018), son deudoras, consciente o inconscientemente, de la literatura del carnaval en su intento por narrar las «disparidades» del acaecer cotidiano señaladas por Mijaíl Bajtín en su estudio Problemas de la poética de Dostoievski (1979).

Dibujos bizantinos. Carlos Amorales MUAC.

Carlos Amorales, Aprende a joderte, 2017. (Serie de 60 dibujos). Foto: Abigail Enzaldo y Emilio García. Cortesía del artista y kurimanzutto.

Aunado a las categorías de «familiarización» y «excentricidad», la trasposición de sentidos y significados resulta crucial en la composición discursiva de Carlos Amorales; ejemplo de ello es el icono de la máscara, primer y principal tropo retórico empleado por Amorales en la creación de su código estético, identificado por el artista como «interfaz» en el políptico litográfico que da título a la muestra, Axiomas para la acción (1996-2018).* Es en el opúsculo Herencia léxica del español de México (2016) en donde el lingüista especialista en semántica Luis Fernando Lara explica el origen latino de la palabra persona, que dice: «persona era el nombre de la máscara que utilizaban los actores de la tragedia griega importada a Roma. El actor no se mostraba con su rostro verdadero, sino que lo enmascaraba para así dar presencia a su personaje (la palabra personaje también viene de persona); es decir, persona era una apariencia, no un ser humano auténtico, como hoy entendemos la palabra.» La máscara, por demás, es el símbolo por antonomasia del carnaval; antes que al encordado de la lucha libre mexicana, este artefacto polifónico pertenece a la plaza pública donde cumple la función de detonante de la fiesta, pero también del teatro, compendio visual del dramatis personae. Visto así, Axiomas para la acción es el recuento tanto del relato de una máscara, Carlos Aguirre Morales representando a Carlos Amorales, como del repertorio coral y puesta en escena de numerosos personajes; entre otros, Kenake el pescador, Alec el nativo e Ingo el extranjero en el mediometraje El no me mires, o «el poeta cruel», homenaje a la vida y obra del artista absoluto Antonin Artaud, en especial aquel de las indagaciones teóricas sobre El teatro y su doble (1938), en el violento recital musicalizado Las masas.

Liberar el inconsciente en contra de la razón y la lógica es precisamente una expresión común en las ideas del poeta francés; lo es también en el eje que estructura el discurso escrito-gráfico-musical de Amorales y en el decurso público de su obra durante los últimos veintidós años —así lo ha consignado él mismo en el texto que intituló Una máscara toca la flauta contenido en el catálogo de la exhibición: «Para entender este nuevo lenguaje tenemos que asumirnos como extranjeros en nuestra propia tierra». Siguiendo este precepto, la obra de Amorales posibilita la reivindicación de la presencia del sueño, y aún del delirio, en la vigilia, más en constante lucha, en batalla consigo mismo, que también es contra lo otro. El monólogo inicial de la proyección El no me mires es notable al respecto: «Mírame. No me mires. Mírame. No me mires». Entre Vivir por fuera de la casa de uno y Axiomas para la acción transcurre en esencia un desdoblamiento y un pliegue: el primero en una amplia variedad de campos de acción, desde el espectáculo de índole vernáculo hasta las políticas de identidad y representación; el segundo en la construcción de un código horizontal con el cual Carlos Amorales ha urdido un circuito cada vez más depurado y concreto (y por tanto abstracto) con el cual elabora el relato de un cuerpo y sus innumerables avatares y sombras, al igual que pasa con los grafismos que mudan en notación musical y los sonidos orquestados sobrevienen en lenguaje. O en la transición del yo subjetivo de la persona al otro polifónico de la máscara-personaje-doble. Y, todavía más, en el cruce e itinerario en el cual el rostro y nombre del artista devienen en obra de arte, en rastro y resto situados en medio del tráfico incesante de signos del pensamiento contemporáneo.

Stencil humano. Carlos Amorales MUAC

Vista de la exposición Axiomas para la acción. Fotografía de Oliver Santana. Cortesía Museo Universitario Arte Contemporáneo.

* Contraviniendo las convenciones expositivas canónicas, pero continuando la tradición editorial, la obra de veintiocho monotipos litográficos, expresivos en su composición cromática y sobrios en su sintaxis, contienen una notoria y simultáneamente desapercibida errata. Compuesta por cuatro secciones de cinco textos cada una más una introducción de cuatro textos respectivos a cada segmento, los fragmentos o “axiomas” 2.4 y 2.5 repiten el mismo texto, no así la imagen gestual de fondo. El error radica en el “axioma” 2.5, el cual accidentalmente duplica a la estampa que le precede. Donde debiera decir: “2.5 Durante un acto público, en el mundo del arte, se sustituye al usuario de la interfaz por otro. Esta acción reafirma que cualquier persona puede animar a la interfaz. En el mundo del activismo se usa esta táctica para evitar que la autoridad aprehenda a las personas con más visibilidad mediática, dado que cualquiera puede estar detrás de la interfaz”, aparece: “[2.4] La interfaz presenta a un activista político en el mundo del arte. Dialogan públicamente sobre sus prácticas. Es necesario un traductor, que a su vez deviene la interfaz con el público.”

Christian Barragán

Curador independiente y coleccionista de arte. En 2009 fundó BaCO Ediciones, proyecto gráfico de arte contemporáneo. Ha organizado exposiciones en diversos espacios independientes, galerías e instituciones como el Museo de Arte Carrillo Gil y La Trampa Gráfica, entre otros. Es coautor de los libros Gustavo Villegas: Sobre la pérdida (Secretaría de Cultura, Querétaro, 2017) y Javier Marín: Zonas oscuras (Editorial Terreno Baldío Arte, 2017), así como autor de la antología El oro del tiempo (Lalulula.tv – Satélite, dvd, 2017) y de la columna #Deslinde en la revista Este País (blog).

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