Cn
Tomada de HilcoBrands.

Diseño mexicano: ¿Entre la funcionalidad, la artesanía y el ornamento?

Columna invitada 30.10.2019

José de la O

Para cerrar el Mes del Diseño, invitamos a José de la O a reflexionar sobre algún tema significativo para el diseño hecho desde México.

Hace unos años, durante una conferencia que dicté fuera de la Ciudad de México, en agradecimiento, los organizadores me regalaron un bellísimo set de cuatro contenedores de barro. Estas piezas eran el resultado de una colaboración entre un diseñador con artesanos de la región. Conocía perfectamente las piezas y estaba muy emocionado de que ahora fueran parte de mi vida cotidiana.

Al llegar a mi casa y lavar estas piezas por primera vez, una golpeó a otra despostillándola. La pieza dañada seguía siendo funcional, pero este golpe en definitiva arruinaba su estética. Al principio sentí enojo y frustración conmigo mismo. Pero después reflexioné: Al parecer estas piezas no eran tan utilitarias como aparentaban y, por el precio de venta (que revisé en internet), eran dos o tres veces más caras que objetos similares.

Esta experiencia me puso a pensar: Si se supone que el diseño brinda a los objetos un valor que mejora nuestra vida cotidiana, los objetos que no pueden satisfacer aspectos utilitarios, ¿dejarían de entrar en la categoría de «diseño»? ¿O para el diseño es suficiente que estos objetos satisfagan necesidades subjetivas como lo estético o lo ornamental dejando a la función en segundo plano?

Es bien sabido que rodear nuestra vida de cosas bellas (desde naturaleza, objetos o hasta personas) nos hace más felices. Y si un objeto cumple con la función de hacernos felices solamente por su belleza, entonces ¿esto no sería suficiente para un diseñador?

La respuesta es un contundente no. Para un diseñador, la belleza debe de trascender el aspecto estético, para encontrar la belleza también en la experiencia que genera. Es decir, si diseñamos un contenedor para beber, además de que sea agradable a la vista, también tiene que ser placentero al momento de llenarlo, de vaciarlo, de llevártelo a la boca, al momento de lavarlo o verlo en tu escritorio.

No hay nada más satisfactorio que un objeto sea eficiente, practico y bello.

Aunque mi contenedor de barro es bello, la experiencia que me brindó no lo fue al generar frustración al ser tan frágil. Y eso pasa con muchos objetos. Desgraciadamente, estamos rodeados de objetos que existen en un limbo de funcionalidad y ornamento: objetos que por sus características estéticas comprometen su usabilidad, dando como resultado, piezas que nunca serán parte de nuestra vida cotidiana…

¿Por qué sucede esto? Para responder esto, analicemos el estado de la innovación en México.

En nuestro país existe una distancia entre el diseñador y la industria. Es mucho más común que un diseñador industrial produzca en un contexto artesanal que en un entorno industrial. Si visitamos festivales de diseño, bazares o tiendas de «diseño mexicano» lo más seguro es que encontremos objetos de manufactura artesanal, de barro, madera o piedra, que objetos de inyección de plástico o troquelado en metal. El enfoque de estos objetos está más cercano a una búsqueda estética que una funcional, haciendo que estos objetos sean menos prácticos o desempeñen su función de manera mediocre.

En un contexto ideal donde el diseñador colabora con una industria impulsada por el diseño, el diseñador es parte de una gran maquinaria donde funge como el actor creativo que genera la experiencia emocional del objeto. Entonces, el diseñador debe de negociar con el ingeniero, el de marketing, el de finanzas y un largo etcétera, cuáles de estos elementos emocionales del objeto son los más importantes para el éxito de este nuevo producto. Este proceso, largo y costoso, es bastante común en empresas impulsadas por el diseño, acostumbradas al desarrollo de producto. Pero en México, siendo un país donde las empresas que producen objetos no invierten en diseño (somos de los peor clasificados en el rubro de innovación según el «Índice de Innovación Global y la OCDE»), prefieren tomar el menor riesgo posible y «saltarse» el proceso de desarrollo de producto. Es interesante observar que, a diferencia de la tendencia global en compañías mas exitosas, la industria en México todavía ocupa a muy pocos diseñadores en puestos de management; y los que sí contratan diseñadores, los tienen en un equipo subvalorado, realizando actividades mas técnicas y repetitivas que creativas y de innovación.

La industria mexicana prefiere la «inspiratería» que la innovación.

No quiero decir que en México todas las empresas copian, o que no existe ninguna empresa impulsada por el diseño; pero, hasta este momento, no he encontrado a un Herman Miller mexicano.

