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Fernando Palma. Tomada de NVI Noticias.
Fernando Palma, Quetzalcóatl, 2016. Tomada de House of Gaga.

Fernando Palma Rodríguez: In Ixtli in Yollotl

Entrevista 25.05.2018

Manuel Guerrero

Fernando Palma, artista cuyo trabajo explora el imaginario prehispánico, recientemente presentó algunas de sus obras en el MoMA, en Estados Unidos.

Por más de veinte años, la investigación que ha desarrollado Fernando Palma como artista destaca por la revaloración del imaginario prehispánico, planteada desde una estrategia artística en sintonía con las reflexiones y debates que suceden alrededor del mundo, específicamente en el arte contemporáneo.

Nacido en la delegación Milpa Alta, ubicada en los extremos de la Ciudad de México, Palma mantiene un vínculo indisociable entre su práctica y el entorno en el que vive: la cosmogonía que impregna el paisaje y la sociedad de los habitantes de Milpa Alta, lejos de ser un atisbo temporal lejano, retorna en los proyectos del artista como una manera diferente —y pocas veces tomada en cuenta— para comprender las circunstancias actuales de nuestra existencia.

A la par de su producción artística, Palma forma parte activa de Calpulli Tecalco, una asociación civil que surgió hace más de 20 años dedicada a un trabajo constante de promoción y preservación de la lengua náhuatl y el ecosistema de Milpa Alta. Tuvimos la oportunidad de conversar con él sobre estos y otros temas, así como de su reciente exposición en el MoMA.

—Desde tu formación como ingeniero industrial, ¿cómo llegaste al campo del arte? Lo pregunto porque, muchas veces, se considera que las áreas físico-matemáticas y las artes son polos opuestos.

Es una situación común la que mencionas, pero el arte siempre estuvo ahí. De chamaco me gustaban las artes plásticas; mi familia me pidió que hiciera una carrera técnica y durante el tiempo que estudié ingeniería dediqué parte de mi tiempo a pintar, pues era una cuestión de hobby. Pero más adelante, cuando decidí emigrar a Europa, conocí a algunos artistas y bueno, ese fue el camino. Yo había estudiado ingeniería industrial, pero fue mucho tiempo después en realidad cuando ya la ingeniería se volvió una herramienta de trabajo. Tomé estudios de historia del arte y en el momento en que realicé estudios de posgrado en escultura fue cuando hice un uso de la ingeniería en mi obra —en el diseño, sobre todo.

—¿De qué manera surge en tu trabajo el vínculo entre el desarrollo tecnológico y ciertos aspectos del imaginario prehispánico de México?

Es cuestión de la formación: al estudiar ingeniería industrial en la Goldsmiths University of London tuve como maestra a Jean Fisher que, en ese tiempo —hablamos de principios de los 90— era una persona importante en la crítica del arte; tenía un interés en el trabajo de Jimie Durham —a quien también conocí ahí—. Ellos fueron influencias importantes porque me hicieron volver la vista hacia México, y pues ya sabes: las preguntas que se hace uno cuando está en el extranjero después de un tiempo son muy diferentes a cuando sólo anda de paseo. Son de tipo existencial.

Precisamente al incursionar en motivos mecánicos y al conjuntarlos con historias, como la saga «El Coyote», que es muy importante en los Estados Unidos, me di cuenta que ahí habían factores de interés para mí. Por ejemplo, ¿cómo se interpreta en la comunidad indígena a una entidad como el coyote y qué significado tiene? El animalito durante su vida se mueve entre lo urbano —por decirlo así— y lo salvaje. Es capaz de tener crías con perros y lobos, y esa parte fue interesante porque esencialmente esa es la vida de una persona en el extranjero, en movimiento. En ese sentido, la tecnología resulta un espacio ambivalente con el que las comunidades indígenas han tenido muchos conflictos; conocemos el problema del medio ambiente, por ejemplo.

De esa forma se va conjuntando un método de investigación y de trabajo por el hecho de que las tecnologías formaron parte importante de mi vida: trabajé seis años como profesional en distintas compañías en México y Europa. Así, me formé una idea negativa de la industria, porque como consumidores no tenemos mucha conciencia de lo que sucede en las empresas, al mismo tiempo que ocurrió un desencanto de convertirme en ingeniero, dentro de un entorno en el que la industria te acorrala en una situación meramente funcional, sin un espíritu de investigación que aliente a pensar en lo que es en el fondo la ingeniería. Sobre todo pensé en el papel que tiene la tecnología en el mundo. Con el tiempo, esas se convirtieron en mis preocupaciones.