Por falta de oportunidades profesionales, el diseñador ve como una opción atractiva producir objetos a través de procesos artesanales, donde se genera relaciones colaborativas con artesanos y normalmente esta colaboración toma forma de una marca comercial de producción limitada.

Si analizamos las diferencias entre el proceso de la Industria Impulsada por el diseño y el proceso de diseño artesanal, podemos observar lo siguiente:

En la industria impulsada por el diseño, el desarrollo de producto es una colaboración multidisciplinaria, entre diseño, ingeniería, marketing o finanzas, donde se toman decisiones desde varios puntos de vista, que influyen en el éxito de un producto.

En el diseño de producto artesanal, normalmente las decisiones las toma un actor, generalmente el diseñador. Si no se tienen más prioridades (de eficiencia de producción, comercialización o retorno de inversión) que lo estético, el producto no será exitoso.

Mientras que la industria impulsada por el diseño puede invertir en técnicas productivas de mayor escala (moldes, dados de extrusión y demás herramentales), la producción de diseño artesanal depende de la infraestructura de su proveedor para realizar nuevos productos. Sin embargo, por un lado, los diseñadores generalmente no invierten en generar nuevos herramentales como moldes, escantillones o plantillas para el uso del artesano, y por otro lado, se espera que el producto quede bien a la primera.

Si a esto le sumamos que hay muy poca optimización de producción (muchas veces los productores artesanales no están interesados en hacer más eficiente la manera en que producen), los objetos resultan ser demasiado caros y con un bajo control de calidad.

La industria impulsada por el diseño, en cambio, ve este proceso como inversión, por lo que dispone capital y eso hace que los tiempos largos de desarrollo sean más largos y permitan hacer pruebas de materiales y estudios de usabilidad.

De lado de la producción de diseño artesanal, el diseñador rara vez tiene el capital de desarrollo de producto, por lo que no hay oportunidad de hacer pruebas de material o de usabilidad. Si existe iteración en los procesos, es durante su comercialización con clientes reales, que por razones obvias, puede resultar en un desastre: como que el producto falle al momento del uso, se rompa y genere una mala impresión del objeto, la cual es muy difícil de cambiar postventa.

Pese a que este panorama es desolador, veo que si sabe qué mirar de la industria impulsada por el diseño, el proceso de diseño artesanal puede aprender mucho. Y esto se resume en desarrollo de producto (y lo sé, es un poco ridículo que esta sea la conclusión).

El diseñador de México, a diferencia de diseñadores que se desarrollan en otros países de Europa o Estados Unidos, debe obtener muy buenos resultados con muy pocos recursos y ser altamente resiliente. ¿Que pasaría si el diseñador decidiera utilizar estas habilidades y buscar maneras alternativas para el desarrollo de producto?

Pero hay que tener cuidado. Si el diseñador, al producir objetos utilitarios, solo se concentra en los «procesos tradicionales», la «activación económica de la comunidad» o la «preservación de técnicas artesanales» como únicos diferenciadores de su producto, y deja la experiencia de uso en un segundo término, la única motivación de consumo de estos productos será casi filantrópica. Y los objetos quedarán como meros ornamentos o guardados en el cajón.

No es que crea que exaltar procesos tradicionales artesanales y activar economías no sea un excelente valor agregado, pero desgraciadamente no es suficiente. He visto ir y venir un sinnúmero de proyectos de diseño que dependen solamente de este valor, y los diseñadores se convierten más en distribuidores de arte popular, o producen manualidades disfrazadas de artesanía.

Aunque sean hechos con mucho amor, cuando un objeto no nos brinda una experiencia de uso placentera, es como si ese objeto no tuviera una razón de existir. En el terreno del diseño de qué sirve la belleza si el objeto en cuestión no puede ser parte de la vida cotidiana.

 

*Nota: Este texto se basa en las experiencias que tuve con dos proyectos que diseñé. Una lámpara y una silla de oficina.

José de la O

Es licenciado en diseño industrial por parte de la Universidad Iberoamericana y maestro de diseño conceptual en contexto por la Design Academy Eindhoven, de Los Países Bajos. Es director de Studio José de la O, despacho especializado en diseño e investigación, miembro fundador de Cooperativa Panorámica, y miembro de la red global Reach Network. Además se desempeña como profesor de diseño industrial en el Tecnológico de Monterrey Región Ciudad de México.

siguiente

Newsletter

Mantente al día con lo último de Gallery Weekend CDMX.