En reflexiones más recientes, los motivos de mi trabajo están ligados a críticas de la retórica política del desarrollismo. Hoy empieza a haber más claridad sobre esos temas porque hay gente que se está replanteando eso; no solo desde el punto de las artes, sino desde las propias industrias. Ha sido un recorrer que no termina porque todo está orientado en la sociedad a insertarte en el ciclo consumista. Cuando hablaba de que no vemos lo que hay detrás del producto, me refiero a los accidentes en el trabajo. Conocer de cerca todo ese proceso cambia la perspectiva.

Creo firmemente que el trabajo en las industrias tendría que estar orientado al cuestionamiento del por qué de una tecnología, y no sencillamente abrazarla: la tecnología nos ha llevado a este desastre ecológico y también nos puede salvar. Evidentemente los paradigmas tienen que cambiar. En fin, son algunas cosas en las que me hace reflexionar tu pregunta.

Fernando Palma. Tomada de Yaconic.

—Algunos autores refieren que el ambiente urbano constituye por sí mismo un entorno «natural» para el ser humano, en tanto condiciones ambientales que posibilitan la vida. Retomando el interés de tu obra, orientado a señalar una relación entre la naturaleza y los individuos que habitan un lugar, ¿Cómo opera el concepto de naturaleza en tus reflexiones?

Cuando operas en diferentes espacios es inevitable el contraste. Al hablar más de una lengua eso se vuelve más profundo: hablo náhuatl, inglés y, claro, español. Principalmente, mi conocimiento del náhuatl me ha ligado a la conciencia nahuatlaca y luego al entorno indígena en México. En náhuatl, por ejemplo, no existe el verbo ser/estar, que en occidente perpetúa la concepción antropocentrista, en el que todo lo demás se convierte en un objeto de uso y abuso.

En la concepción indígena, el término de persona se extiende a objetos, elementos orgánicos, población, un proceso de trabajo… Son téotl, energía; son personas también. Este concepto trae consigo consecuencias. Cuando un [objeto] es una persona para ti, se establece una relación con otra ética, en la cual esta persona se puede convertir en una amistad, y eso se extiende por consecuencia a lo natural, o lo que se considera como tal. En este sentido, el náhuatl es una lengua aglutinante por que te permite tomar palabras de diferentes raíces para construir un nuevo concepto. Es una lengua altamente dúctil donde no hay una distinción entre verbos, sustantivos, etc., convirtiéndola en una herramienta formidable para el pensamiento abstracto; creo que por esta razón existe una polaridad entre occidente y la razón indígena.

Esto se refleja en mi trabajo disculpa que te de esta vuelta tan larga porque estas cosas me han tomado tiempo entenderlas, apreciarlas y cotejarlas con el por qué de mi obra. Por ejemplo, el mundo de la electrónica lo consideramos como una tecnología separada de la percepción; sin embargo, a través de ella estamos mediando qué cosa es nuestro alrededor. En mi trabajo he querido atar estas cosas en una especie de paisaje que, en síntesis, podemos definir en la manera en la que el humano interfiere en los espacios y los modifica.

Fernando Palma. Tomada de Parallel Oaxaca.

—Y cómo realiza una representación de ello…

Así es. La electrónica, en ese sentido, no es para mí un elemento circunstancial, sino la esencia de cómo estoy percibiendo el mundo. Hay razones más tangibles para explicar esta situación en lo que respecta a la economía. No he querido otorgarle a la electrónica una condición de panacea para todos o la mayor parte de nuestros problemas de hoy.

Para mí, retomar iconografía antigua en distintos proyectos no es un mero ejercicio folklórico o una especie de romanticismo: yo las veo más como entidades dormidas. De la misma forma en que la comunidad indígena —no solamente en México, sino en todo el continente— está tomando una postura dinámica en la sociedad actual, pienso que estas entidades están ahí e invocarlas significa una resistencia cultural. Hablar una lengua indígena hoy es una posibilidad de encontrar otras soluciones a la dinámica que hoy vivimos.

—Pienso en cómo tu obra nos invita a una reflexión crítica del entorno urbano de la Ciudad de México más allá de la imagen turística que se difunde por distintos medios, representación en la que las problemáticas relacionadas con la preservación del medio ambiente y el crecimiento de la «mancha urbana» pasan desapercibidos, o no se quieren mostrar a propósito. Con tu exposición en el MoMA, ¿buscas ofrecer una imagen más amplia sobre el contexto actual de México al público extranjero?

Cuando se presentó esta oportunidad para exponer, sinceramente no la esperaba. Me pidieron un título y lo vi como una ocasión para apelar a los buenos sentimientos de la gente de alguna forma, pensando en el arte como un espacio muy importante para generar ideas. ¿Qué tiene que ver Milpa Alta con Nueva York? Parece que nada. La exposición se llama, en náhuatl, In Ixtli in Yollotl, que es un difrasismo de corte esotérico que significa «la gente», y la traducción en inglés We the people es la frase con la que comienza la constitución de Estados Unidos. Mucha gente se dio cuenta de eso y hacia la pregunta. Se relaciona con la situación de Standing Rock, en donde los gobiernos de Obama y Trump agredieron a las comunidades, sin respetar las promesas… lo mismo pasa en México. Las tierras comunales, en la constitución, se reconocen como propiedad intransferibles de la comunidad… son promesas que nunca se van a cumplir.

Las piezas que componen We the people aunque son pequeñas adquieren otra monumentalidad ahí en cualidades simples. Con We the people apelo a la condición de los indígenas en las ciudades; esa discriminación institucional, del gobierno, de los bancos, de la educación… En qué plano se considera a la gente: es ahí donde quiero que las piezas tengan una resonancia. ¿De dónde vamos a tomar ideas para confrontar el mundo?

Fernando Palma, Papalutzin, 2011. Tomada de MoMA.

—¿Además de las actividades que realizas en Milpa Alta, ¿tienes alguna otra exposición o actividad planteada?

Sí. A raíz de la inesperada pero bienvenida invitación a exponer en el MoMA, están saliendo otras: me acaba de invitar SOMA para algunas actividades dentro del SOMA Summer 2018. Respecto a exposiciones, aquí en México no, pero estoy por tener una en julio, en Los Ángeles. Sin embargo, me gustaría agregar un poco sobre lo que es Calpulli Tecalco para nosotros, una asociación civil que surge hace más de 20 años. Nuestra propuesta consiste en un trabajo de promoción y preservación de la lengua náhuatl y bueno, tenemos el interés de concientizar a nuestros vecinos sobre las problemáticas. De ahí han nacido muchos proyectos que han influenciado mi trabajo aunque en ocasiones no es muy evidente. Lo que me recuerda a Quetzalcóatl (2016), una pieza que, como el título lo menciona, es una representación de la serpiente emplumada. El maíz utilizado para hacer esta pieza especialmente las hojas son producto de un proyecto que se llama «Adopta una milpa», donde estamos trabajando con distintas entidades y gente de la población, con el propósito de reactivar por medio de la milpa muchos terrenos que hoy en día están abandonados.

Muchas veces cuando se habla de mi obra se considera a Calpulli Tecalco como algo postizo o una adenda. Para mí el trabajo artístico no es una búsqueda de lo estético; es importante expresar el sentimiento de desesperación. Lo veo más como una reacción frente a una situación problemática, criminal. Por ejemplo, si uno se está ahogando en el río, no hace una ópera para pedir auxilio; uno grita. Es algo que te sale del alma.

Quiero mirar el trabajo artístico así porque el detrimento que hoy sufre Milpa Alta es terrible: están convirtiendo a Milpa Alta en un basurero, cuando es un territorio que aporta distintos recursos y es indispensable para la vida de la Ciudad de México. Con Calpulli Tecalco estamos tratando de preservar y revitalizar el conocimiento tradicional de los pueblos indígenas del sur de la Cuenca de Anáhuac sobre el medio ambiente, a la vez que hacemos iniciativas para proteger el ecosistema, posibilitando reservas naturales y sistemas agrícolas altamente sustentables que hoy en día se encuentran en peligro de perderse.

Fernando Palma, Quetzalcóatl, 2016. Tomada de House of Gaga.

Manuel Guerrero

Ha participado en más de quince exposiciones colectivas y encuentros de arte sonoro en México, Reino Unido, Japón y España. A la par de la producción artística, ha escrito para más de doce plataformas dedicadas a la reseña y crítica de arte.

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Fernando Palma. Tomada de Yaconic.

Pieza de Fernando Palma en su exposición realizada en Parallel /// Oaxaca, 2016. Foto:

Fernando Palma, Papalutzin, 2011. Tomada de MoMA.

Fernando Palma, Quetzalcóatl, 2016. Tomada de House of Gaga.